El preso que manda en La cárcel La Tramacúa, la más peligrosa del país

El preso que manda en la cárcel La Tramacúa, la más peligrosa del país

Condenado a 50 años, Jairo Escobar preso en la cárcel La Tramacúa, hizo su fortuna con minas y coca. Está listo a negociar para salir del infierno

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julio 06, 2023
El preso que manda en la cárcel La Tramacúa, la más peligrosa del país

La cárcel La Tramacúa, en Valledupar, es considerada la más infernal del país. Allí fue donde se reunieron en el patio de “Atención especial” varios de los criminales más peligrosos de Colombia con el comisionado de paz Danilo Rueda, para tratar el tema de la paz total.

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El enlace en la cárcel para poder adelantar dichas reuniones fue Jairo Hugo Escobar Cataño, un nombre desconocido para muchos, pero que fue considerado durante muchos años como el 'zar del oro'. Escobar está condenado a 50 años de cárcel por haber sido el perpetrador de una masacre en la que cuatro miembros de una familia llamada los Serafines fue asesinada con sevicia.

La suerte de Jairo Hugo Escobar fue otra el día en el que descubrió un socavón en el Bajo Cauca antioqueño. Proveniente de una familia de mineros, había visto a su abuelo y a su papá padecer unos pulmones agotados y el deterioro de sus manos intentando sacarle algo a unas minas desagradecidas, raquíticas, de esas que no daban nada.

El 'zar del oro' nació en Remedios, uno de esos pueblos violentos de Antioquia ensangrentado por la fiebre del mineral amarillo. Los vecinos de su casa en el barrio Los Ahorcados –nombre que llevaba por la cantidad de liberales que los conservadores colgaron de los árboles en la época de la violencia– veían a Jairo Hugo como el hijo más aplicado de un minero y un ama de casa que, además, se destacaba por su capacidad de ayudar a todo aquel que lo necesitara.

Así mismo, en Remedios su nombre se decía con firmeza. Siempre fue el jugador más destacado entre los equipos que jugó; sin importar qué deporte jugara, era el 10 en fútbol, el más destacado en voleibol, el que se levantaba a las niñas.

El rey del oro es el hombre que controla el patio más complicado de La Tramacúa

Solo iba a escarbar la tierra los jueves, para llegar el viernes con la plata suficiente para invitar a salir a la muchacha que le gustara. Era feliz hasta que la infancia terminó y le tocó prestar servicio militar. Nadie sabe lo difícil que es para un joven de la Colombia rural tener que enfilarse en el ejército. Es ver de frente, a los ojos, al monstruo de la guerra. Escobar nunca volvió a ser el mismo. Regresó a su pueblo decidido a trabajar en el negocio del oro.

El comienzo en el negocio del oro

Entró a la Compraventa de Ovidio Mahecha como fundidor; largas horas desafiando el calor mientras convertía en líquido, a punta de soplete, los gramos de oro que encontraba. En 1993 tenía 20 años y ya se ganaba $ 500.000, nada despreciable si se tiene en cuenta que en ese año el salario mínimo estaba en  $81.510.  A los 23 era tan organizado que abrió su propia compraventa. Sin embargo, en 1997 llegó el bloque Central Bolívar y la fiesta terminó para siempre.

paramiliatares colombia alias Macaco
Macaco era el hombre fuerte del Bloque Central Bolívar

Los paramilitares comandados por Macaco llegaron con una fuerza arrolladora, decididos a controlar el negocio de la coca, pero también el de la minería. Aunque formaba parte de las Autodefensas Unidas de Colombia, actuaba autónomamente y tomó mucha fuerza con el control de las minas y el gramaje del oro que se extraía en la zona minera de Antioquia, con su epicentro tradicional en Remedios y Segovia.

De comerciante de oro a delincuente

Desde entonces, en Segovia su nombre empezó a pronunciarse en voz baja, casi en susurros. Richard Payares, alias el Cole, era el comandante paramilitar de ese bloque en Remedios. Su misión era convencer a la gente que traficaba con el oro que los apoyara. No había nadie más próspero en el pueblo que Jairo Hugo Escobar. De un momento a otro, al oro, le sumó el tráfico de pasta de cocaína y fue convirtiéndose poco a poco en un narcotraficante más de la región.

