Un fantasma recorre América Latina

Un fantasma recorre América Latina

"Es el hijo de las imposiciones de EE. UU. y una vigilancia inmemorial que ahora se traduce en sanciones económicas, especulaciones negativas y préstamos esclavizantes"

Por: Héctor Echevarría
octubre 29, 2019
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Un fantasma recorre América Latina
Foto: Carlos Figueroa - CC BY-SA 4.0

Además de compartir una historia, una cultura y la raíz de una lengua primigenia, los países latinoamericanos compartimos ciertos lastres sociales que, a veces pareciera, nos son inherentes: la pobreza, la increíble desigualdad que prima en nuestras sociedades, la corrupción de la casta política, un estancamiento de siglos heredado de la Conquista española. En el nivel de las mentalidades podríamos aducir, asimismo, un montón de semejanzas: un carácter retraído, propicio a la especulación y a la metafísica; la deificación de los próceres históricos (Miguel Hidalgo, Simón Bolívar, José de San Martín); la predilección por las formas y las jerarquías, entre muchas otras. Prevalece, asimismo, en el ánimo de los pueblos latinoamericanos una sensación terriblemente interiorizada de fracaso e incompletud histórica. No nos hemos erigido como naciones netamente independientes; ni fraternas. Desafortunadamente, nuestros fantasmas históricos nos acosan; de esta manera hemos sido presa fácil de políticas que nos han dividido en una lucha fratricida.

No soy ningún analista político. Acaso el mérito de mi reflexión subsiguiente consista en que representa un sentimiento generalizado. Por eso mismo mis palabras podrían parecer rudimentarias, elementales, deshilvanadas. No importa. Como digo, son el fruto más o menos informal de una reflexión compartida en torno a los recientes acontecimientos en Quito, Ecuador, y Santiago de Chile. Rebeliones que demuestran que los estragos del sistema neoliberal se hacen cada día más palpables, a tal grado de que los sectores sociales marginados han levantado la voz y el corazón hacia un derrotero compartido: una lucha fraterna por la defensa de los derechos básicos de las personas: educación, salud, vivienda, jubilación, seguridad, transporte.

Nada los detiene. Y nada los detiene porque en realidad tienen muy poco que perder. La voracidad del sistema capitalista se los ha arrebatado prácticamente todo, en beneficio de unas élites políticas y empresariales que acaparan la mayor parte de las riquezas. Ya no es posible continuar así, arguyen los manifestantes, quienes conocen los riesgos de represión, desaparición forzada o muerte al asistir a las marchas. Empero los asumen, porque hay muy poco que perder. El hastío se ha transfigurado en rebelión, en lazos comunitarios, en el fulgor de la mirada que reconoce, en medio del fragor de la batalla, al hermano, al marginado, al otro que es uno mismo.

Los dirigentes nacionales identificados con el régimen neoliberal (Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Lenin Moreno, Iván Duque) no han comprendido que el FMI no podrá resolver los problemas sociales en América Latina. Antes bien, la influencia estadounidense los ha agudizado, como se ha demostrado históricamente. La catástrofe económica en Argentina es un claro ejemplo de esta aseveración. Algunos dirán que la Argentina viene arrastrando problemas que se remontan al kirchnerismo, como puede ser el establecimiento de un aparato estatal oneroso, anticuado y absurdamente benefactor. O podrán argüir que la crisis económica en Ecuador se debe al gobierno torpe y corrupto de Rafael Correa. Puede ser. Sin embargo, son más bien excusas para justificar políticas que de facto afectan a los sectores marginados, a saber: los obreros, las amas de casa, las comunidades indígenas, las personas de la tercera edad, los estudiantes, los inmigrantes. La serie de inconformidades en Ecuador y Chile no obedece a otra razón más que a la falta de sensibilidad social de los gobernantes que no han podido comprender la lucha cotidiana de los ciudadanos por la supervivencia. Y no la comprenderán, puesto que no la han vivido.

Un fantasma recorre América Latina. Es el hijo espurio de las imposiciones de Estados Unidos que se remontan, como todos sabemos, al siglo XIX. Una vigilancia inmemorial que ahora se traduce en sanciones económicas, especulaciones negativas, préstamos esclavizantes, cuyo único objetivo es mantener sometidos a los países del subcontinente. Pero el sistema está a punto de colapsar, como lo ha sostenido Slavoj Zizek. Y no sólo en el plano de la economía. El individualismo preconizado por el mundo capitalista está siendo destronado por un inédito comunitarismo que se evidencia en Quito, Buenos Aires, Santiago de Chile. Un fervor que se exalta y se vivifica en la enconada resistencia de los pueblos indígenas ecuatorianos, en el clamor unánime del millón de chilenos que salieron a protestar contra el gobierno de Piñera bajo el lema de: “No estamos en guerra”. Y Chile, en verdad, representa una bella e inesperada sorpresa. Acaso el país más capitalista de América Latina se unifica para evidenciar las numerosas injusticias de una hidra que lo ha dominado desde los tiempos de la dictadura. ¿Qué países siguen? ¿Colombia? ¿Brasil?

¿Por qué precisamente Chile, si todo parecía transcurrir con absoluta normalidad o, lo que es lo mismo, con absoluta monotonía? Si uno analiza el caso chileno, las razones abundan: los jóvenes tienen que endeudarse de por vida para pagar su formación universitaria, a imitación de la operatividad de las prestigiosas universidades en Estados Unidos; los servicios de salud resultan precarios para las personas que no cuentan con el dinero suficiente para costear hospitales de primer nivel; y la milicia no se ha despojado aún de las prácticas autoritarias y represivas, herencia infame de la dictadura: incluso hoy, en medio de las protestas masivas y pacíficas, los soldados violan, matan, torturan. Pero el pueblo chileno resiste, y eso es digno de admiración.

En medio de las protestas en Santiago de Chile se multiplican las pancartas con la inolvidable frase de Salvador Allende dirigida al pueblo chileno: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Sí, que se abran las amplias alamedas donde broten, como árboles robustos, la esperanza, la fraternidad, el reconocimiento del otro, la justicia. Es el momento latinoamericano o, como sostienen algunos historiadores (entre ellos Elías Palti), es la primavera latinoamericana. Salgamos a ver los frutos históricos de las generaciones pasadas.

Para culminar esta nota azarosa, acaso accidentada, transcribo las palabras de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, cuando evoca el fervor unánime de los republicanos españoles durante la Guerra Civil: “Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre”. Un fantasma recorre América Latina. Dotémoslo de cuerpo, palabras e historia.

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