Un mundo dividido por la guerra contra un enemigo invisible

Un mundo dividido por la guerra contra un enemigo invisible

La pandemia es apolítica y no partidista. Es el momento del respeto, de un vínculo más estrecho y profundo, y de reducir al mínimo el espíritu de enfrentamiento que prevalece

Por: Martin Eduardo Botero
febrero 01, 2021
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Un mundo dividido por la guerra contra un enemigo invisible
Foto: Leonel Cordero

La pandemia del SARS-CoV-2 es el enemigo invisible de la humanidad totalmente bárbaro, cruel y despiadado que no reconoce fronteras ni económicas, ni sociales ni geográficas, pero latente puede estar acechando en cualquier parte y al que no debemos permitirle que se salga con la suya —nunca y en ninguna parte—. La manera de combatirlo es diferente a cómo afrontaba la humanidad los enemigos del pasado es distinta de todas las guerras anteriores y cabe recordar que al mundo se le ocultó deliberadamente esta realidad y les confundió con respeto a la evolución del asunto. Eso es una falacia. Estamos en guerra, pero me parece que alguien no ha entendido todavía muy bien el alcance de este acontecimiento y la importancia del momento que estamos viviendo. Acontecimientos y actuaciones posteriores han puesto de manifiesto que la guerra contra este flagelo que sigue devastando a la humanidad será larga. Es un reto que de verdad pone en peligro el futuro de la humanidad si no se enfrenta de manera adecuada. Se trata de una amenaza invisible que puede afectar de manera directa a nuestra salud, cuya importancia no se puede menospreciar, en particular ahora.

¿De quién es la culpa?

Hay una responsabilidad muy extendida y una negligencia coadyuvante alrededor de estos hechos, y la China no está libre de toda culpa: no se trata de opiniones o prejuicios, sino de hechos circunstanciados, concretos, graves, demostrados y verificados (Wuhan’s South China Seafood City market). Los hechos también incluyen las preguntas sin responder, las contradicciones y las omisiones (OMS). A la luz de todas estas pruebas, si la gente decide mirar a otro lado será porque les falta valentía para defender lo que es correcto o porque carecen de honradez intelectual. ¿Deberíamos fingir ahora que no ha pasado nada y mirar a otro lado, como han hecho muchos gobiernos? “Cuando nos enfrentamos a la verdad, cada uno de nosotros no representa a un gobierno o a un partido, sino a nosotros mismos, nuestra honradez moral individual y nuestra integridad como seres humanos”. La "diplomacia silenciosa" de los países occidentales o las potencias capitalistas atrapados en el juego del oportunismo y las afiliaciones políticas cada día se convierte más en una política de complicidad con el régimen dictatorial en Beijing, con un régimen comunista totalitario, lo que significa que algo no funciona en el sistema en su conjunto.

No es aceptable que China no haya sido condenada nunca por el atroz comportamiento que indiscutiblemente viola el derecho consuetudinario internacional general, también es motivo de grave inquietud para la comunidad internacional. Si la China hubiera asumido sus responsabilidades jurídicas y morales en todo el mundo, se habrían podido evitar esas aberraciones de alto orden. Lo que sucede es un escándalo absoluto. Hay que hablar francamente de irresponsabilidad, y no solo frente a occidente, sino a toda la humanidad. Tenemos derecho a preguntar cómo ha podido llegar a suceder esta tragedia y a saber si era inevitable. ¿Quién sembró el germen de esta clase, capaz de acabar con la vida de tantos inocentes de forma tan terrible? ¿Quién está detrás? No obstante, es imprescindible adoptar medidas más rigurosas y concretas para contrarrestar el comportamiento atroz de este régimen, que ha puesto en peligro los valores más fundamentales de la humanidad con sus políticas y prácticas inhumanas detestables. Esta generación de dirigentes comunistas pasará a la historia por su grave irresponsabilidad que ha puesto de rodillas al mundo y todo lo que la civilización ha logrado hasta la fecha. “Diría que los intelectuales deben manifestar su indignación, no solo levantando la voz, sino, sobre todo, actuando para que estos acontecimientos no vuelvan a repetirse”.

