Un libro salvado de las aguas
Opinión

Un libro salvado de las aguas

Noticias de la otra orilla: la increible anécdota caribe

Por:
agosto 07, 2021
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La cosa vino a cuento de la manera más insospechada. Luego de varias tentativas frustradas, mi encuentro con el joven poeta egipcio, de visita en Colombia, Ahmad Moshen, finalmente tuvo ocasión hace unas semanas en mi casa de Salgar.

Estábamos en la cocina porque esa mañana me había invitado a desayunar a la manera de ellos en El Cairo. Era algo que él llamaba /Habas/ envuelto en pan árabe y acompañado de un delicioso café árabe fuerte. Pero aquellas habas tenían la apariencia de simples zaragozas rojas. Cuando él dijo “habas” yo, por jugar simplemente con la iconicidad sonora, solamente repetí Abbas Beydoun. El soltó la sartén, se retiró asombrado de la estufa y me preguntó:

—¿Tú conoces a Abbas Beydoun? Él es uno de los más grandes poetas vivos de las letras árabes, y yo hace poco asistí a un taller con él en El Cairo.

—No sólo lo conozco, —le contesté, sino que hace unos años él estuvo en Barranquilla en un recital que yo organicé con poetas internacionales, y tengo una anécdota extraordinaria de esa experiencia que te contaré, si quieres.

Sucedió que luego de recogerlo en el aeropuerto, junto al poeta español Juan Vicente Piqueras y del legendario poeta peruano Américo Ferrari, los dejé a los tres en el hotel Majestic, con la promesa de que pasaría por ellos para salir a dar una vuelta por la ciudad.

Y así fue. Recogí a Beydoun y a Piqueras, porque Ferrari se declaró cansado, y nos fuimos como a las 3:00 p.m. directo a Puerto Colombia para contarles la historia de Barranquilla caminando por el viejo muelle. No sé por qué al poeta árabe se le dio por traer consigo el único ejemplar de su libro “Tiro” con el que leería esa noche en su recital de Barranquilla y luego, días después, en el festival de Medellín.

Pasó entonces lo inesperado. La fuerte brisa que azotaba la tarde a esa hora arrancó de pronto el libro de sus manos y lo depositó en lo alto de una ola en donde estuvo unos segundos bamboleándose. El poeta corría de un lado a otro vociferando en árabe sin saber qué hacer mientras nosotros, Piqueras y yo, estábamos como paralizados mirando el libro a punto de zozobrar.

De repente vi, acodado sobre la baranda del muelle, a un joven pescador del pueblo con su atarraya recogida en sus brazos y le ofrecí $20.000.oo para que intentara rescatar con su red el libro que seguía flotando frente a nosotros, pero a una distancia absolutamente inalcanzable y peligrosa.

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El joven pescador lanzó magistralmente su red a las aguas agitadas del Caribe y fue hermoso ver cómo los plomos de la tarraya se cerraban sobre el libro y lo rescataban de un naufragio seguro

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Dicho y hecho. El joven pescador lanzó magistralmente su red a las aguas agitadas del Caribe y fue hermoso ver cómo los plomos de la tarraya se cerraban sobre el libro y lo rescataban de un naufragio seguro. El hombre cobró la red hasta la baranda en la que estábamos expectantes y me entregó el libro empapado en las aguas saladas, y yo lo puse en las manos del poeta que intentó enseguida secarlo con sus propias ropas. Y nos fuimos riendo a tomar una cerveza y comernos unas ostras, para pasar el susto y celebrar.

Esa noche, en la sala principal del teatro Amira de la Rosa, donde se celebraba el recital de nuestro evento Poetas del Mundo en Barranquilla, conté la historia antes de leer la reseña que presentaría al poeta Beydoun, pero dudo que muchos la creyeran; como sucedería días después en el Festival Internacional de poesía de Medellín donde leímos juntos los mismo tres poetas del paseo en el muelle, salvo otra vez Ferrari.

Pero en Medellín fue el mismo Beydoun el que contaría la historia y yo la corroboré, pero tampoco creyeron mucho en la aventura que contamos. Se rieron sí, y pensaron que era una típica exageración caribe que yo le había vendido al propio poeta para quedar como héroes de poesía.

Mi amigo, el poeta egipcio que me escuchaba atento en verdad no sabía qué pensar con aquella historia. Él que tenía ya más de año y medio de vivir en los tremedales de Macondo porque estuvo residenciado más de un año en Sincelejo, seguramente pensaba también que la historia era otra fábula de asombro que se tejen por estos lares. Hasta que le dije que no solo todo eso había sido cierto, sino que en algún lugar de mi biblioteca, esa misma que él había estado curucuteando los dos primeros días de su estadía en mi casa, debía estar el libro salvado de las aguas porque el poeta Beydoun, una vez terminó sus lecturas en Medellín se me acercó un día en el lobby del hotel y puso su libro, aún húmedo, en mis manos con una breve dedicatoria de cariño en una de sus portadillas iniciales.

Al día siguiente de aquello recibí una llamada del poeta egipcio que gritaba emocionado en árabe y en español por el teléfono: “Lo encontré, lo encontré, nojoda, lo encontré”. Era el libro del gran poeta árabe que en realidad ni yo mismo estaba muy seguro que estuviera entre mis libros para ayudarme a contar esta bella historia de un libro salvado de las aguas.

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