Una tarde con maestros

Una tarde con maestros

"Vi seres humanos de carne y hueso, seres humanos con problemas como todos, seres humanos con ideales, proyectos, sueños, metas y mucho sentimiento"

Por: Claudia Milena Fique Gutierrez
junio 16, 2017
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Una tarde con maestros

El jueves 6 de junio del 2017 los maestros fueron protagonistas. Durante toda la mañana la noticia en el país era una sola: los maestros de todo el país se tomarían la capital bogotana por lo cual, claramente, el tráfico estaría hecho un caos (más de lo que realmente es).

Como buena colombiana seguía de cerca los reportes que diferentes medios de comunicación daban sobre este acontecimiento, mientras apuraba mis labores para lograr salir lo más pronto posible de mi lugar de trabajo. Tenía prisa, alguien muy importante me esperaba y se encontraba en medio de los más de 322,000 docentes que aquel día caminaban con energía y vigor en las calles capitalinas. Ella muy feliz nos enviaba a mi hermana y a mí audios, fotos y vídeos sobre lo que pasaba durante su recorrido y nos indicaba su punto de ubicación. En los audios se evidenciaba lo que ocurría en la marcha: arengas eufóricas al son de tambores, pitos y vuvuzelas que me hicieron recordar mis épocas universitarias en las que junto con todos los estudiantes salíamos a manifestar nuestras inconformidades ante todas las irregularidades e injusticias del gobierno de turno. No puede evitar imaginarme a los profes danzar al ritmo de cumbias y porros ambientados con letras alusivas al momento latiendo como un corazón recién nacido.

En la mañana hablé con aquella mujer maravilla que tengo el orgullo de llamar mamá y que al igual que miles de maestros se encuentra en paro desde hace un mes aproximadamente. Nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en un punto específico y de esa forma emprender la caminata hacia la plaza de bolívar. Mi objetivo era salir de la oficina a más tarde al medio día. Sin embargo, las labores de mi trabajo impidieron que pudiera cumplir con mi meta saliendo pasadas las 2:00 p.m.

Eran las 2:40 p.m. cuando llegué a la Plaza de Bolívar. Después de un par de llamadas por fin logré mi encuentro con mi madre. Ella me saludó con una gran sonrisa, esa sonrisa que tienen todas las madres cuando ven a sus hijos. En su rostro se veía el rigor de la jornada y su piel era el reflejo de sol y el viento característico de la capital colombiana que había logrado resecar un poco su piel haciéndola tener tonos rojizos. Sus vivarachos ojitos se veían cansados y mientras se sostenía de mi hombro alternaba levantando sus piernas para lograr mermar el dolor que sentían sus pies. Al mirar a mi alrededor me di cuenta que todas la personas que circulaban activamente por la plaza tenían un aspecto similar; estaban cansados, exhaustos de soportar esa jornada tan dura pero en sus rostros exhibían una gran y alegre sonrisa, una sonrisa como la que recibí de mi madre cuando nos vimos.

Empezamos a caminar en busca de un lugar para almorzar y mientras caminábamos saludaba a los compañeros que acompañaban a mi madre, esos profes que desde pequeña los veía dictar sus clases con su bata blanca y que ahora le dictan clases a mis hermanos. Luego de saludarlos me empezaron a contar los pormenores de su recorrido mostrándome fotos y vídeos que habían capturado: me dijeron que estaban muy contentos ya que habían logrado resaltarse en medio de tantas delegaciones de docentes que venían de todas partes gracias a la comparsa que venía en medio de su delegación: “ todos querían estar con nosotros y cuando llegamos a la Plaza de Bolívar CHIA SE SINTIÓ CARAJO ”, me dijeron con mucha alegría.

