Un festival internacional de teatro que quiere sobrevivir a la pandemia

Un festival internacional de teatro que quiere sobrevivir a la pandemia

Inicios, percances y supervivencia del FIT Manizales

Por: César Augusto Patiño Trujillo
septiembre 04, 2020
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Un festival internacional de teatro que quiere sobrevivir a la pandemia
Foto: Facebook @FITManizales

El Festival Internacional de Teatro de Manizales es uno de los más importantes eventos culturales de Colombia y Latinoamérica. Desde 1968 y con un extenso bache en los años 70 y 80, el festival ha sido parte de la tradición cultural del Eje Cafetero y de la nación. 2020 es un año sui generis, la pandemia ha puesto de cabeza toda la actividad de masas, sin embargo, ha sido también una oportunidad para reinventarse. Es una oportunidad para poner el ingenio de moda, y el festival no es la excepción.

De 6 al 12 de octubre se realiza, como es costumbre, el festival de teatro que históricamente venía llenando el Teatro de los Fundadores de la capital caldense e inundando sus calles con el apasionante teatro callejero. La pandemia ha frenado en seco dicha actividad, pero la organización mantiene una programación que se espera sea tan exitosa como lo ha sido en las calles y teatros. En su página oficial se publica el siguiente comunicado: “Teniendo en cuenta la situación actual, hemos buscando alternativas para seguir adelante con este proyecto de ciudad incorporándonos a los esfuerzos de legiones de artistas y organizaciones artísticas de todo el mundo que han recurrido a desarrollos y dispositivos contemporáneos en las comunicaciones y las redes sociales para encontrar nuevas formas de actuar o exhibir sus creaciones a través de la realidad virtual, transmisiones en vivo, streaming, u otros medios. El Festival de Teatro de Manizales invita al público a conocer historias que inspiran, cuestionan, que permiten reconocerse y entenderse a sí mismos; son 52 AÑOS llevando el teatro para ponerlo al alcance de todos. Esta vez llenando las pantallas con las obras más renombradas del teatro latinoamericano y abriendo las ventanas del Teatro Colombiano al mundo”.

Se espera un éxito rotundo. Vale la pena, a propósito de dicha actividad, hacer una sucinta descripción histórica del evento que nace en el año de 1968 en una ciudad de unos 230 000 habitantes, reconocida como el Meridiano Cultural de Colombia. En las Crónicas de una sabia locura (2003) del intelectual Wilson Escobar Ramírez, el autor explica que la ciudad carecía de una expresión propiamente escénica, y era, más bien una urbe de espectadores, ya que, con el clásico Teatro Olimpia llegaba del exterior gran cantidad de espectáculos desde el exterior. La ciudad carecía de grupos importantes en el Eje Cafetero, aunque la ciudad desde sus inicios, por allá en los 1860 tenía una tradición festiva que, por sus costumbres religiosas partía de las festividades religiosas a la Virgen del Carmen con las llamadas Fiestas Reales que lograron ser muy importantes hasta entrado el siglo XX convirtiéndose en un antecedente de lo que serían las festividades más importantes de la ciudad como son las Ferias de Manizales y el mismo festival de teatro que con el tiempo es censurado por la Iglesia Católica.

A la par con las festividades religiosas en favor de la virgen de una ciudad extremadamente adepta a la catolicidad se crea un personaje muy famoso en su época, un títere llamado Manuelucho Sepúlveda, de la imaginación maravillosa de un abejorraluno adoptado en la capital caldense, don Sergio Londoño, el primer titiritero de guante de Colombia. Y aunque Manizales fue la ciudad pionera de los títeres a nivel nacional, triste será reconocer que no cultivó la tradición dejando en “el olvido aquella herencia cultural” (Escobar, 2003, p. 14).

El papel de receptora de cultura y las actividades culturales descritas pueden ser algunos de los argumentos que justifiquen la razón por la cual Manizales se ha convertido en sede de uno de los más antiguos e importantes festivales teatrales en la América Latina hasta el día de hoy, muy a pesar de no tener un reconocimiento mediático a nivel nacional.

