Verdades amargas de aquellas guerras campesinas de Villarica

Verdades amargas de aquellas guerras campesinas de Villarica

Villarrica es hoy una aldea de mayoría neoliberal carcomida por el fantasma histórico de unas élites indolentes como hace 70 años

Por: EDISON PERALTA GONZÁLEZ
diciembre 11, 2022
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Verdades amargas de aquellas guerras campesinas de Villarica

Villarrica es hoy una aldea de mayoría neoliberal carcomida por el fantasma histórico de unas élites indolentes como hace 70 años cuando se atrevieron en manguala a destrozar el sueño de una población abrazada a los baldíos poco después que asesinaran el “Tribuno del Pueblo” en una calle bogotana. Era la época de conservatización de Colombia promovida por una satrapía falangista y nuestro pueblo no escapó a tal despropósito. Fue mucha la sangre que corrió por las calles y cafetales en las mal llamadas “guerras campesinas de Villarrica” entre unos inocentes labriegos que lucharon en asimétricas batallas contra la policía política del régimen y pájaros y el poderoso ejército de Colombia y sus esbirros y “limpios” paramilitares nacidos en las cavernas de analfabetos hacendatarios del sur del Tolima.

Y no lograron conservatizar ni derrotar militarmente a los campesinos en los campos de batalla. Nuestro pueblo fue sitiado, como Cartagena y Santa Marta hace más de 200 años, con diarios bombardeos y destrozado por el bloqueo y el hambre y las bombas napalm norteamericanas que durante casi un año quemaron la tierra y los cultivos y cubrieron de llagas y miseria el rostro de los campesinos y sus dioses. Villarrica soportó más de 200 días de asedio de las fuerzas militares de Colombia con apoyo de mercenarios y paramilitares- saqueadores y no ha logrado sobreponerse al dolor y el escarmiento de tan doloroso episodio que aún se atreven a negar la clase política trolera e impostores de los nuevos tiempos.

Poco después de las columnas de marcha y las matanzas, los verdugos firmaron el Manifiesto de Cunday el 6 de noviembre de 1957 y al día siguiente, el mal llamado Manifiesto de Villarrica (que fue otra declaración de guerra), seguramente para avalar las masacres y despojos, el 7 de noviembre de 1957. Era la firma de coroneles y godos y “limpios”, agentes del gobierno de facto y grandes cafetaleros de Cunday para congraciarse con la iniquidad y la muerte.

Los campesinos enmontados de Villarrica y la Colonia y Galilea y el Duda fueron ignorados mientras huían por las selvas del Sumapaz con la cruz del desarraigo y la miseria a cuestas con el beneplácito de los nuevos tiranos de la historia. Era la traición y consumación del despojo y la sangría del territorio porque lucharon nuestros padres y hermanos y abuelos en los riscos, cañadas y montañas y ríos de la otrora Andalucía de los Cuindes.

Poco después habría de llegar la Biblia en mano, como en la época de la invasión española. Los impostores vaciaron en la sesera humilde de nuestros labriegos un acervo de lutos y rituales y colonizaron su conciencia hasta convertirlos en una masa sometida a tormentos milenarios, sueños celestiales y oraciones pordioseras mientras ellos disfrutaban en sana paz de la cosecha y la gloria y los bienes de la tierra. ¡Qué ironía! A finales de siglo una columna de las Farc se tomó en forma terrorífica la población a sangre y fuego causando daños, muertes y destrozos que sus pobladores aún no pueden olvidar. No obstante, no ha sido este escabroso episodio la causa principal de todas nuestras miserias y desgracias, como endilgan los nuevos adalides de la alta y mediana burocracia. El oportunismo moderno rehúsa escudriñar la historia porque lucharon nuestras heroicas familias. Se volvieron neoliberales (1), oh desventura, una doctrina macabra que amenaza la pobresía de la ciudad y el campo su derecho a vivir con dignidad.

El neoliberalismo, nos dice el maestro Fernando Buen Abad Domínguez, “es una máquina trituradora de derechos sociales adquiridos; una demoledora de los principios humanistas solidarios; una “picadora de carne humana” en centros laborales, educativos y sanitarios; es una aplanadora de instituciones, una fenomenal maquinaria de humillaciones, depresiones y desmoralización… todo eso al servicio de un sector peligrosamente desquiciado por la usura, el individualismo más tóxico y la meritocracia supremacista de los amos en alianza con sus cómplices. Un infierno de corrupción y crimen que debe ser tipificado como etapa histórica “de lesa humanidad”.

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