¡Es urgente emprender la lucha contra la corrupción en el ámbito político!

¡Es urgente emprender la lucha contra la corrupción en el ámbito político!

"La corrupción es hija de la ignorancia, de una formación escolar en la que está ausente un llamamiento a la cultura de la legalidad"

Por: Martin Eduardo Botero
septiembre 20, 2017
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¡Es urgente emprender la lucha contra la corrupción en el ámbito político!
La corrupción, la que duele, la invencible, está en el alma de las personas que hace rato dejaron de sentir como semejantes a quienes comparten el país, el barrio, el dolor"

Demandar a los políticos cuáles son las formas más efectivas para prevenir y luchar contra la corrupción es como pedirle a la santa doncella Juana de Arco que vaya a encender la hoguera.

Corrupción, conspiraciones y escándalos políticos se han vuelto el pan cotidiano en Colombia. Por ende, el ciudadano ha perdido la confianza tanto en los partidos políticos como en los profesionales de la política: los políticos. Una política tan impúdica que finge de no entender que el principal instrumento de corrupción son los conflictos de intereses que se gangrenan en el Congreso. Ya muchos se niegan a votar, no creen más que el voto pueda llevar a cambios significativos. Muchos creen que la política genera automáticamente la corrupción, de aquí el dicho: "dónde hay poder hay corrupción".

El sistema de la corrupción induce a la misma clase política corrupta a tasar ulteriormente la clase media que obligada a soportar el entero desastre económico con sacrificios humillantes ya está resbalando hacia el abismo de la pobreza. El ingente daño económico causado por el sistema de corrupción que cada familia está obligada a padecer es fruto de una política criminal que permite a los grupos de presión de enriquecerse en contra el contribuyente. Una maligna y funesta política llevada a la práctica de quien ha gobernado perversamente el país (directamente o indirectamente) y tiene públicamente el bárbaro ánimo de autoproclamarse hoy como la salvación del "país." Lo políticos son los príncipes de la corrupción de la palabra.

La corrupción en Colombia parafraseando a E. Scalfari es un fenómeno que deriva directamente de la distancia de los políticos de los del pueblo, de la existencia de una clase dominante barricada para defender sus privilegios, de la apropiación de los recursos públicos por los poderosos de turno, de la proliferación de corporaciones (magistratura, bancos, sociedades, universidades, etc.) con sus propias deontologías, sus propios estatutos y sus propios privilegios; por el crimen organizado regido por sus propias leyes y códigos.

En palabras de Leonardo Sciascia la cuestión más transcendental y preocupante de la corrupción de los políticos no es tanto el hecho de que se roben el país, está en el hecho de que roban sin inteligencia, de que una gente de tal mediocridad se encuentre al vértice del Estado y puedan nombrar sus acólitos en los cargos políticos (de gobierno y similares) y de los cargos directivos y administrativos. En estas personas la mediocridad se acompaña a un elemento perturbador, de locura, que en el favor de la suerte no aparece sino por alguna inocua señal, pero que a las primeras dificultades empieza a manifestarse y a crecer hasta arrollarlos. Se podría decir de ellos lo que dijo D'Annunzio hablando de Marinetti: se trata de imbéciles con algún relámpago de imbecilidad: solo que en el contexto en que actúan la imbecilidad aparece —y en cierto sentido y hasta un cierto punto es fantasía.—

En una sociedad bien ordenada y con una democracia cumplida estos tipejos no irían ido mucho más allá del título de "empleados de orden"; en una sociedad en fermento, en transformación, habrían sido marginados prontamente —no resistiendo a la competición con los inteligentes— como pobres "caballeros de industria"; sin embargo, en una sociedad no sociedad llegan a las cumbres y allí están hasta tanto que el contexto mismo que los ha producido no se los traga.

La corrupción es hija de la ignorancia, de una formación escolar en la que está ausente un llamamiento a la cultura de la legalidad, de un sistema de comunicaciones en que se elevan a divinidad el dinero, el poder y el sexo, haciendo entrever no solo que estos serían los únicos valores perseguibles pero que es fácil perseguirlos si se recorren las vías y se tienen los contactos justos.

Expresa Amy Gutmann, docente de filosofía de la política al Princeton University, hace falta educar a los políticos hacia el sentido de responsabilidad que les permita dejar con serenidad el poder, en caso de revocación de la confianza. Para Gutmann, a menudo la corrupción es alimentada por la misma convicción que tienen los políticos de que los ciudadanos normales no son capaces de comprender realmente la política. La educación democrática es, por tanto, el más buen antídoto contra los dos principales agentes de la corrupción: la arrogancia de los políticos y la apatía de los gobernados, debida a la sensación advertida por este últimos de no poder influir en la vida política.

Derrotar la ignorancia de fondo de muchos ciudadanos es, según Amy Gutmann, un objetivo importante, que ninguna sociedad democrática ha completamente realizado. Habría que crear programas de formación adecuados para personas expuestas a la corrupción o mediante campañas generales para concienciar a la población.

Es particularmente urgente emprender la lucha contra la corrupción en el ámbito político para garantizar la transparencia de los sistemas de financiación general de los partidos y poner así obstáculos a la corrupción de los políticos y de los partidos. Es decir, urge la previsión de códigos éticos para los partidos políticos y el refuerzo de la transparencia en los balances de los mismos, incluyendo un replanteamiento de sus sistemas de financiación pública. Otro elemento sobre el que cabe reflexionar y que alimenta en cierta medida la corrupción está en el hecho que existen unas estructuras farragosas, anticuadas, distantes de los ciudadanos, unos procedimientos complejos, plazos de intervención injustificadamente largos, retrasos y malos servicios, a menudo a voluntad de los propios burócratas para obtener un beneficio personal; todo esto, aparte de perjudicar la eficacia, la eficiencia y la rentabilidad de la actividad administrativa, compromete la transparencia de los procesos de toma de decisiones, exaspera a los administrados y ofrece, por consiguiente, un terreno fértil para la corrupción. Amén.

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