Una historia tenebrosa

Una historia tenebrosa

El asesinato de Rafael Uribe Uribe

Por:
octubre 15, 2014
Una historia tenebrosa

En el libro Una historia tenebrosa, Adelina Covo recrea con base en hechos fácticos uno de los acontecimientos más impactantes de la historia política colombiana: el asesinato del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe. Un relato, escrito con el ritmo de un thriller, que busca despejar este misterioso hecho.

El presente aparte que forma parte del libro que acaba de salir al mercado, cuenta los sucesos que ocurrieron la mañana antes del asesinato del gran líder liberal.

 


Doña Tulia se asomaba en la oficina que tenía el general Uribe Uribe en su casa,para darle vuelta a su marido mientras trabajaba. Tenían una bonita relación, estaban casados desde hacía 28 años, sin contar el noviazgo. -“Mire mijo, aquí le traigo una tacita de té para que se caliente mientras trabaja. Ande y tómesela que está todo emparamado”-, decía a su esposo mientras le dejaba una infusión humeante en aquella fría mañana bogotana.

El general hacía una breve pausa para ser amable con su mujer sin salirse del todo del trabajo que lo apasionaba. Agarraba la taza entre sus dos manos buscando algo de calor y la vaciaba lentamente. “Está muy rico Tulia y muy oportuno con el frío que hace” –le hablaba como el fiel y cariñoso marido que siempre fue-. “¿Qué haría yo sin ti Tulia? –le decía Uribe mientras le tomaba la mano-, siempre tan pendiente de todo lo mío”.

Halagada, aun después de tantos años de vivir con aquel hombre, se le salía algo de rubor. El general entregó la taza vacía a su mujer y le volvió a tomar cariñosamente la mano. -“Ahora sigo Tulia. Debo hacerle las últimas correcciones al proyecto que voy a presentar esta tarde” –le dijo. La mujer sonrió y acarició la cabeza de su marido. “Bueno, Rafael, siga trabajando. Yo voy a la cocina que con Erminia estamos preparando ricas colaciones para el chocolate”.

Todo era armonía en la casa del general Uribe Uribe. En el zaguán de al lado aguardaban Salomón Correal y Pedro León Acosta. Ambos generales de la Policía. Correal era el jefe nacional y Acosta había sido el protagonista del fallido atentado al presidente Reyes ocho años atrás. Esperaban a los dos sicarios que deberían asesinar a Rafael Uribe Uribe ese mismo día. Todos habían sido escogidos por el Venerable, como llamaban a sus espaldas al personaje que movía las fichas en la Colombia de entonces.

Generales

 

4

Los dos sicarios se daban el lujo increíble de hacer esperar a los dos generales más importantes de la Policía. No llegaban y ambos oficiales rechinaban los dientes dentro del zaguán. Esa mañana muy temprano, Carvajal había tenido que sacar a Galarza de la cama, pues el guayabo por la borrachera de la víspera era terrible. Al llegar lo encontró aun acostado tomando una changua que le había preparado la empleada para ver si reaccionaba. María Arrubla, la concubina de Galarza, había salido muy temprano. Desde que recibían platica tenía negocio propio y sirvienta.

- Ándese mijo, que hoy es el día –le dijo Jesús Carvajal jalándole la cobija para que Galarza saliera de la cama.

- “¡Qué dolor de cabeza tan hijueputa!” –respondió Galarza-. “¿Será que me puedo parar?”

Carvajal ya estaba acostumbrado a las estupideces de su amigo, pero le tocaba aguantárselo. Galarza había sido el escogido y Carvajal creía que era él quien lo había elegido como cómplice. - “Semejante oportunidad esta que me ha dado el Leovi, ni puel’ diablo que le quedo mal” –pensaba mientras se armaba de paciencia para llevarse a Galarza. Tenían que terminar de cuadrar los instrumentos antes de reunirse con los generales.

- Vamos, güevón, levántese que tenemos mucho que hacer –le dijo.

Logró sacarlo de la cama. Galarza se vistió y salieron a la cita con los dos generales en el sitio acordado. En el camino pararon en una tienda para tomarse el primer aguardientico de la mañana. Tenían que pasar por las dos hachuelas que debían mostrar en la cita. Como los policías no confiaban mucho en ellos, tenían que cuidar cada detalle, como asegurarse que tuvieran las herramientas listas. Fueron a la casa de Carvajal a buscar la suya, la de Leovigildo estaba en la carpintería por donde pasarían después. Con los dos primeros aguardientes del día adentro, se sintieron con más ánimo. Ahora tenían que cumplir con el libreto que les había sido ordenado antes de su histórica tarea. Llegaron hasta la carpintería donde Galarza recogió su hachuela.

Los dos oficiales de la Policía habían sido escogidos por su reconocida crueldad y osadía. Como sabían que la justicia no funcionaba, poco les importaba que los vieran metidos en aquel zaguán pocas horas antes del crimen. Tenían que verificar todo personalmente, después del fracaso de Barrocolorado no podían fallar. Estaban allí para hacer el último repaso de la lección a los dos sicarios.

