Todo dependerá de la cultura
Opinión

Todo dependerá de la cultura

Noticias de la otra orilla

Por:
junio 30, 2018
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Amplios sectores de este país, los que están integrados por los intelectuales, los educadores, los estudiantes, los artistas, los hacedores y gestores culturales, de muy diversas tendencias, inclusive algunas instancias gubernamentales, están de acuerdo en que, en el actual momento histórico colombiano, si hay un componente fundamental e inaplazable para reconstruirnos en paz, ese es la cultura.

Porque la paz es esencialmente un cambio cultural, un cambio que se construye con imaginación, con creatividad, con información, con sensibilidad y con conocimiento.

He tenido la oportunidad de pertenecer desde finales de 2016 al Consejo Nacional de Cultura, instancia asesora del ministerio de esta cartera en Colombia, y lo hice primero como representante del Área de Literatura por la Región Caribe, y luego por elección de mis compañeros, como Representante de Literatura a nivel nacional. Y en todas las sesiones citadas del CNC fue siempre razón fundamental de este órgano la certeza de que la Cultura sería instrumento definitivo en el logro de la Paz en estos momentos definitivos de la vida nacional.

La claridad cultural debe representarnos una claridad política. Es la cultura la que puede permitirnos acceder al pleno entendimiento de nosotros mismos y de los otros. En el arte, en la educación, en el conocimiento de los procesos culturales que animan a nuestras colectividades; en la construcción de una conciencia clara de lo que vale la memoria colectiva; en la capacidad que nos da la educación y la cultura para construir un pensamiento crítico; la comprensión cabal de la importancia que tiene el conocimiento de la historia para la construcción de la identidad. En todo ello, juega un papel definitivo el desarrollo cultural de un país.

 

Nuestro proceso de paz en el plebiscito y las dos vueltas presidenciales
están directamente ligadas a la perversa decisión histórica de desnaturalizar y,
en la práctica eliminar, la enseñanza de la Historia de nuestros currículos escolares

 

Y en Colombia aún estamos lejos de lograr algunos de estos componentes definitivos de la vida civilizada que sólo puede hacer posible la certeza consciente de lo que vale la cultura en el cultivo del alma de los pueblos. Por eso, descalabros democráticos como el sufrido por nuestro proceso de paz en el plebiscito del año pasado y las dos vueltas de las elecciones presidenciales recientes están directamente ligadas a la perversa decisión histórica de desnaturalizar y, en la práctica eliminar, la enseñanza de la Historia de nuestros currículos escolares en las dos últimas décadas. Sólo un error histórico de esa magnitud puede explicar el inaceptable resultado de medio país rechazando el beneficio de la paz, obnubilado y confundido en la tremenda ignorancia que significa tragar sin procesar las mentiras burdamente planeadas por los defensores de la guerra.

No nos digamos mentiras. Un país educado, un país informado, una nación que vive la cultura como la armonización de un todo, con la certeza de un bien inestimable que cualifica su vida y la de sus semejantes, no puede permitir resultados como los obtenidos en esos procesos electorales. Pero es así porque nosotros estamos muy distantes de esos objetivos inaplazables para una verdadera construcción ciudadana que permite la asunción a fondo de lo que significa la cultura.

Por eso lo primero que hay que hacer en el desafío de este nuevo país en paz por construir, es empezar a cerrar la brecha, el abismal divorcio que existe en Colombia entre cultura y educación. Si lográramos penetrar los contenidos curriculares de la educación con mayores y mejores contenidos culturales, los públicos para un sano consumo cultural serían formados en las aulas de los colegios por sus profesores, y no en los contenidos de esa cátedra cotidiana y catastrófica de unos medios de comunicación masiva que han asimilado de manera rotunda y peligrosa el concepto de cultura al de farándula en una escandalosa simplificación que embrutece y desorienta.

Ahora es cuando necesitamos todas las claridades culturales de que podamos ser capaces para contrarrestar desde la sensibilidad y el conocimiento esta peligrosa tendencia que nos quiere arrastrar otra vez hacia la guerra.  De la construcción de una propuesta de futuro en el que la educación y la cultura, armonizados en sus razones filosóficas, sean método y meta, horizonte y camino para una nueva realidad, dependerá el futuro de una Colombia digna y en paz. Moderna no por las peripecias de su desarrollo físico y de infraestructura, sino por los logros políticos y espirituales de su cultura.

Con la fortaleza política, el aval histórico y la legitimidad plena que le imprime la particular circunstancia del posonflicto a este nuevo proyecto de país, podríamos caminar seguros hacia el alto desafío aquel que el profesor Alberto Assa, barranquillero de Constantinopla, repitió toda su vida estérilmente desde su llegada al muelle de Puerto Colombia hasta su muerte en Barranquilla: “No habrá desarrollo sin educación, ni progreso sin cultura”.

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