Un futbolero llamado Che Guevara

Un futbolero llamado Che Guevara

La imagen del Che Guevara no necesita presentación en ningún idioma, pero quizá poco se sepa de su relación inseparable con el fútbol

Por: José Arreola
octubre 17, 2017
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Un futbolero llamado Che Guevara

Hace 50 años los fusiles acabaron con su cuerpo, pero su leyenda crece en todos los contextos.

Una noche de 1964, Eduardo Galeano llamó “traidor” al Che. La razón era simple: Guevara aparecía en un recorte de periódico, ya como ministro de la Revolución cubana, jugando al béisbol, vestido de pitcher. Para Galeano, hincha de Nacional en Uruguay, que amaba el fútbol y era el mejor en la cancha durante sus sueños, la afrenta no podía pasar desapercibida. Antes de ser conocido como el Che, Ernesto Guevara de la Serna era un ferviente jugador del deporte más lindo del universo. Ironías de la vida, él, que se convirtió en el mejor puntero izquierdo de la Revolución latinoamericana, blindaba la retaguardia: siempre fue arquero. Y jugando, descubrió la América Mestiza; esa sobre la que tanto pensó José Martí. Porque, entre otras cosas, el mágico deporte que se juega con los pies y el alma es una manera en que los humildes se hablan, se conocen y se hacen escuchar.

Ernesto Guevara y Alberto Granado recorrieron juntos varios países de Nuestra América en 1952. Ambos consignaron los acontecimientos importantes en sus respectivos diarios; desde luego, su participación futbolística lo era. En marzo de ese año, en Chuquicamata, jugaron por primera vez. Guevara describió así el evento: “Alberto sacó de la mochila un par de alpargatas y empezó a dictar su cátedra. El resultado fue espectacular: contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo: casa, comida y transporte hasta Iquique”. Cuzco también fue sede de su despliegue deportivo, allí Guevara se lució con “una que otra atajada”. Gracias a la “relativamente estupenda habilidad” de los dos, consiguieron alojamiento por un par de días. Semanas después, disputaron un primer partido en el leprosorio de San Pablo, en el que ambos jugaron “muy mal”. El 14 de junio, “día de San Guevara”, los festejos cumpleañeros de Ernesto fueron acompañados por un nuevo partido en el que ocupó su “habitual plaza de arquero con mejor resultado que las veces anteriores”. En una carta para su madre, relató que ya en Colombia, en el poblado de Leticia, atajó un penal que “va a quedar para la historia”. Y confesó, emocionado, que en Bogotá vería a Millonarios contra el Real Madrid. Su euforia resultaba comprensible: vería a Di Stéfano, por entonces estrella del club colombiano.

El segundo viaje del Che por la “Mayúscula América” inició en julio de 1953 y culminaría en 1955, cuando el Granma zarpó hacia Cuba. El acompañante ya no fue Alberto Granado, sino otro amigo de la infancia: Carlos “Calica” Ferrer. En el trayecto, jugaron no pocos “picaditos” en los que Guevara ocupó siempre la portería. Según Ferrer, el Che, además de ser “hincha furioso de Rosario Central”, también era un “arquerazo”. Guevara nunca se consideró como tal, pero era cierta e intensa su pasión por lo futbolero. En Costa Rica, en diciembre de 1953, escribió “A pesar de mi pie malo, jugué fútbol”. Antes, visitó nuevamente Perú y Bolivia donde también dedicó tiempo al “fulbito”. Guatemala y México fueron los últimos países de su itinerario guerrero y futbolístico.

De Rosario al mundo

Como Lionel Messi, Ernesto Guevara nació en Rosario y, como aquel, desde pequeño manifestó su pasión por el fútbol. Cuando el asma no se lo impedía, jugaba. Carlos Figueroa, también amigo suyo desde la infancia, relata que en alguna ocasión se enfrentaron a Unión, un equipo pituco al que nadie le ganaba. Los amigos del barrio, Guevara incluido, resultaron victoriosos. Y, según Figueroa, a Ernesto se le ocurrió que el equipo bien podía llamarse “Acá te paramos el carro”. Muchos años después, ya convertido en el Che, durante una breve estancia clandestina en Praga, se regalaba momentos de felicidad junto a su esposa, Aleida March. Es ella quien rememora esos pedacitos de alegría, sin que faltara la escapada “al estadio para presenciar un juego de fútbol”.

Diego Armando Maradona tiene un tatuaje de Guevara en el hombro, “para llevarlo siempre”. Dice que conoció la historia del Che cuando jugó en Italia, porque en cada manifestación de los obreros, de huelguistas, de estudiantes, la cara que aparecía en las banderas era la de ese “muchacho”. Y confiesa que, a partir de entonces, empezó a leerlo y a quererlo.

En las tribunas de Hamburgo, la imagen más famosa del Che Guevara se hace presente siempre que juega el FC Sankt Pauli, o simplemente St. Pauli. Un equipo de la segunda división alemana que llena estadios, no solo por su fútbol sino también por todos los temas políticos que hermana: de la lucha contra la discriminación racial y la ayuda a los refugiados, a la exigencia por la igualdad y el reconocimiento de los derechos del movimiento LGTB. Dicen que el equipo completo se entrenó, durante el año 2005, en Cuba. Dicen que, desde esa fecha, el Che se convirtió en uno más de sus integrantes.

Pero en su patria el Che también acompaña las canchas. A Mónica Nielsen le apodan, cariñosamente, “La Loca”. El sobrenombre se lo ganó por su insistencia en fundar un equipo de fútbol para los pibes del barrio en Córdoba, Argentina, que promoviera la igualdad, la solidaridad y el respeto. El equipo, ni más ni menos, tenía que llamarse Che Guevara. A los tumbos, desde el 2006, el Club Social Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara ha formado una historia singular. Ahora tiene integrantes en distintas categorías. Para la gente del barrio, según Andrés Eliceche, el equipo –conocido simplemente como “El Che”– se ha convertido en un referente imprescindible. El único “sponsor” del club es, precisamente, El Che.

Lo más lindo del fútbol pretende ser arrebatado por el negocio, la usura y las ganancias a toda costa. Ernesto Guevara de la Serna, que tanto creyó en lo mejor del ser humano, jugó al fútbol de la mejor forma posible: divirtiéndose, conociendo Latinoamérica, sin reflectores. Así se hermanó con todos aquellos que creemos que el disfrute del deporte más hermoso del universo es, menos que enajenación, una posibilidad de convivencia, de gozo, de cariño y de resistencia ante lo más jodido del mundo. Es, además, una invitación para pensar al Che alejado de altares, museos y veladoras. Vale la pena pensarlo así: guevaro y futbolero; futbolero y guevaro. Por eso, 50 años después de su asesinato, no hay muerte que lo mate.

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