No era difícil saber por donde pasaría Uribe Uribe. Era rutinario, todos los días caminaba hacia el Capitolio por la misma vía. Poco después de las nueve llegaron los dos asesinos. “Llegan atrasados” –les advirtió Correal en tono seco, severo.

- Estábamos buscando las hachuelas, mi general –respondió Jesús Carvajal agachando la cerviz. Era la actitud habitual de la clase baja cuando hablaba con los de arriba-. Aquí las tenemos debajo de las ruanas –dijo mientras las mostraban.

- Bueno ya saben lo que tienen que hacer –decía Correal y repasaba cada detalle.

Les recordaba que tenían que ir a la carpintería y afilar bien las herramientas delante de todos los demás artesanos. Mientras Correal les hablaba sentía un tufo hediondo y se inquietaba pensando que no iban a cumplir

- No debe quedar una sola duda de que esto se les acaba de ocurrir. ¿Está claro? –preguntó Correal.

- Como el agua –respondió Galarza que se creía un prócer por la tarea que cumpliría pocas horas más tarde.

Correal les insistió que una vez afiladas las hachuelas, tomarían otra herramienta del taller y la llevarían a empeñar para poder beber. Les hablaba en tono cada vez más severo. Les recomendó que debían mantener la actitud de alguien tan pobre que no tuviera ni con que comer. Les machacaba cada cosa para asegurarse de que le entendieran.

- Claro que sí, general –respondieron los dos al tiempo.

Salomón Correal seguía cuidando los detalles y les decía a los dos sayones que debían ir a la tienda que estaba frente a la casa del general y tomarse un par de aguardientes allí. –“Es importante que los vean rondando la casa esta mañana”-, pensaba Correal. Siempre les hacía repetir lo que tenían que hacer para cerciorarse de que habían comprendido y les insistía en que preguntaran todo para que no tuvieran dudas. Era un policía muy concienzudo.

Los sicarios se sentían tranquilos, no se preocupaban sobre lo que les ocurriría después. Sabían que estaban protegidos. Entre ellos aseguraban que ni un día de cárcel pagarían. El jefe de la Policía se encargaba de que se sintieran cada vez más respaldados, aunque no dejaba de preocuparse de que se le retobaran a última hora, especialmente Galarza.

- Yo me encargaré de que nada les pase. ¡Todo saldrá bien, mis chinitos! –les decía.

- “¿Y este güevón que se cree? Como si fuera él quien me va a defender. A mí me defiende el Venerable” –pensaba Galarza al tiempo que doblegaba la cerviz en aparente actitud de sumisión.

Ninguno de los cuatro vio que en el preciso momento que llegaron los dos artesanos pasaba Adela Garavito, la hija del general Elías Garavito que venía de la misa de la capilla del Santo Sagrario. Era el día de Santa Teresa y ella era devota. Buena observadora y como toda solterona que se respetara, también comunicativa, hablaba un poco más de la cuenta. Extrañada al ver a Correal y a otro general en sospechosa actitud dentro del zaguán, paró sin disimulo para ver qué ocurría.

- “Nada bueno pueden estar haciendo” –pensó.

Se trataba de nadie menos que del director de la Policía. El otro oficial vestía pantalón con franja de gala, chaqueta y espada. La Garavito vio claramente que Correal hizo una seña con la mano a los dos artesanos cuando entraban al zaguán para que se acercaran. Esto le pareció más extraño aun. Parada al frente miraba sin disimulo alguno y pensaba que era muy extraño todo aquello.

No aguantó la curiosidad y decidió quedarse allí mirando, estaban tan concentrados que ni siquiera la habían visto. Adela advirtió que los dos artesanos escondían algo debajo de sus ruanas. Miró las caras de todos pero no pudo escucharlos. Hablaban en susurro y ella estaba un poco retirada.

De pronto sintió unos ojos clavados encima de ella. Etelvina Posse mujer ladina con fama de policía secreta, se le acercaba. Adela la conocía porque habían compartido inquilinato pocos meses atrás. Etelvina era la esposa de un señor Posse, pero se rumoraba que era amante del general Salomón Correal, famoso por su prédica constante de guardar las buenas costumbres. Amenazó a la Garavito con la mirada para que se fuera. Ambas sabían que Adela había visto todo.Temerosa, siguió de prisa su camino.

Los dos artesanos salieron del zaguán y caminaron hacia la carpintería de Galarza. El general Acosta siguió calle abajo por la misma ruta que Uribe caminaría tres horas más tarde. La Posse se le acercó a Correal.

- Salomón, debes tener cuidado –le dijo-. La hija del general Garavito los vio.

- Peor para ella si se atreve a decir algo –fue la desparpajada respuesta del policía, que se encogió de hombros. “Nos vemos esta noche, Etelvina, si tu marido no ha regresado”.

ilustracion

 

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