TransMilenio, un cáncer disfrazado de bendición

TransMilenio, un cáncer disfrazado de bendición

Todos recuerdan el cuento de hadas que fue el nuevo transporte, pero nunca se preguntaron si esta 'solución' iba a ser una cura definitiva o solo un analgésico

Por: Gustavo Rojas Guayara
febrero 07, 2018
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TransMilenio, un cáncer disfrazado de bendición

Así como la historia política de Colombia tiene un antes y un después de Álvaro Uribe, la historia del transporte en Bogotá tiene un antes y un después de Enrique Peñalosa. Cierto es que no se le puede achacar a un solo personaje la total responsabilidad de todos los conflictos, pero en tema de movilidad al actual alcalde de la capital se le puede señalar con el dedo de forma absoluta y sin lugar a ningún duda.

El panorama urbano de la ciudad se vio drásticamente modificado con el vertiginoso funcionamiento de TransMilenio a finales del año 2000, una “revolucionaria” idea que en el transcurso de una alcaldía tumbó el sueño del metro y le dio origen al mayor suplicio masivo de los capitalinos: el “moderno” sistema masivo de transporte.

Desde su aprobación hasta la inauguración de la primera fase de TransMilenio, solo transcurrieron 2 años. La ciudad se alegró inmensamente por la novedad de los buses rojos articulados que le cambiaron la vista a la Caracas y por la diligencia con la que el alcalde la ejecutó; el precio inició siendo de 800 pesos, un valor que aun con sus detractores toda la ciudad acogió de buen grado porque para entonces era una excentricidad “lujosa” comparada con los envejecidos buses de transporte regular que seguían siendo los mismos desde los 80 y en los cuales hasta conversar era tedioso por el ruido ensordecedor que todas sus piezas flojas producían al estar en movimiento.

Estoy seguro de que los que en ese entonces éramos niños o adolescentes, aun recordamos la cabina de pasajeros llenarse de humo negro o blanco (dependiendo del daño de la maquina) y al conductor devolviendo el dinero del pasaje, muchas veces ante los reclamos agresivos de los usuarios que no estaban dispuestos a asumir la responsabilidad de la varada. Sucedió en varias ocasiones; así que por este y algunos otros detalles como la conocida guerra del centavo, el TransMilenio llegó a la ciudad con un aire de antídoto definitivo a todos estos inconvenientes.

Lastimosamente, víctimas de la rotunda y ciega impulsividad que ha gobernado en nuestra naturaleza colombiana (y la de nuestros gobernantes), nadie nunca tuvo en cuenta factores inmensamente importantes como:

  • La imparable ola de violencia que desplazó (y seguramente lo sigue haciendo) a millones de campesinos a las ciudades, aunque en mayor medida a Bogotá.
  • El silencioso y masivo crecimiento demográfico que la llegada de estos desplazados representó para la urbe capitalina a corto plazo.
  • El impacto progresivo que ocasionaría el hecho de proveer al nuevo sistema de transporte con calzadas exclusivas sobre las principales vías de una ciudad cada día más atestada de personas y por ende, de vehículos.
  • El incontrolable e indiscriminado aumento del precio del transporte en un servicio público que no fue diseñado para suplir de manera efectiva la inmensa demanda a largo plazo y que en consecuencia se deteriora rápidamente haciéndolo ineficaz y obsoleto. Lo cual significa un robo a la ciudadanía.
  • La monopolización antidemocrática de un sistema que no funciona como un servicio auto-sostenible para Bogotá sino como un negocio redondo que beneficia a unos pocos y del cual de forma penosa la ciudad se ha hecho dependiente. Pues como un virus, elimina toda competencia a su paso tildándola de ilegal.

Podemos seguir, pero no tiene caso. Todos ustedes recuerdan el cuento de hadas que fue el nuevo transporte del milenio, pero nunca se preguntaron si esta “solución” iba a ser una cura definitiva o solo un analgésico, una venda en la herida aun infectada, un tapón en un hueco que se expande.

La ciudad ha renunciado por muchos años a un metro subterráneo o elevado que equivaldría a un medio autosostenible de transporte, a largo plazo, impulsado por energía limpia y renovable. Se resignó a transitar en vías de 2 calzadas en lugar de 4, a que los puentes peatonales se convirtieran en campos de concentración en la hora pico, a que el tetris de los buses ya no encaje porque las estaciones son muy pequeñas, porque la demanda ha sobrepasado la capacidad del sistema y por ende la exclusividad de los dos carriles ya no es suficiente para evitar un trancón de buses en todas las troncales en las que el “servicio” opera.

TransMilenio fue como dice el dicho: “pan pa' hoy y hambre pa' mañana”. Fue un cáncer disfrazado de bendición, una solución impulsiva de Peñalosa que en su primera alcaldía quiso lograr algo ¡ya! En pro de su nombre y su propio bolsillo; sin pensar en cómo iba a estar la cosa dentro de 2 décadas. Lo peor es que (por alguna razón desconocida) la ciudad le ha dado algo que no se ve con frecuencia y es la oportunidad de resarcir las embarradas del pasado, pero desde su lado del espejo él lo interpretó como un visto de aprobación a las cagadas que cometió en el 2000, y ahora para seguir consagrándose, quiere embutir su invento obsoleto por la estrecha avenida Séptima, argumentando que el quitarle carriles a los particulares va a descongestionar, que él ya ha aprendido de los errores del pasado y no piensa volverlos a cometer, que no habrá contaminación, que ¡la ciudad lo pide a gritos! Pues no sé qué gritos de aprobación esté escuchando usted señor alcalde.

Supongo que el éxito en la vida se trata de no hacerles caso a los demás, pero hay que recordar que eso no aplica del todo a los cargos públicos y que la subversiva fuerza del Esmad no “soluciona” los problemas causados por nuestros actuales dirigentes, inconvenientes que como siempre, otros van a tener que solucionar.

¿Saben? Personajes como nuestro querido alcalde me recuerdan mucho a ese tipo de vecinos que todos tenemos, esos que sacan al perro y no le recogen las gracias, y ojo uno va y les hace el reclamo.

Pues nada señor alcalde, como gracias a la maravillosa varita mágica de la corrupción, lo de la revocatoria quedó en veremos, los capitalinos tendremos que seguirnos resignando a ver al cielo e imaginárnoslo a usted sentado sobre está, su letrina favorita llamada Bogotá.

Una nueva semillita de caquita esta germinando en algún lado.

He dicho.

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