En el lugar que encontramos para almorzar, ellos empezaron a hablar entre sí comentando la más reciente alocución del presidente en la cual él decía ( palabras más palabras menos) que no había más plata y que no se podía hacer nada más. De repente sus ojos se apagaron y la decepción se apoderó de las mesas, los profes dejaron por un momento sus cubiertos sobre la mesa y al girar mi cabeza vi cómo se le derramaron las lágrimas a mi madre:

—¿Cuándo entenderá este tipo que la pelea no es por plata para nosotros sino para que TODOS tengamos una educación con dignidad, con respeto y con garantías. Me duele este país y me da rabia que la gente no se dé cuenta de quién es realmente el que nos tiene jodidos. ¡Pero esta lucha no acaba y estoy segura que no será en vano, que vamos a ganar y a lograr muchas cosas!, dijo mi madre mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos y los demás profes le daban ánimos.

Otro docente dijo: “ ¡¿Cierto que da rabia, el ver como uno lucha y que la gente solo vea lo que le conviene?!, ¡ pero de que ganamos, ganamos, eso no te quepa la menor duda!"

Una docente compañera de mi madre y maestra de mi hermano menor me contó que la noche anterior los docentes que venían de Ubaté y de Boyacá se habían quedado en Chía: "Nosotros fuimos a darles la bienvenida, pensábamos que venían en sus buses y oh sorpresa que no venían en buses sino que venían a pie, nos quedamos boquiabiertos y nos unimos a marchar con ellos. ¡Unos verracos los compañeros, me les quito el sombrero”.

Mi madre a su vez añadió : “Había una docente que lloraba del dolor de cadera que tenía después de semejante caminata y varios profes tenían ampollas en los pies”.

Me quedé mirándolos callada con la mirada llena de asombro, sorpresa y más que todo de admiración, mientras ellos debatían sobre lo ganado, lo perdido y lo que se avecinaba.

Vi seres humanos de carne y hueso, seres humanos con problemas como todos, seres humanos con ideales, proyectos, sueños, metas y mucho sentimiento; seres humanos que a pesar de todo lo que sus vidas acarrean son capaces de preocuparse por su entorno social, por detenerse un momento escuchar a su prójimo a pesar de que nadie los escuche. Humanos que diariamente se levantan con la convicción de que su labor es crucial para hacer de este país algo diferente mientras forman seres humanos lo más integralmente posible. Personas se convierte en héroes cuando sin garantía alguna salen a dictar clases en los corregimientos enseñándole a sus pupilos que en estas épocas de dolor, injusticias e iniquidades lo único que realmente puede salvarnos es la educación y que la sonrisa es la mejor arma para afrontar a quienes días a día nos quieren ver derrotados y sin esperanzas.

Quedé con el alma llenita de orgullo, con el corazón repleto de alegría al ver a estos increíbles seres ejerciendo su derecho a la protesta, con la imagen de sus sonrisas en sus labios, con una profunda admiración por su fuerza, constancia y capacidad de enseñarnos a todos los colombianos en cada paso que dan. Aprendí de ellos que de nada vale saber leer y escribir si nos callamos ante los atropellos de las personas y más de los que dirigen esta nación, que no vale solo decir que sabemos cuando no utilizamos este conocimiento para hacer cosas que cambien lo que siempre se ha hecho y que constituyan en una reforma real para este país que tanto lo necesita.

Quedé con la convicción de que sí se puede, de que a pesar de que esta lucha ha sido milenaria y que son más los corruptos que los honestos, si el pueblo se une todo es posible. Igualmente, terminé con la idea de que ellos, los docentes, son los verdaderos héroes de esta nación tan desangrada, que desde hace algún buen tiempo se encuentra en cuidados intensivos. Son ellos los que se encargan de formar a médicos, deportistas, politólogos, comunicadores, adiestradores, teólogos, enfermeros a los mismos docentes, para que puedan sacar de la unidad de cuidados intensivos a esta patria y pasemos ya de una buena vez a recuperación.

Todo esto ya lo sabía, ¿cómo no saberlo si mi madre me lo enseña cada día de mi vida desde hace ya 28 años? Solo que en mi tarde con los maestros, en esas pocas horas, puede entender que siempre se puede aprender algo más, por más pequeño que sea. ¿Quién mejor que ellos para darme una lección más en mi vida? No importa cómo estés, no importa que pase, lo que realmente importa es luchar por lo que crees, por lo que siente, por lo que vives.

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