En 2005, cuando el Bloque Central Bolívar (con Macaco a la cabeza) se acogió a Justicia y Paz, se desmovilizó y le entregó las armas al comisionado de paz Luis Carlos Restrepo en el acuerdo de paz pactado; quienes no lo acogieron se reorganizaron alrededor de Los Rastrojos,  la nueva estructura criminal que mandaba en el Bajo Cauca.

Los negocios de oro de Macaco, por ejemplo, pasaban por las manos de Escobar, que lograba pasar siempre desapercibido. Macaco incumplió, como otros tantos comandantes paramilitares, el acuerdo pactado y continuó traficando, hasta que el gobierno de Álvaro Uribe decidió su extradición en 2009.

Alias Macaco
Macaco fue extraditado en 2009 por orden de Álvaro Uribe

La extradición del gran capo significó la oportunidad para Jairo Hugo Escobar, quien tomó el control de sus minas, muchas de ellas vecinas de Frontino Gold Mines, que pasó a ser propiedad, en 2011, de la Gran Colombia Gold, la próspera empresa recuperada en el gobierno de Uribe. Aunque todos sabían de sus vínculos delincuenciales, Escobar seguía siendo un personaje de alta respetabilidad en su pueblo y en toda la región. Aparecía como un negociante de oro de la región con contactos de alto nivel con instituciones del Estado, como la Corporación Autónoma Regional de Antioquia y Corantioquia. Hábil para escabullírsele a la ley.

El patrimonio de Jairo Hugo Escobar siguió creciendo, así como su poder. Con el precio del oro siempre hacia arriba, se convertiría en un monstruo. En los primeros siete años de este siglo el oro vivió una de tantas fiebres. Una onza pasó a valer de 279 dólares a 695. En 2011 la onza ya alcanzó los 1.572 dólares.

Se convirtió en el bien más preciado de los grupos que se disputaban ese territorio, y Escobar la tenía clara. Por esto se fijó en los Serafines, una familia que controlaba La Roca, uno de los yacimientos más ricos de la región. En 2011, La Roca producía, según un informe publicado en por el portal Vice, 700 mil dólares en oro al mes.

Los Serafines, una familia de mineros de Segovia, pasaron a ser un objetivo militar de Jairo Hugo Escobar y de los Rastrojos, con quienes trabajaban en asocio. Empezaron por pedirles un impuesto de extracción, pero después, con la ambición disparada, quisieron hacerse a toda la mina. Le pagó a los Rastrojos 60 mil dólares para La Roca a la familia Serafines. Reusaron a entregarla. Una firmeza que le costó sus vidas.

El ultimátum fue al lado de un río; allí recibieron la oferta de los Rastrojos y también su negativa. Entonces los emboscaron. Los citaron a una segunda reunión en las afueras de Segovia, en un lugar llamado el Alto de los Muertos. Les dispararon con sevicia. A uno de ellos lo balearon con 25 tiros.

Los sobrevivientes de los Serafines decidieron contratar un ejército de 30 escoltas para que los protegiera de los Rastrojos, quienes ya habían hecho una alianza con los Urabeños y tenían casi que el control completo del territorio. La alianza de la guarida de los Serafines con el ejército, como ocurría en muchas de estas  zonas de violencia, resultaba casi natural. Y así se dio.

El apoyo de las autoridades fue institucional y gracias a esta alianza, la SIJIN puso en la mira a Jairo Hugo Escobar como el autor intelectual del asesinato, quien fue capturado el 24 de noviembre de 2012 en el aeropuerto José María Córdoba. Planeaba viajar hacia Cartagena.

En el momento en el que lo metieron en un carro de la policía se enteró de que lo capturaban por los delitos de concierto para delinquir agravado con la convergencia de diversos delitos como homicidio, conformación de grupos ilegales, desplazamiento forzado y enriquecimiento ilícito. Por la masacre de los Serafines, quien fuera el rey del oro terminó con una condena de medio siglo.

Completa ya casi una década en la cárcel de La Tramacúa, que recibe a sus presos con el poco aliciente anuncio de “Bienvenidos al infierno”. Este es uno de los condenados, de mucho peso, que ahora espera acogerse a la propuesta del gobierno de Gustavo Petro para no enterrarse en el presidio, y por esto no dudó en convertirse en el puente entre los peores criminales de esa cárcel con el comisionado de paz Danilo Rueda, en la búsqueda de esa utopía llamada paz total.

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