Opinión

Ucrania; el problema no es la guerra, el problema es la deuda

"El problema es la economía, estúpido". Bill Clinton.

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diciembre 16, 2025
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La importancia excepcional de la reunión del jueves próximo  en Bruselas del Consejo Europeo es muy difícil de exagerar. El tema que se va a abordar lleva semanas discutiéndose públicamente porque de su resolución depende aparentemente la continuidad o no de la guerra en Ucrania. Según la versión oficial, el retiro anunciado de la ayuda financiera de Estados Unidos aumenta exponencialmente el peligro de que colapsen las fuerzas armadas. Peligro que aparentemente solo puede ser conjurado eficazmente por el envío de tropas europeas a Ucrania para combatir directamente a los rusos. Las únicas disponibles en este momento, porque el presidente Trump ya ha dejado suficientemente claro que Estados Unidos va a retirarse del conflicto, dejando en manos europeas la decisión de continuarlo o no. Esta frase suya resume su estrategia: “Les venderemos las armas a los europeos y serán ellos quienes decidan si se las entregan o no a Kiev”.

El titular de un artículo publicado hoy en The Guardian, el influyente diario liberal británico, lo confirma: “Europa, dispuesta a liderar una `fuerza multinacional` en Ucrania como parte del plan de paz de Estados Unidos”.  El problema mayúsculo de quién y cómo se paga dicha “fuerza multinacional” es lo que tendrá que resolver el Consejo Europeo en su reunión del jueves. Los estrategas de la coalición belicista - encabezada por Gran Bretaña, Francia y Alemania - son conscientes de las serias consecuencias de que una Europa altamente endeudada, se endeude todavía más para financiar su participación directa en esta guerra. Si lo hacen disparar

a aún más la inflación que padecen y un nuevo recorte en unos gastos sociales, ya suficientemente deteriorados, puede no bastar para cubrir el notable incremento del gasto militar previsto. Y si llega a producirse la confluencia de aumento de la inflación y empeoramiento de los servicios sociales no puede descartarse que se multipliquen exponencialmente las manifestaciones de protesta y el desplazamiento del electorado de los partidos partidarios de la guerra a los partidos que se oponen a ella.  Es incluso posible la generalización de huelgas políticas como las protagonizadas hace semanas por los obreros italianos, que paralizaron los puertos del país en protesta por el genocidio del pueblo palestino en Gaza y la inflación.

La solución que han encontrado a estos dilemas es la de confiscar los activos rusos actualmente congelados en Europa, mayoritariamente en Bélgica. Esta es una decisión problemática, por lo que supone de golpe mortal a la confianza en las instituciones financieras europeas como depositarias seguras de activos, propiedad de bancos y fondos públicos y privados y de grandes inversores extraeuropeos. Confianza que ya fue puesta a prueba por la decisión del Banco de Inglaterra de embargar las reservas de oro de Venezuela depositada en sus arcas. De allí que se opongan a la confiscación Bart der Weber, primer ministro de Bélgica, los directivos de Euroclear, la empresa belga que guarda los activos rusos, el Banco Central Europeo e incluso el Fondo Monetario Internacional.  Rusia anunció que demandará ante los tribunales la confiscación y que, además, incautará empresas y activos occidentales depositados en sus bancos

Ante este panorama conflictivo es posible que Úrsula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, defienda en la reunión del Consejo, la fórmula que mejor elude las serias resistencias a la confiscación. Consiste en que la UE contraiga  un préstamo de 90.000 millones de euros para constituir un fondo para la “reparación” de Ucrania, respaldado por los activos rusos embargados. Monto que solo sería devuelto a la Federación rusa si ella las emplea en la reconstrucción de Ucrania.  Es una fórmula alambicada: La UE contrae deuda con la cual endeuda a Ucrania, creyendo o suponiendo sin que la maniobra no vulnera los derechos de propiedad de los activos rusos. Tiene todo el aspecto de uno de esos trucos de “ingeniería financiera”, empleados con frecuencia por la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, para enmascarar deuda y/o inflar artificialmente el precio de activos. Comparte el aire de familia, con la decisión del Banco de Inglaterra de no entregar el oro al gobierno venezolano, so pretexto de que no era el gobierno de Venezuela, que el gobierno de Venezuela era el encabezado por Juan Guaidó.

