Tlön, Uqbar, Orbis Tertius
Opinión

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius

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septiembre 15, 2013
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Hasta el siglo XVII algunas de las mentes más lúci­das seguían creyendo, como los pensadores cristianos de la Alta Edad Media, que la condición natural del hombre era ser «pobre, desagradable, torpe y pequeño». Con­venci­dos de la necesidad de abandonar tan triste situa­ción, las inteligencias euro­peas se dieron a la tarea de imaginar monstruosos aparatos de sometimiento y control, soste­nien­do que mediante la razón y la luz de la inteligencia, se habría de acabar con el dominio, bárbaro, del crimen y la espada como medios para dirimir la sucesión y estabili­dad de los gobiernos.

Las poderosas aristocracias surgidas al sur y al norte de Europa, hace quinientos años hicieron de la nación-estado su razón de ser, creando nuevos sistemas de orga­nización desconocidos hasta enton­ces. Así, pueblos, tribus y hasta «naturales» amanecieron un día convertidos en franceses, españoles, italianos, etc. Ha­bían aparecido las lenguas nacionales y los estados nacionales. Lengua y litera­tura se hicieron  comunes mediante el domino central de quienes habían ven­cido en las guerras intestinas al interior de sus nuevos países. Surgieron las epopeyas nue­vas y la nueva lírica.

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Los viajes de Marco Polo

La gran invención ideológica para esta transformación de occidente fue la rebelión de los comerciantes y merca­deres cristianos contra el dominio absoluto de la Iglesia de Roma. La reforma protes­tante, cuyos líderes hicieron de la pólvora y la imprenta, los instrumentos para derrotar las espadas y la fe del papado. Luego, los ilustrados im­pondrían a filo de guillotinas, la doctrina de la democra­tización de la enseñanza entre lo que ellos denominaban las masas y así llegaríamos al siglo XX, donde parece han sucum­bido todos los delirios de organización social de occidente. La civilización solo inventó las guerras y los imperialismos más atroces que conozca la historia.

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Lo que nadie ha dicho, entre tantas hipocresías histó­ricas, es que Marco Polo [Venecia, 1254-1324] trajo de Oriente, entre historias de fábula y de engaño, la pólvora, la imprenta y la noticia de que en aquellos mundos todos parecía permanecer en orden, merced a una institución ya milenaria llamada la Burocracia Celeste del Reino del Centro. Y que el viaje de Cristóbal Colón [¿Génova?, 1451-1506] fue el corolario de la incesante búsqueda de una solución al prolongado conflicto entre la media luna y la cruz [llamado hoy Palestina, Israel, Torres Gemelas, 11-M]. Todavía bien entrado el siglo XV los musulmanes dominaban un mundo desde el Atlántico hasta Indonesia, apenas comparable con el imperio de los Ming. La deslumbrante noticia según la cual allende la mar tenebras había un universo ordenado, así fuese infiel, permitía creer a los poderosos emperadores y pontífices, la posibilidad de una alianza, que sin acercarles, les beneficiase, aislando y dominando a los moros, que ya llevaban más de ocho siglos en el continente. Los árabes no cesaban de bloquear el comercio y las comunicaciones creando incertidumbre en los futuros. Lo que explicaría la fabulosa existencia y su búsqueda, del llamado Preste Juan de las Indias, un rey y sacerdote cristiano, dueño de un inmenso reino situado en Asia, lejos del dominio sarraceno, de donde habrían partido los Reyes Magos, y que podía ser el mismo Tíbet. El Papa Alejandro III y la Liga Lombarda desearon una alianza con él, Alejandro IV envió al monje Ascelino en su búsqueda, Inocencio IV a Juan de Plan Carpino, con cuyas indagaciones y los consejos antislamitas de San Luis, rey de Francia, quiso en el Concilio de Lyon pactar con los asiáticos.

