Valledupar pierde a un referente moral

Valledupar pierde a un referente moral

Calixto Mejía Castro vivió como quiso, hizo lo que quiso y lo hizo bien. Sus 89 años de vida fueron un testimonio de valentía, honestidad, integridad y generosidad

Por: Federico García Naranjo
enero 29, 2021
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Valledupar pierde a un referente moral

Calixto Mejía Castro deja un legado invaluable para la ciudad, el departamento del Cesar y el país, que se sintetiza en una palabra: respeto. Falleció el martes en su casa de Valledupar, rodeado de su familia y con el reconocimiento de una ciudad que le profesará siempre el agradecimiento de haber sido más que uno de sus hombres más importantes, fue uno de sus imprescindibles.

Su aporte a la ciudad y a la región es invaluable. Siendo un joven estudiante universitario en Bogotá, en 1952, fundó el primer periódico que circuló en Valledupar, Antorcha Provinciana, publicación que tuvo una corta vida porque Calixto debió marcharse del país a causa de su carácter rebelde, que podía granjearle problemas con el gobierno de la época. Como ingeniero civil, en los años 50 fue ingeniero jefe del Ministerio de Obras Públicas en Cesar, Guajira y Magdalena, siendo el encargado de construir las primeras carreteras que integraron este maravilloso rincón de Colombia al resto del país.

Como gerente de Valorización Municipal, organizó la pavimentación de las vías de Valledupar, muchas de las cuales aún se mantienen intactas como testimonio de honestidad y trabajo bien hecho. Como gerente de la Empresa de Obras Sanitarias del Cesar, Empocesar, adelantó la construcción de las infraestructuras de acueducto y alcantarillado en los barrios de la ciudad. Siendo gerente de Valorización Departamental, adelantó numerosas obras de infraestructura en todo el departamento y estructuró el consiguiente cobro de valorización, poniendo en cintura a numerosos propietarios de lotes que debían millonarias sumas por este concepto, necesarias para adelantar proyectos de desarrollo que beneficiaran al conjunto de la población. Fue concejal de la ciudad y diputado del departamento, aunque su vida política fue corta. Prefirió dedicarse a su trabajo de ingeniería, atender su finca y sacar adelante a su familia. Tras su jubilación, se dedicó al trabajo social, siendo directivo de la Cruz Roja durante muchos años e impulsando la creación del Banco de Sangre.

Descendiente de uno de los linajes más importantes de Valencia de Jesús, se crio en la casa de su tía Fina, ubicada en la esquina suroccidental de la plaza Alfonso López, y correteó desde niño entre la iglesia de la Concepción, el Callejón de la Estrella y el convento de las hermanas Capuchinas, hoy convertido en el edificio de la Alcaldía.

Siendo muy joven, conoció y se enamoró de quien fue su compañera de luchas de toda la vida, María Teresa Naranjo, con quien construyó una familia ejemplar basada en el amor y la generosidad. Sus hijos María Margarita, José Calixto, Cecilia, Lucía y Delfina María, son también testimonio de su aporte a la ciudad. Todos ellos, cada uno desde su actividad profesional y familiar, contribuyen todos los días a que esta ciudad sea un mejor lugar para vivir.

En 1992, Calixto sufrió el que tal vez fue el más duro trance de toda su vida, permaneciendo secuestrado por dos meses en las estribaciones de la Sierra Nevada. No obstante, esta traumática experiencia no lo debilitó y por el contrario fue la oportunidad para que su familia fortaleciera sus lazos de unión y despertara la solidaridad de todo el pueblo vallenato que se volcó a expresar su apoyo a Calixto y a su familia.

Calixto fue un hombre sencillo, amante del campo, los vallenatos de Tobías Enrique Pumarejo y el debate apasionado. Siempre pendiente de la actualidad nacional, defendía sus convicciones con determinación y, a pesar de que podía estarse en desacuerdo con él, fue profundamente respetuoso con el disenso y comprendía el carácter enriquecedor del debate. Poseedor de uno de los archivos más importantes que guardan documentos sobre la historia del Cesar, el que alimentó hasta pocas semanas antes de su partida, mantuvo su lucidez intacta hasta el final y manifestaba su preocupación por el país y su rechazo frontal a la corrupción, la que concebía como el peor lastre que arrastra la administración pública.

Pero tal vez, su más importante característica fue su honestidad y su inquebrantable sentido de la justicia. Allí donde tuvo la oportunidad de desempeñarse como ingeniero, como político o como funcionario público, fue objeto de reconocimiento y respeto de todos quienes compartieron con él. Sus amigos, familiares y colegas, e incluso sus contradictores, lo recordarán como alguien que siempre fue fiel a sus principios, profundamente convencido de la necesidad de trabajar por el bien común y una persona digna de confianza. Calixto hizo honor a lo que fue, un notable. No por sus apellidos sino por su ejemplo de vida como un referente moral de esta ciudad.

Hasta siempre, tío Cali. Que la tierra te sea leve.

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