Con la construcción del Teatro Los Fundadores se hacía cada vez más necesaria la idea de justificar la construcción que en su momento fue considerado el más modernos de los teatros latinoamericanos. No era justo utilizar un escenario tan bien ponderado en proyecciones de películas comerciales. El centro de eventos debía ser utilizado en productos de mayor calado y fue cuando se pensó en un Festival Latinoamericano de Teatro Universitario, propuesto por el presidente de Procultura Manizales Carlos Ariel Betancur, por allá en 1966, aprovechando el protagonismo de los estudiantes en la vida de la ciudad.

Sergio Vodanovic, dramaturgo chileno del movimiento realista en una columna escrita en 1969 allá en su natal patria austral y que tituló la sabia locura manizaleña afirmó que “‘esta gente de Manizales es loca’ tanto por haber fundado la ciudad ahí, donde está, pendiendo del abismo, como por haber hecho ‘el teatro moderno más completo de Latinoamérica… con una parrilla escénica que ya se la quisiera una sala teatral europea’”. (Escobar, 2003, p. 20)

Pero es justo y necesario reconocer el ASCUN una de las asociaciones fundamentales para que el sueño manizaleño pudiera ser realidad. El prestigio de las universidades manizaleñas y “la existencia en ella del mejor auditorio con que hasta ese momento contaba el país” (Escobar, 2003, p. 21) fueron razones que se dieron para que la capital caldense pudiera ser sede del III Festival Universitario Nacional. Este puede considerarse entonces el preámbulo al Festival Internacional de Teatro, ya que la evaluación posterior al III Festival de ASCUN dejó como resultado la apropiación que sobre el evento se dio de parte de los estudiantes, adeptos a esta actividad, además de la excelente respuesta de profesionales y ciudadanía en general. La viabilidad era clara. Ya había forma de justificar la existencia del maravilloso Teatro de los Fundadores.

Todo esto lleva a Escobar a concluir que: “El festival no nació pues de una tradición teatral, ni de una escuela de teatro, ni de una efervescencia de elencos, ni de un público habituado al arte escénico ni exigente” (2003, p. 24). El entonces rector de la Universidad de Caldas, médico Ernesto Gutiérrez Arango reconoce que el teatro es en el mundo literario colombiano una de las artes menos sobresalientes y cultivadas salvo una que otra excepción, por lo que, dice el rector la noche de inauguración del festival que: “es nuestra aspiración que la celebración de este festival despierte el interés general por estas disciplinas” (Escobar, 2003, p. 24).

Carlos Ariel Betancur, uno de esos quijotes promotores del festival en una carta a Augusto León Restrepo en 1988 con el objeto de conmemorar el vigésimo aniversario de dicho evento, acepta que: “individualmente quienes resultamos envueltos en el asunto no llegábamos siquiera a la categoría de simples aficionados” (Citado por Escobar, 2003, p. 25), y complementaba diciendo: “Ansiosos de cultura unos, deseosos de prestarle un servicio a la ciudad, otros, y la ingenua petulancia de haber leído un texto o disfrutado un espectáculo casi todos, fueron los créditos que avalaron nuestra presencia en el nacimiento del festival” (Escobar, 2003, p. 25).

Queda claro que los primeros festivales de teatro de Manizales fueron universitarios, Por medio de la modalidad de eliminatorias a nivel nacional, dicho evento se realiza por primera vez en 1968, entre el 4 y 12 octubre, y se repiten entre 1969 y 1971 nuevas ediciones en medio de una crisis aguda por la gran cantidad de enemigos que tenía dentro y fuera del gremio.