Xuan Zong de Tang

Xuan Zong de Tang

 

Sabemos, además,  que durante la dinastía Yuan el kan Hulago firmó un tratado comercial con Jaime I de Aragón, Alfonso X de Castilla  y Carlos de Anjou. A finales del XIII un monje nestoriano llegó a Francia desde Beijing o Cambaluc  y no olvidemos que Juan de Montecorvino fue Arzobispo de esa capital a comienzos del XIV. Por algo en las Capitulaciones de Santa Fe entre Colón y los Reyes Católicos reza que uno de los deberes del almirante es “dar embaxada de Vuesas Altezas ante Preste Juan y Gran Kan después de haber dado fin a la guerra de los moros y de haber echado fuera todos los judíos”.

Las Capitulaciones de Santa Fe

Las Capitulaciones de Santa Fe

 

Entonces los comerciantes y los industriales levanta­ron con los ejércitos y la pólvora los nuevos estados y con ellos dominaron el mundo. Ingla­terra, controlando la nave­ga­ción por los océanos, se apode­ró del comercio mundial; Francia hizo de la economía nacional el centro de su poderío. Más de ciento cincuenta años duró la disputa entre estos dos nuevos estados hasta aquel día, de 1815, cuando Napo­león fue derrotado en Waterloo, cediendo el dominio definitivo del mundo a los hijos de Albión y sus descen­dientes. Las descomunales guerras lideradas por Alemania, Italia y Japón durante el siglo que terminó, fueron resultado de los revan­chismos de poder de sus añejas buro­cracias.

La potencia que ha dominado el mun­do desde los años de la Primera Guerra Europea nunca fue nación-estado. Los Estados Unidos de América son precisa­mente resul­tado de la derrota propinada durante la Guerra de Secesión [1861-1865] a aquellos que deseaban, para ese inmenso territorio, una organización con modelos euro­peos. Quie­nes vencieron en la contienda fueron los parti­darios de un Estado Federal, que sin dejar de ser un  imperio mul­tirracial, jamás ha renun­ciado a su vocación origi­naria al gestar y conducir las organizaciones que ha inven­­tado para controlar el planeta. Si Polo regresó a Europa en 1295, Richard Nixon y Henry Kissinger irían a China en 1972, siete siglos más tarde.

Mao Zedong y Richard Nixon

Mao Zedong y Richard Nixon

Una de las preguntas que se hacen los estadistas occi­dentales es cómo y porqué, la eximia figura del mandarín chino ha sobrevivido, a través de tantos siglos con cons­tancia, estabilidad y perseverancia. Desde los con­fusos y misteriosos días de Qin Shi Huang Ti, cuando se quema­ron los libros, se levantó la muralla y se eliminaron medio millar de intelectuales, desde el siglo tercero anterior a nuestra era hasta los mismos días de hoy, cuando un anciano enfermo y sin cargo alguno rige poderosamente el timón de China, los Funcionarios no han dejado de con­trolar el todo del cuerpo social y espiritual de ese mundo.

El carácter del Funcionario ideal radica ante todo en ese extraordinario contraste entre la inseguridad de su vida emocional, la precaria suerte de sus componentes individualmente conside­rados y su supervivencia como cla­se.  Modelo que ha reproducido lentamente Occidente. Allí también es posible que un funcionario llegue a ministro y mañana vaya a parar a la cárcel sin que por ello desapa­rezca como clase.

 

Zhou Enlai y Richard Nixon

Zhou Enlai y Richard Nixon

 

La posición de estos Funcionarios, siempre letrados, en la sociedad, si bien se adquiere a través de sucesivos y múl­tiples exámenes de ascenso y capacita­ción, no depende en definitiva de su formación, sus privilegios o su fortuna, sino que todos estos posibles elementos constitutivos de su ser, devienen una con la función que efectivamente ejercen. Al Funcionario no se le exigen conoci­mientos especiales, sino saber vivir y saber obrar, para que desde los cono­cimientos más rudimentarios, añada a ellos el supremo arte de manejar hombres. Es la experiencia adqui­rida la que sitúa al Funcionario en capacidad de coor­dinar, dirigir y controlar a los expertos, los técnicos y los especia­listas. El Funcio­nario de ayer, como el Gerente de hoy, no puede estropear su personalidad con la falacia de la especia­li­zación, apenas debe ser, en suma, un hombre bueno. Para completar este perfil, entre sus habili­dades cuenta y de qué manera, su capacidad para aceptar eventualmente los riesgos de la corrupción, piedra angular de las sociedades contemporáneas.

