Una nueva época de nacionalismos
Opinión

Una nueva época de nacionalismos

La elección de Trump, bajo el lema de “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”, vuelve a plantear el interrogante sobre el significado del término nacionalismo

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enero 14, 2025
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En los últimos tiempos se ha visto un resurgir del nacionalismo. El concepto fue revaluado y prácticamente abandonado durante los últimos lustros. Hoy en día se ve renacer en lugares como India, Turquía, Rusia y varios países de África, con las más variadas posiciones ideológicas. La elección de Trump, bajo el lema de “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”, vuelve a plantear el interrogante sobre el significado del término.

Después de la Segunda Guerra hubo un auge del nacionalismo, que explica en buena parte acontecimientos como la Revolución China en 1949, la independencia de la India en 1947, la lucha de una década de Vietnam contra el colonialismo estadounidense, el panarabismo liderado por Nasser buscando la creación de una nación árabe en 1952,  la revolución argelina en 1962, la Revolución Cubana en 1959, la lucha sandinista en 1979, la declaración de independencia de varios países africanos, la afirmación de la autonomía de Yugoslavia y decenas de casos más.  El clímax de las posiciones nacionalistas fue la Conferencia de Bandung, en 1955, y la creación de la Organización de Países no Alineados.

La Unión Soviética de Kruschev, ya entrados los sesenta y en plena Guerra Fría, instrumentalizó en beneficio propio el nacionalismo en boga del Tercer Mundo para construir un imperio a lo largo y ancho del planeta. El criterio que se impuso no fue defender los intereses nacionales, sino alinearse con la Unión Soviética en su contienda mundial contra Occidente.

Hasta entonces, el nacionalismo había mostrado múltiples facetas. Durante el siglo XIX, el nacionalismo jugó un papel decisivo en la conformación de los actuales países europeos, tal como lo demostraron Alemania e Italia en 1871, cuando pequeños Estados nacionales tales como Prusia, Sajonia, Lombardía o Venecia se integraron en naciones en el sentido moderno del término. Las poderosas naciones creadas por el nacionalismo europeo enfrentaron dos obstáculos, uno, el particularismo de las regiones heredadas del régimen feudal cuyos intereses locales chocaban con el poder central, y el otro, la oposición de la Rusia Zarista que creó la Santa Alianza, contra las nacientes republicas burguesas. Los zares avivaron el nacionalismo provinciano y localista, como fue el caso del paneslavismo, para intentar restaurar a las monarquías europeas.

El Siglo XX puso en evidencia que no significa lo mismo el nacionalismo de los países dependientes y subdesarrollados, el llamado Tercer Mundo, hoy Sur Global, que el nacionalismo de las grandes potencias.

El nacionalismo de los países en desarrollo busca   hacer realidad lo que Europa Occidental y Estados Unidos habían ya logrado durante el siglo XIX al eliminar los vestigios del Medioevo y crear un mercado interno e instituciones modernas.

El nacionalismo de las grandes potencias persigue en cambio asegurar el acceso a los recursos naturales estratégicos y a la mano de obra barata de otros países, pero, al enfrentarse las unas con las otras, desata conflagraciones como la Segunda Guerra Mundial, cuando el capital financiero de Alemania y Japón buscaron apoderarse del mundo, imponer su ideología e intereses aun a costa de Estados como Inglaterra, Francia y aun Estados Unidos. Uno era el nacionalismo agresor, anexionista e intervencionista, y el otro, el que intentaba defender el orden establecido. En 1945, Alemania y Japón quedaron tendidos sobre el piso, pero también Inglaterra y Francia, y se erigió una nueva hegemonía, la de Estados Unidos. Caído el viejo orden colonialista, en la posguerra se generalizaron los movimientos de liberación nacional, enfilados también ahora contra el neocolonialismo.

De estas experiencias es fácil deducir que el nacionalismo debe ser analizado dentro del contexto de la época en la que surge y que es una idea utilizada para los más diversos propósitos.

La consolidación de Estados Unidos como potencia dominante después de la Segunda Guerra y su reinado indiscutible vinieron acompañados, con la caída de la URSS a partir de los noventa, por la denominada globalización. El Nuevo Orden Global consideró que todos los países debían abandonar sus propósitos nacionales, pues solo un mundo económicamente internacionalizado aseguraría la prosperidad común. Y a la vez que atacaba el nacionalismo, fomentó el particularismo local con la finalidad de desvertebrar a los países en pequeñas regiones para facilitar la manipulación. Sucedió con Yugoslavia, la Unión Soviética, Libia e Irak y ahora con Siria, pero también con el separatismo en España y en varios países africanos.

Lo mismo sucedió en el Viejo Continente. La Unión Europea diluyó el nacionalismo de sus miembros, sofocó a Grecia, Portugal y España y convirtió a los países del anterior bloque soviético en proveedores de materias primas y mano de obra barata y calificada. La Unión Europea terminó al servicio de Alemania y Francia.

La hegemonía de Estados Unidos está hoy amenazando no solo a Rusia, China, la India e Irán, sino también a Europa. Lo nuevo con la administración Trump parece ser que amenazará incluso a los que hasta ayer eran considerados aliados incondicionales. Por más servilmente que se comporten, serán obligados a supeditarse a los propósitos estadounidenses, como es el caso de Dinamarca con el asunto de Groenlandia. Ya lo había practicado Biden con su política de desindustrializar a Europa, volverla dependiente de sus suministros energéticos y tratar de cortar sus vínculos con Rusia y China.

Al parecer Estados Unidos no necesita aliados sino súbditos. El propósito de Trump de hacer a Estados Unidos grande otra vez implica pasar por encima de amigos y enemigos para intentar recuperar la cada vez más disminuida capacidad de competir globalmente.


El propósito de Trump de hacer a Estados Unidos grande otra vez implica pasar por encima de amigos y enemigos para intentar recuperar la cada vez más disminuida capacidad de competir globalmente


Hoy en día el genuino nacionalismo es el que enfrenta esta agresión. Nuevamente se va a poder usar sin dudas el término imperialismo para calificar los propósitos estadounidenses. Estados Unidos ha usado y seguirá usando el nacionalismo localista como pivote para enfrentar a sus verdaderos adversarios, el ucraniano contra Rusia, el taiwanés contra China, el kurdo contra Turquía, y atizará los conflictos regionales para enfrentar a los unos contra los otros. Detenta en sus manos los medios de comunicación, así que los buenos serán quienes sigan sus dictados y los malos quienes se opongan, independientemente de que unos u otros tengan diferentes sistemas políticos u orientaciones ideológicas, y todo en nombre de la democracia y la libertad, las dos banderas de las que tanto ha abusado.

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