Las convocatorias que se realizaron a nivel nacional y latinoamericano fueron efusivamente recibidas por el teatro latinoamericano, pues, y como explica Escobar (2003) estas empresas por fin lograban encontrar un lugar ideal donde se pudiera “exponer el pensamiento reprimido en otras latitudes” (P. 32), fue así como llegaron representantes de Cali, Medellín y Bogotá, además de compañías argentinas, brasileras, venezolanas, ecuatorianas, peruanas y paraguayas. Era maravilloso, el teatro universitario en el continente se movía con gran alborozo y soñaba con poderse presentar en la extraña y montañosa ciudad colombiana, normalmente poco conocida en el ámbito orbital.

Universidades como la Nacional de Córdoba, Argentina, la Católica Andrés Bello de Venezuela, el Grupo Ágora de la Universidad de Guayaquil o la Externado de Bogotá, se convirtieron en pioneras del festival.

La presencia de Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda en la primera edición fue uno de los más importantes anuncios sobre el certamen que, le proyectó de inmediato. Cabe destacar que el poeta chileno ya había visitado la ciudad en 1943 donde asistió a un encuentro en el Teatro Cumanday al lado de Alzate Avendaño, Marín Vargas, Lema Echeverry, figuras intelectuales prominentes de la provincia (Escobar, 2003). La apoteosis que fue la visita de Neruda a la ciudad para ser jurado y ofrecer un recital suyo, pertenece a otro artículo, aquí, al menos habría que decir que en un Fundadores para 1300 espectadores llegaron 4000.

Dicho festival censurado por la Iglesia católica tuvo en su arzobispo Arturo Duque Villegas un enemigo con poder, pues, en una carta a la Beneficencia reclama sobre el Teatro Los Fundadores que: “esta sala es la mejor del país, debe conservar una altura y una dignidad que correspondan a la ciudad o a la entidad que la dirige y a la sala misma” (Escobar, 2003, p. 78), quejándose que en dicho escenario se ha presentado una obra digna de toda reprobación, y que en la inauguración de ese evento se logró constatar que se realizó una obra: “lesiva a los sentimientos religiosos de nuestro pueblo y ultrajante para la jerarquía de la iglesia, y que la obra premiada fue obscena y que ha causado hondo desagrado a muchas personas sensatas” (citado por Escobar, 2003, p. 78).

Y termina el llamado de atención con una nota nada extraña para una ciudad con ideología extremadamente tradicional y gobernada por una jerarquía política y religiosa altamente goda: “Y finalmente que algunos de los personajes invitados, los de mayor representación, son de ideología marxista”, y para 1971, el mismo prelado hace críticas mucho más endurecidas cuando asume que el festival: “se orienta […] a presentar una crítica y unas ideologías no constructivas, sino disociadoras del pueblo latinoamericano, una visión exclusivista que no admite otra solución a los problemas del subdesarrollo que la protesta, la revolución, el brutal materialismo, la negación de los valores espirituales cristianos” (Escobar, 2003, p. 78), además de seguir acusando al festival de promover el marxismo y el perjuicio a la sociedad católica. Una postura eminentemente política y sectaria la del arzobispo.

Y fue más lejos, pues, en carta enviada al presidente Pastrana Borrero, se quejó de que el evento divulgaba: “tesis contrarias a la tradición democrática del país y a la fe católica del pueblo Colombiano, y en nuestro caso, del pueblo manizaleño” (Citado por Escobar, 2003, p. 79) en esta carta, el monseñor solicita al presidente que limite el tipo de temas ofrecidos en el festival, haciendo una campaña diplomática donde las naciones que han de llegar a representar a sus países envíen grupos teatrales que no sean extremistas ni irrespetuosos de la fe y derechos del pueblo colombiano. El gobierno Pastrana en sincronía con la jerarquía eclesial contestó favoreciendo la queja iracunda del cura mayor de la ciudad, ya que al inquilino de la Casa de Nariño le parecía: “absurdo distraer dinero del estado para que se malgaste en expresiones contra las tradiciones del país y la estabilidad de sus instituciones” (Citado por Escobar, 2003, p. 82). Claro, Pastrana da gusto a la godarria católica manizaleña y quita el apoyo financiero por parte de Colcultura y del gobierno nacional (González Cajiao, 1992). El cura se pudo frotar la manos y Carlos Ariel Betancur pudo en 1972 y 1973 realizar los últimos festivales de teatro.