Siete siglos después del regreso de Polo del Oriente, América Latina se ha conver­tido en un campo experimental de las nuevas tendencias burocráticas. La educación, los ejércitos, la administración pública, la justicia y la cultura han sido entregadas a esos leviatanes, que siguien­do el modelo francés inaugurado después de los años de la Revo­lución de Mayo de 1968, creen, los teólogos de la posmo­dernidad, podrá sacarnos del pantano en que vivimos. El experimento, incluso está haciendo carrera en Estados Unidos. Los sumos sacerdotes de la Nueva Reforma del Mundo, han logrado convencer a los últimos gobernantes de esa nación, de la importancia de un desarrollo paralelo del modelo burocrático a nivel nacional como internacional, haciendo que los países pobres adopten a su interior el sis­te­ma, mientras Washington desarrolla a nivel mundial, con sus poderosos aparatos y sociedades rígidamente burocratizadas como las Naciones Unidas, la Organi­zación del Atlántico Norte, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y el Comercio, el Fondo Monetario Interna­cional, el  Banco Mundial y la Comu­nidad Europea, la más asombrosa man­darinización nunca imaginada en el mundo.

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En 1940 Jorge Luis Borges publicó un cuento que preten­día ser una reseña de un artículo aparecido en una enciclo­pedia apócrifa y que ha resultado una parodia del mundo, hoy: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

Manuales, antologías, resúmenes, ver­sio­nes literales, reprensiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los hombres abarrotaron y siguen abarro­tando la Tierra -dice Borges. Casi inmedia­tamente, la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden -el materia­lismo dialéc­tico, el antisemitismo, el nazismo- para embe­lesar a los hombres (...) el contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedre­cistas, no de ángeles. Ya ha pene­trado en las escuelas el (conjetural) «idioma primitivo» de Tlön; ya la enseñanza de su historia  armoniosa (y llena de epi­sodios conmo­vedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre -ni siquiera que es falso (...) Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no yerran, de aquí a cien años alguien descu­brirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön. Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön.

Otra de sus maravillosas conjeturas dice que el futuro modifica el pasado. Pues bien. La idea original para diseñar el rostro de este Golem contemporáneo fue la sospecha, paranoica, de Borges, que las enciclopedias redactadas por los totalitarismos terminarían haciendo rea­lidad, la ficción de prodigaban sus pági­nas. Hoy han «desaparecido» los estados totalitarios, pero hemos arribado a Tlön.

Nuestro Tlön son las maquinarias de la informática con­troladas por las buro­cracias donde el individuo puede aco­gerse, en su desamparo, para navegar por la irrecu­perable conciencia, o detener la existencia con la colabo­ración ima­ginaria de los seriados.

Un mundo que expresa la cultura del capitalismo mul­tinacional donde el capital, la abstracción infinitamente trans­ferible, ha abolido tanto lo particular como el yo, porque el valor de uso ha sido superado por la univer­salidad del valor del cambio.

Un mundo donde la computadora fetichiza el frag­mento y da mayor impor­tancia al proceso y la reproduc­ción.

Un mundo donde las superficies se encuentran con las superficies porque la revolución permanente del capita­lismo despedaza la continuidad de la historia.

Un mundo donde no solo los cam­pesinos son desa­lo­jados sino enviados a las megalópolis, donde proliferan las imágenes fuera de contexto y los man­darines de las finan­zas envían a voluntad fragmentos de información e imá­genes de trasferencias de capital, desintegrando las viejas certezas del pasado.

Un mundo donde todo es serie, repeti­ción, copia.

Tlön en fin: este bosque de imágenes producidas en masa, perpetua y seducto­ramente vacías.

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Juan Manuel Roca

Petrarca y la fama

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