Umberto Senegal, la literatura en imágenes

Umberto Senegal, la literatura en imágenes

El reconocido poeta, cuentista y escritor colombiano tiene un gusto no tan conocido: la fotografía. Una mirada a su obra

Por: Carlos Alberto Agudelo Arcila
enero 09, 2019
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Umberto Senegal, la literatura en imágenes

Cuando la fotografía es el arte de captar mundos paralelos de lo cotidiano, cuando la mirada del fotógrafo no se estanca en una toma de rutina y tiene la certeza de atrapar, por ejemplo, la telaraña donde subyace el mundo poético del contorno, podemos enunciar una literatura en imágenes.

Estilo infrecuente cultivado por Umberto. Senegal, fotógrafo desconocido, sin método alguno, en este caso para bien de la fotografía, pues sus resultados con dicho des-lineamiento se convierten en arte, fruto de su capacidad de penetrar cualquier apariencia insignificante y darle un vigor nuevo al mundo marchito o reluciente de la existencia. Sí, sacrifica este recurso y acierta en la esencia rítmica de avizorar, con talento genuino, todo cuanto al transeúnte indiferente le es imposible captar, cuando pasa junto a una tarde agujereada de sombras.

A este cultor de iconografías, de arranques sorprendentes, lo he visto sobrevolar la esquina tras una silueta colgada del pavimento o devolver sus pasos inciertos, porque lo son, para retratar las extremidades vertiginosas de un tronco.

Umberto Senegal, reconocido poeta, cuentista y escritor colombiano, traducido a diferentes idiomas: bretón, griego, francés, rumano, italiano, japonés e inglés, esperanto entre otros. Especialista del verde y el mundo marchito, cuando con la otra cámara, la de sus sentidos, devela un ultramundo imposible de aprehender, por parte del hombre insensible. 

En cada una de sus fotografías se puede leer un cuento, un poema, un lenguaje erótico. Quizás sea esta una pareidolia mía, no importa. Y en esto radica su esencia, no dejarnos indiferentes ante el espectáculo oculto del entorno. Por el contrario, algo sucede. Cada imagen, de su ya amplia galería fotográfica, vertebra en nuestro cerebro una riqueza de acciones y posiciones de fantasmagóricos seres, cada uno interactuando a su manera con la existencia.

Sin embargo, sus fotos son objetivas, a pesar de la lógica subjetiva de quien la aprecia, como él mismo lo describe: “el sentido que me induce a concretarlas, es la belleza, lo estético. Con esas fotografías decodifico la globalidad del paisaje e intento penetrar lo minúsculo de la flor, la hoja, el tallo, la corteza, etc. revelando muchas veces su presencia erótica. La unidad del fragmento, destacado de la totalidad del objetivo, es mi pretensión. No soy fotógrafo profesional. Tú sabes cómo me describo cuando comienzo a embriagarme al buscar ángulos inusuales del objeto a fotografiar En este caso, fotografías minimalistas del paisaje quindiano”.

En medio de tintos y conversaciones acostumbradas, transcribo de este artista el concepto respecto a la manera de ejecutar su arte: “mis fotos son ojo, cámara y objeto. Estos tres elementos fundamentados en otros tres elementos: no prisa, asombro y sensibilidad”. 

Lo he observado durante múltiples mañanas y tardes, entregarse a este arte, con ojos de búho en la noche, de modo sorprendente. Descubre diversas formas de literatura en la verticalidad de la hoja seca, en el enrejado cuando recibe el amarillo escamotado de abejas fantasmales, en la luz bruñida a imagen y semejanza de la planta, en pequeñas perforaciones por donde cabe el grisáceo mundo del cielo, en esta llanura, en aquella hondura, en fin… En esto radica su manejo novedoso de la cámara. Con prisa solo cuando prevé la sombra pronta a dar saltos súbitos hacia su mundo interior, o algo semejante, de resto va despacio, deja actuar con libre albedrío el entorno, acaricia el tiempo como si fuese terciopelo en sus manos de ángel guardián de la realidad circundante.

Se asombra y ríe. Su cara de peregrino irónico se enclava en todo cuanto lo rodea, con la certeza de alcanzar la imagen perfecta. Y lo consigue. Basta con ver cada una de sus fotografías, introducirnos en ellas, con los cinco sentidos, volvernos arte y parte de estas visualizaciones, dejarnos llevar por sus diferentes ciclos de vida. ¿Absurdo? Sí. Y de eso se trata al ejecutar este tipo de tomas, aunque el propósito del artista no sea este. Aquí se demuestra la otra lógica, por así decirlo, de cuánto es la vida. No es solo una realidad de automatismo. Hay algo más, la cual la ceguera de la apatía no deja ver.

Asombro, uno de los principales elementos con el cual se vitaliza Umberto Senegal. ¿Qué hombre con estos despliegues no es asombro puro? Ninguno. Se embebe con el universo en su totalidad. Él mismo fulge, cuando se le ve en plena acción poética, como prototipo de este extasiar.

Sensibilidad. ¿Otro de sus elementos? No. Aunque en esto contradiga a este calarqueño, no porque esta “sensación” es naturaleza inherente en su ser, nirvana física del alma. Permanece en este encomiástico devenir. Por esto cuando camina uno a su lado no hay porqué confiar en ir a la par de sus pasos, lo deja a uno en cualquier orilla y se resuelve a sí mismo en sensibilidad y adiós… en un instante se evapora y casi al mismo instante se le descubre atiborrado de flash, de existencia infinita; mientras los paseantes de pronto vean en él un loco, un desocupado más, y con razón a medias lo pueden juzgar así, porque de verdad es un loco al volverse malabarista para conseguir una imagen magistral, un loco de los muchos de los cuales urge el mundo, un haragán sin tiempo libre para la mediocridad.

Este autóctono de la arquitectura visual, le ahonda al elemento fotografiado un asomo paralelo, más allá del atributo superficial, hasta hacer germinar, en quien observa sus fotografías, la clorofila de su propia sensibilidad. Mejor dicho, Umberto con este sentido vanguardista del arte, se convierte en un colonizador de sensibilidades del otro, ayuda a vivificar el “YO” desecado, de quien ve en cualquier esencia fotografiable solo ecosistemas sin significación alguna.

En resumen, uno de los puntos claves de sus aciertos radica en su ser poético de la existencia, el cual vitaliza desde niño, auspiciado por el ente paternal, otro gran exponente de la literatura colombiana, Humberto Jaramillo Ángel, como también su desaforado amor por la lectura e investigación de todo tipo, y porque no, hasta de lo más elemental: Profundo investigador de la ciencia, de la política, de la poesía, de la literatura en todos sus planos, crítico objetivo, no se apasiona con criterio alguno, desentraña ideologías y contextualiza el pensamiento con argumentos contundentes, no amalgama la palabra a priori, va hasta lo más insondable de la esencia, a través de estudios coherentes cuando solicita en la Biblioteca Luis Ángel Arango cantidades de libros para estudiar y forjar la verdad, aparte de la biblioteca personal, construida en cantidad y en libros divergentes y únicos, desde lo místico hasta lo erótico, nos la transfiere por medio de muchos artículos escritos en diferentes periódicos y revistas del mundo, libros de su autoría ejecutados por su contumacia literaria.

Expresar la literatura en imágenes es igual a desenvolver el viento y encontrar en su abismo el haiku de la luz, de la sombra, plasmado en la vértebra de cada instante de este hermano del alma, polifacético, de risa insobornable y determinista de silencios.   

 

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