Todo este embrollo se aclara cuando se analizan y evalúan estas decisiones a la luz del estado calamitoso de la deuda ucraniana. Ucrania, es ahora mismo un país con una deuda exorbitante, debido tanto al crecimiento desaforado del gasto militar, como al desplome de su PIB, ambos consecuencia de una guerra que dura mucho más de lo previsto por sus promotores occidentales. El déficit fiscal ha alcanzado el rango de estructural y el servicio de la deuda se ha disparado hasta el punto de que el año pasado el FMI se vio forzado a ordenar un préstamo de urgencia de más de 8.000 millones de dólares para que el gobierno ucraniano pudiera cubrir el pago de unos inminentes vencimientos. Un monto similar al paquete de “ayuda financiera”, que en noviembre pasado autorizó Úrsula von der Leyen, con el mismo fin. Esta es una dinámica de bola de nieve que acerca cada vez al gobierno de Kiev a la insolvencia y que enfrenta a los grandes tenedores de la multimillonaria deuda pública ucraniana a la amarga verdad de que si yo te debo mil dólares el problema es mío, pero si te debo cien millones el problema es tuyo”. La agresiva política arancelaria del presidente Trump ofrece su propia versión de esta lógica: si no aceptas los aranceles que te impongo, te cierro el acceso a mi mercado que, aparte de ser “el más grande del mundo”, es al que diriges un porcentaje de exportaciones que te resulta vital.

Dueños o gestores de la deuda ucraniana, entre los que sobresalen la banca Rothschild y Blackrock, el fondo de inversiones más grande del mundo dirigido por Larry Fink

Volvamos atrás, a los dueños o gestores de la deuda ucraniana, entre los que sobresalen la banca Rothschild y Blackrock, el fondo de inversiones más grande del mundo dirigido por Larry Fink. Ambos enriquecidos hasta límites inauditos con la generosa “ayuda financiera” dada por Estados Unidos y por la Unión Europea a Ucrania, tanto para permitir el crecimiento exponencial del gasto militar como la financiación del continuo déficit fiscal.  Pongo entre comillas “ayuda financiera” porque en mayor porcentaje de los 360.000 millones entregados por USA y la UE a Ucrania, no ha sido ayuda a fondo perdido, desinteresada como puede suponer un público desinformado. Ha sido deuda, deuda contraída por el régimen de Kiev para pagar las armas que ha comprado a Occidente y para cubrir el déficit fiscal. Deudas cuyas tasas de intereses han crecido a medida que la guerra se prolonga y crecen las preguntas sobre si quién gobierne en Kiev al final del conflicto será lo suficiente solvente como para asegurar el pago de la misma y de su costoso servicio.

A mi no me cabe duda de que Larry Fink tiene una visión estratégica de su negocio. Lo prueba el hecho de que él se adelantara a todos sus competidores y mantuviera una videoconferencia con el presidente Zelenski el 19 de septiembre de 2022. Apenas 6 meses después del inicio de la invasión rusa de Ucrania y cuando los éxitos iniciales de las fuerzas armadas ucranianas presagiaban una pronta derrota de Rusia, acompañada de la caída del gobierno de Putin y su sustitución por un gobierno pro occidental. Al estilo del de Boris Yeltsin.  En dicha reunión acordaron que Blackrock asesorará al gobierno de la Ucrania en la elaboración de un “plan de reconstrucción” del país mediante “el diseño de la estructura” del mismo, “el proceso de inversión, la gobernanza y el uso de los ingresos de un fondo de reconstrucción”, “ofreciendo un rendimiento justo y equitativo a los inversores”. Fink presentó el plan en la primavera del año siguiente y Zelenzki lo aprobó. La puesta en marcha del mismo se aplazó sine die porque la prolongación inesperada de la guerra y el cabildeo de competidores y rivales de Blackrock en Londres y en Washington puso en entredicho el control de los recursos naturales y de los bienes públicos puestos a disposición del fondo de reconstrucción. Bienes susceptibles de ser intercambiados por deuda en una Ucrania que ya se perfilaba como un país que tarde o temprano caería en la insolvencia. çTrump exigió, con su estilo agresivo habitual, un nuevo reparto de estos bienes y el plan de reconstrucción de Blackrock se congeló como ya dije. Hasta que el Plan de paz para Ucrania de Trump, divulgado semanas atrás y objeto de debate entre delegados de la Casa Blanca y del Kremlin,  ha vuelto a poner sobre el tapete el problema del futuro de la deuda ucraniana.

Detrás de los líderes políticos europeos más decididos de continuar la guerra hasta la derrota definitiva de Rusia están los agentes financieros que piensan que solo dicha derrota permitirá al gobierno de Kiev honrar sus compromisos e intercambiar deuda impagable por bienes y recursos propios. Detrás de los líderes europeos partidarios de un fin negociado del conflicto están los inversores conscientes de que la continuidad de la guerra en Ucrania puede producir la temida insolvencia del país y la bancarrota de quienes han comprado su enorme deuda. Que a su vez podría catástrofe una verdadera catástrofe en el sistema financiero internacional dominado por Occidente.  

Los autores del plan de poner los activos rusos como garantía del fondo de reconstrucción de Ucrania, esperan que permita conciliar los intereses de uno y  otro bando, permitiendo continuar la guerra sin correr  poner en grave peligro al sistema financiero internacional.

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