No fue la política institución católica de Manizales, una de las más retardatarias del país, única enemiga del naciente festival, la Asociación Nacional de Teatro Universitario le daba duro al festival por otras razones, si quiera, contrarias a las del primero. Asonatu criticaba acusando al festival de fomentar un “teatro y una cultura oligárquicos, pretenciosos y sofisticados…por su posición autocrática y feudal ante la justa iniciativa del movimiento teatral universitario encaminado a democratizar el evento…” (Citado por Escobar, 2003, p. 83). Otros que se unen al prelado en la frotada de manos. La primera etapa del festival desaparece por poderosos enemigos, esos que sí no hacían teatro para eliminar el importante evento nacional e internacional.

El jurado del evento siempre tuvo una postura en favor del festival pues, según ellos, dicho certamen destaca la libertad absoluta, que conduce a denunciar todas las problemáticas emergidad en el seno de la sociedad latinoamericana, puesto que. “en este continente conviven la oligarquía y la miseria, los terratenientes y los indígenas, los torturadores y los torturados” (citado por Escobar, 2003, p. 83), así que, concluyen diciendo que dicho certamen debe: “excluir todos los espectáculos que intenten frenar el proceso libertador de las clases populares, pero permitir la libre manifestación de todas las etapas de ese proceso, sin limitaciones de enfoque y forma.”

1974 fue el año en que ya no se pudo realizar el festival. Gloria Zea de Uribe queda mal a Manizales. La partida que se iba a destinar quedó suspendida ocho días antes de iniciar el evento, la excusa era que se iba a reorientar para un festival nacional, que, por supuesto no se iba a realizar en la capital de Caldas.

Después de una larga década sin Teatro, en 1984 se reactivó el festival producto de la visita del ministro francés de Cultura, Jack Lang, bajo el gobierno de Belisario Betancur Cuartas. Se sugiere al mandatario: “la realización en nuestro país de un Festival Latinoamericano de Teatro, lo que decidió el Instituto Colombiano de Cultura a hacer renacer el de Manizales bajo esas nuevas premisas” (González Cajiao, 1992). Los sucesos ocurridos de aquí en adelante son para otro artículo, pues, vale la pena acercarnos a la historia de nuestros eventos culturales nacionales.

Han pasado 53 años desde aquel Primer evento realizado en Manizales. La segunda etapa desde 1984-1993, y una tercera desde 1994 a la actualidad nos muestran como a pesar de tantas barreras, este evento hoy por hoy se mantiene con una alta participación nacional e internacional.

En este momento la crisis de la pandemia ha exigido a todas las actividades humanas rehacerse. Tal vez sea esta una nueva etapa, la cuarta por mantener la división histórica de Escobar. Una crisis ya no producto de la mala imagen de la iglesia católica ni de rivales celosos, esta, una crisis que seguramente dejará en la cabeza de nuestros líderes del Teatro en Manizales, nuevas ideas que den mayor reconocimiento a una actividad digna de todos los colombianos y latinoamericanos.

Mantener la esencia, renovando, es una tarea para una ciudad como Manizales que como dijese Oscar Jurado, director eminente de teatro: “pertenece más al reino del aire que de la tierra, más al epicureísmo que a lo dionisiaco”. Esa es la ciudad que hoy se siente orgullosa de su festival y está decidida a mantenerle en alto a pesar de la pandemia. Gracias a sus organizadores, al final, con esta modalidad, se verá el fruto.

* Los datos históricos fueron extraídos de:

- Escobar, Wilson. (2003). Crónica de una sabia locura. Festival Latinoamericano de Teatro Manizales Colombia. 35 años. Manizales: Asociación Festival Internacional de Teatro de Manizales.

- González Cajiao, Fernando (1992) Festivales Universitarios de Teatro. En. Papel Salmón, sección cultural del diario La Patria. Manizales, agosto 16 de 1992. Edición 15.

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