Una política espiritual del amor para Colombia

Una política espiritual del amor para Colombia

¿Por qué en una país atravesado por el dolor seguimos todavía resonando con la ira, el odio, la venganza y el resentimiento?

Por: Carlos Andrés Duque Acosta
julio 27, 2020
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Una política espiritual del amor para Colombia
Foto: Pixabay

¿Por qué seguimos entregando nuestra energía y atención a los que gritan más alto o insultan con mayor radicalidad?

Soy colombiano. Como millones de mis compatriotas no ha pasado casi ningún día sin que la violencia social sea una presencia constante en mi vida; por eso, desde que tengo uso de “conciencia política” hay una cuestión que me acompaña: ¿cómo transformar a Colombia?, es decir, ¿cómo lograr avanzar hacia verdaderos escenarios de paz, reconciliación, justicia social y equidad?

No tengo una respuesta, sin embargo, con todo respeto, siento que no avanzaremos si continuamos resonando con los “afectos bajos” o las “pasiones tristes” como las llamó el filósofo Spinoza. Si seguimos resonando con la ira, el odio, el resentimiento, la sed de venganza, continuaremos encerrados en los ciclos interminables de la violencia fratricida. Me sigo preguntando: ¿por qué seguimos entregando nuestra energía y atención a los que gritan más alto o insultan con mayor radicalidad?, ¿será acaso este camino el que nos llevará a otros niveles de transformación, convivencia y justicia social? Quizá necesitamos entender que la guerra en Colombia somos también nosotros; necesitamos empezar a ser de verdad el cambio profundo que queremos ver en nuestra tierra. Algunos dirán que es absurdo, ingenuo, idealista, que por el contrario necesitamos nuevas guerras, que hasta que el último culpable no pague por todos sus delitos no tendremos paz.

Es aquí donde el asunto empieza a tener relación con una dimensión profunda, intangible, con la interconexión profunda que somos y estamos siendo; es decir, con una dimensión espiritual. La guerra en Colombia tiene muchas causas, pero fue hecha por hermanos, por hijos de estas mismas tierras. El odio que reflejamos en el otro, es el odio que también nos habita, el odio que no hemos podido aún elaborar. Si seguimos “vibrando en frecuencias bajas” como dicen los místicos no lograremos encontrar salidas colectivas a nuestra historia de dolor. La frecuencia más alta es la del amor que es una forma de descentramiento, de ampliación de consciencia, de salir del ego para abrirme al otro, a lo otro, a la común-unidad. No será la aniquilación de mi adversario ni la negación de su diferencia radical lo que nos permitirá avanzar hacia otros horizontes de trasformación, convivencia y justicia. Y no importa todo el dolor o la injusticia que haya padecido nuestro cuerpo o el de nuestros seres más queridos: de los ciclos de dolor no saldremos creando más dolor. De la oscuridad solo salimos a través de la luz. De hecho, este es uno de los principios de la justicia transicional que inspiró el Acuerdo de Paz de 2016: tendremos que aceptar niveles de impunidad, olvido y sobre todo de perdón para empezar a romper los ciclos históricos de violencia.

Nada de lo anterior es sencillo de digerir, desde luego, pero podemos aquí volver a recordar las palabras de un maestro espiritual de la antigüedad, a quien millones de mis compatriotas dicen seguir; él nos legó un fragmento que ha sido muchas veces malinterpretado como signo de debilidad pero que contiene una poderosa enseñanza espiritual para la vida política. Aunque no pertenezco a la religión cristiana estoy convencido que en estas líneas se encuentra el fundamento profundo de una verdadera política espiritual del amor para Colombia. Ojalá, sin importar nuestra ideología o filiación partidista, empecemos a apostar todos por ella:

“Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le impidas que se lleve también la capa. Dale a todo el que te pida y, si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. ¿Qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al dar prestado a quienes pueden corresponderles? Aun los pecadores se prestan entre sí, esperando recibir el mismo trato. Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados. Sean compasivos, así como su Padre es compasivo.” (Lucas 6:27-38, NVI)

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