Una respuesta innovadora al desafío del posconflicto

Una respuesta innovadora al desafío del posconflicto

Opinión del líder de Industrias Creativas y Culturales de Findeter

Por: Paulo Andrés Sánchez Gil
febrero 02, 2016
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Una respuesta innovadora al desafío del posconflicto

Charles Landry y Franco Bianchini afirmaron: "Los recursos culturales son la materia prima de la ciudad y su base de valor, sus activos reemplazan el carbón, el acero o el oro. La creatividad es el método de explotación de estos recursos y les ayuda a crecer". Por eso las ciudades, en cualquier parte del mundo son susceptibles de desarrollarse a partir de la cultura y la creatividad, “lo visionó Winston Churchill  al afirmar que los imperios del futuro, serían imperios de la mente, y uno de estos imperios es el de la Economía Creativa”. Pero hay dos vías que aproximan a las ciudades a la sostenibilidad de la apuesta creativa como vocación:

  1. La posibilidad de que sean creativas como iniciativa de sus gobernantes. Esa vía supone una posición de asistencialismo público en donde los esfuerzos los realizan los gobiernos como estrategia de desarrollo humano, y de desarrollo socioeconómico del territorio, y en ocasiones como estrategia de integración a los circuitos de ciudades líderes en emprendimiento cultural y creativo.
  2. Ser ciudades creativas a partir de la dinámica activa y actuante de la ciudad, en la que son los gestores, formadores, públicos, equipamientos, comunicadores, ciudadanos, y administradores públicos, quienes se integran en relación diastólica para impregnar cada espacio de la ciudad, de manera que cada estamento, cada gremio y cada sujeto de la ciudad pueda establecer relaciones de proximidad con la vocación creativa y cultural del territorio.

De acuerdo con el consultor en economía creativa y empresario John Howkins, la economía creativa (que comprende los sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se fundamenta en la propiedad intelectual: arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, juegos y juguetes, moda, música, publicidad, software, TV y radio, y videojuegos) representó el 6,1% de la economía global en el año 2005, y las exportaciones de bienes y servicios creativos en 2011 alcanzaron los 646 mil millones de dólares. En Colombia la economía creativa genera exportaciones por 815 millones de dólares a la economía del país anualmente y emplea a cerca de 1,1 millón de personas. Todos estos argumentos estadísticos, sustentan la idea de que la economía creativa es el renglón que más relevancia y mayor protagonismo otorga a sus ciudadanos, en la medida en que puede concebirse solamente desde la creatividad y el talento de ellos mismos. Desafía a los individuos y a las instituciones, y los emplaza a responder con autonomía a las condiciones a veces hostiles de un mercado que por décadas ha desconocido a la cultura y las industrias creativas como factor fundamental de desarrollo de los países, como sector dinámico y vital, determinado por la oferta y la demanda como los demás sectores productivos. Estas industrias lo son, y además de ser factor de desarrollo, y de tener esa creciente dinámica propia, el sector tiene un componente adicional que lo hace sostenible, y es la vocación que lo justifica, el desarrollo humano, su doble dimensión, social y económica.

Ese entramado de encadenamientos productivos efectivos, participación ciudadana, validación institucional, políticas públicas eficaces, equipamientos adecuados, procesos de formación adaptables y modernos, adaptación tecnológica y dinamización de la economía local; hacen que un territorio se reconozca como creativo, y una vez alcanza esa vocación, se hace depositario de la sostenibilidad que confiere el desarrollo del cuarto pilar, el de la economía creativa. Wolf von Eckhardt señaló que "la planificación cultural eficaz implica todas las artes, el arte del diseño urbano, el arte de ganar apoyo de la comunidad, el arte de la planificación del transporte y el dominio de las dinámicas de desarrollo de la comunidad” y a esto agregó Franco Bianchini "el arte de la creación de alianzas entre los sectores público, privado y voluntario y garantizar la distribución justa de los recursos económicos, sociales y culturales".

Pensar en desarrollo humano, en inversión en capital social que genera cultura colectiva, es un paso adelante en la apuesta por la sostenibilidad de las ciudades, y un reto para el que hay ideas. El país debe llamarse a la innovación, empezando por la innovación social, en donde la diferencia esté marcada por la posibilidad de abrir espacios a la ciudadanía creativa, - sin la segregación a una eminente “clase creativa” como la denomina Richard Florida, clase compuesta por grupos socioprofesionales asociados a la noción de talento, todos aquellos para quienes la creatividad es fundamental en su trabajo o su espacio de actividad-, que sea el polo que más atraiga, y desde el que surjan propuestas de cambio por la generación de nuevas plataformas. Las necesidades de los colombianos son casi las mismas que hace 40 años, pero atendidas de manera diferente, con nuevas plataformas, y es allí en donde debemos comenzar a innovar, en la producción de nuevos contenidos, que inclusive permitan la generación de nuevas necesidades. Para eso es importante hacer énfasis en tres componentes que potencian la innovación:

  1. La inspiración
  2. La creatividad
  3. La generación de planes de negocio.

Con respecto a este último punto es necesario centrarse en el emprendimiento, y la empresarización, como factor clave de desarrollo de la economía creativa, para no incrementar el número de emprendedores creativos e innovadores que se quedan en la fase del capital semilla, y en la suma positiva al índice doing business, del que solo se limitan a destacar a aquellas ciudades en las que casi con la presentación de la cédula en la cámara de comercio, cualquier ciudadano puede hacerse comerciante. Pero, ¿qué tiene que ver constituir una empresa y darle vida jurídica, con la posibilidad real de generar negocios?, muy poco. Es necesario superar el esquema actual en donde el clima de competitividad de las ciudades no se articula con la oferta de entretenimiento, la oferta cultural y de seguridad, entre otras cosas.