Nuestro mundo en un barril de pólvora

Ahora estamos sentados en un barril de pólvora que no debe subestimarse y que puede explotar en cualquier momento y por cualquier motivo. Las tensiones sociales aumentan a medida que cada vez más personas sienten que van a la deriva y se desplazan al margen de la sociedad. Las protestas crecientes contra las restricciones impuestas a la población para frenar las tasas de contagio del coronavirus, si bien hasta ahora han sido de proporciones limitadas, pueden ser solo la punta del iceberg. Los disturbios demuestran el potencial explosivo del estrés y la frustración creada por las restricciones a los derechos civiles y políticos de los ciudadanos y tienen un impacto catastrófico sobre el estado de salud físico y psíquico del pueblo. La mezcla de pobreza, alto desempleo, disparidad económica y creciente costo de vida han aumentado el sufrimiento de la población y afectado gravemente a todos los aspectos de la vida, lo que constituye una premisa del desastre humano que se avecina. Las protestas que hoy se escuchan en Países Bajos y en muchas otras ciudades del Viejo Continente son también resultado de este proceso y motivo de profunda preocupación. Es además una cuestión urgente, porque la bomba de relojería que amenaza con sumir a la larga a todo el occidente en un estado de agitación está a punto de estallar.

La guerra contra el COVID-19 se ha descarrilado

La cortina mediática de logros que se han levantado sobre la gestión y la adopción de medidas eficaces para lograr derrotar definitivamente ese flagelo mundial no esconde los gravísimos interrogantes que se atisban en el horizonte, lo que solo puede llevar a repercusiones y resultados más negativos. La raíz de la frustración y desesperanza de la población estriba en la falta de progresos conseguidos en el transcurso de la prevención de la propagación de la epidemia, incluso en lo relativo al problema del acceso a las vacunas y la lentitud de los procesos de fabricación.

Para decirlo de forma más franca y descarnada, no sería exagerado afirmar que la guerra contra el COVID-19 se ha descarrilado, se ha desviado y ha adquirido dimensiones preocupantes empujando al público al pánico; la situación de los derechos humanos va de mal en peor. Esta afirmación no se desprende de un análisis abstracto o especulativo. Está sustentada por hechos y acontecimientos bien documentados. El hecho es que muchos gobiernos y fuerzas políticas interpretan erróneamente la pandemia —Dios no lo quiera—, de forma oportunista y fuera de su alcance real, para promover sus intereses políticos estrechos. Estos enfoques y prácticas inescrupulosos están dando lugar a cada vez más casos de aniquilación de poblaciones, desintegración de sociedades, crisis e inestabilidad intermitentes en varias regiones de nuestro planeta.

La pandemia es apolítica y no partidista

No obstante, debemos resistir todos los intentos de politizar indebidamente la pandemia. Es algo moralmente repugnante y profundamente vergonzoso. La pandemia es apolítica y no partidista. También es inadmisible —añado— servirse de un virus como pretexto para presionar al gobierno, sabotear su labor, crear una atmósfera de fricción y aplicar dobles raseros con miras a lograr objetivos políticos y no humanos. No queremos que ningún partido político intente sacar beneficios electorales o intente politizar esta cuestión. Este es un momento de dolor y conmoción para todos, de unidad y solidaridad. El deber de la política y de todos los que actúan en la escena pública es incrementar el sentimiento de solidaridad y aumentar la concienciación pública en todo el país con el fin de combatir las actitudes discriminatorias, la desigualdad y la injusticia social. Al hacerlo, se hace eco del sentimiento público de pertenencia, reconocimiento, legitimidad y valores compartidos que hace de nuestro país formar parte de una gran comunidad de hombres y mujeres. No hacerlo sería, en mi opinión, politizar innecesariamente lo que ahora es una prioridad para el orden del día de la Colombia y, desde luego, no contribuiría precisamente a restablecer la confianza de los ciudadanos y la sociedad civil.

Por ello debemos ser fuertes y mostrarnos activos en la lucha contra este monstruo multicéfalo, respetando al mismo tiempo nuestros valores fundamentales. Es el momento del respeto, de un vínculo más estrecho y profundo con las personas y reducir al mínimo el espíritu de enfrentamiento que prevalece actualmente. Es un factor esencial para conseguir una sociedad más cohesionada, competitiva y dinámica, y un medio para recoger los beneficios de la diversidad. Solamente en este horizonte con sentido, nuestra vida y nuestra misión pueden renovarse y redefinirse, para responder de modo significativo a las expectativas de la verdadera política, haciendo revivir, en muchos casos, nuestra democracia, nutrirla, hacerla efectiva y constructora de comunidades. Es hora de fijarnos metas que sean iguales al profundo sufrimiento social en el que estamos inmersos, sufrimiento que alimenta la desigualdad, el cansancio, el dolor. Tenemos que hacerlo antes de que sea demasiado tarde. El pueblo merece más respeto e incluso más generosidad. La meta es tener suficientes vacunas para todos, en consonancia con el derecho a la salud. Esto nos deja con la mentira de una guerra imposible de ganar. Esta es una de las razones principales por la que urge que nos unamos para hacerle frente. Amén.

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