Hay una evaluación que debería hacerse como antítesis de la medición parcial de Doing Business, y es aquella que revela la capacidad de las ciudades de retener a los profesionales que forma; porque si hay un indicador que haga frágil el argumento de competitividad de una ciudad es el de la incapacidad de retener su talento, mediante escenarios favorables y de adaptabilidad al cambio de paradigma de desarrollo y sostenibilidad, en el que se privilegia la infraestructura dura, antes que el capital intelectual de los ciudadanos. “Abogar por la cultura de la creatividad, al animar el uso de la imaginación dentro de los ámbitos público y privado, requiere de infraestructuras más allá del “hard” (edificios o carreteras), combinándolas con infraestructuras “soft” (mano de obra altamente calificada y flexible, pensadores, innovadores, creadores y ejecutores)”.

Si innovar es alterar una serie homogénea para conseguir resultados diferentes, creo que estamos ante un desafío de innovación gigantesco, desde el que deberá establecerse un gesto colectivo de capacidad creativa. Somos varias las generaciones de colombianos que hemos crecido en medio de un conflicto violento, y hemos aprendido casi hasta a reconocernos como víctimas de la confrontación, ese desafío es pensarnos como país en posconflicto, entenderlo y generar las nuevas dinámicas de país en paz que vive el posconflicto, es una verdadera innovación para Colombia. Y es que un país cuya estructura esté cimentada en la fuerza, es un país represor. Un país que invierte en la guerra más que en cualquier otro sector, es un país condenado a negociar en desventaja cualquier acuerdo comercial, condenado a comprar lo que nos quieran vender, porque ningún sector involucrado en los acuerdos es mejor en Colombia que en los "pares" con los que se acuerda libre comercio. Un país que por causa de la guerra, busca incrementar el número de policías y militares, envía un mensaje claro de que no es solamente simbólico el despliegue del aparato represivo en las calles, el mensaje es que es nocivo crear. Un país en guerra no puede pretender ser un país de ciudades creativas, es un país de ciudades que resisten y nada más, es un país de víctimas esperando que se haga justicia con sus victimarios. Un país que no permite que lo que se vea y se proyecte sea la creatividad de sus ciudadanos, y cuyo ministerio más pobre es el de cultura, es un país condenado al subdesarrollo, y es un país en el que es inviable generar economía creativa. Un país para el posconflicto es aquel que se prepara con su mejor ejército: el talento y creatividad de sus ciudadanos, y con la mejor arma: su patrimonio cultural.

Es por estas razones que tiene valor la iniciativa que surge de un banco como Findeter, que lleva 25 años dedicando su esfuerzo y su experiencia a la financiación de infraestructura dura para las regiones, de disponer en los últimos tres años recursos humanos, técnicos y financieros a los asuntos culturales prioritarios y emergentes del país. Porque desde ese momento, y paralelamente a la adaptación de la plataforma de Ciudades Emergentes y Sostenibles del Banco Interamericano de Desarrollo, se proyectó en Findeter la incorporación de un fuerte componente de desarrollo humano en la implementación en Colombia de esta metodología de planificación territorial a largo plazo, haciendo un pertinente reconocimiento al valor cultural y la riqueza inmaterial existente en las ciudades colombianas.

En las ciudades en las que Findeter prioriza acciones encaminadas a fortalecer la economía creativa desde los programas de Ciudades Sostenibles y Ciudades Emblemáticas, lo que apoya es la idea de ponerle paredes y techo a lo que ya tiene piso. Hay procesos, ahora hay que volverlos empresas culturales. Esta es la ruta de la innovación, trazada desde las industrias creativas. Y esa ruta nos ha mostrado que desde lo público se debe asumir el riesgo de invertir en procesos que desencadenen industrias creativas y culturales, y que los recursos dispuestos desde las diferentes fuentes de financiación del desarrollo de las ciudades, también se están adaptando  a ese cambio de paradigma. Sí hay recursos para la cultura, y es necesario que los gestores, con el apoyo de los alcaldes, gobernadores, líderes gremiales y sector productivo, puedan comenzar a presentar los balances superavitarios en lo humano y lo económico de la cultura como medio de transformación social. Las secretarías de planeación ahora deben atender con mirada de aliado a los secretarios de competitividad y de cultura, porque cada vez más en un escenario de posconflicto tienden a generarse más espacios para la creación, más espacio para el despliegue del capital intelectual, porque en el posconflicto la cultura se entrelaza con la paz, y eso ya es razón suficiente para que Colombia y sus ciudades sean cada vez más atractivas para la mayoritaria clase creativa y para el resto de ciudadanos que disfrutan de los resultantes de la capacidad creadora de esta clase creativa, que en nuestro país no es innovación, es natural.

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