Tercera oración por la paz

Tercera oración por la paz

En medio del rebrote del conflicto armado en Colombia no está de más hacer un clamor por el respeto a la vida

Por: Jhon Jairo Salinas/ Activista de Paz y Derechos Humanos
septiembre 01, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Tercera oración por la paz

Señores del gobierno:

Con inmenso dolor de patria, pero con esperanzas de que algún día los hijos de Bolívar, Nariño, Policarpa, Biohó, La Gaitana y Gaitán en esta parte del continente puedan soñar y vivir en paz. Colombia, la tierra de mapalés, cumbias, vallenatos, joropos, guabinas, currulaos y pasillos, le canta al mundo, pintando con hermosos acordes los paisajes bucólicos de nuestra selva y ríos, montes y praderas, diciendo que somos eso, alegría y música, y que somos multicolores como el arcoiris, pluriétnicos y que la mezcla de tambores de nuestros negros del pacífico y zampoñas de nuestros pueblos originarios retumban desde lo más recóndito de nuestra selva como gritos desesperados clamando la urgente y verdadera paz con justicia social.

No pretendo igualar ni superar la primera oración por la paz escrita por el más grande y prominente político que ha dado el país, Jorge Eliécer Gaitán; o el titán de las letras en Colombia en los últimos años, William Ospina, quien escribiera la segunda oración por la paz, que magistralmente fue leída por la libertadora del turbante, Piedad Esneda Córdoba Ruiz, el día 9 de abril del 2013 en la plaza de Bolívar de Bogotá.

Quiero solamente dejar constancia apasionada de mi irrestricto apoyo a la búsqueda de la felicidad de todos los colombianos; la felicidad es paz.

Luego de la llegada de los invasores europeos a nuestro continente, mal llamado “América”, en homenaje al invasor Américo Vespucio, y que en buena hora, el más grande pensador latinoamericano el cuba no José Martí, la denominó amerindia, en homenaje a nuestros aborígenes, que habitan el continente. Los españoles en nombre de la cruz, la espada y del rey cercenaron una cultura llena de sabiduría. En Colombia, antes Nuevo Reino de Granada (Perú, Venezuela, Ecuador, Panamá y Bolivia), se cometieron vejámenes contra los muiscas, quimbaya, taironas y emberas, parte del pueblo indígena.

A partir del año 1500, desde el Cabo de la Vela desembarcaron grupos españoles, buscando comerciar esclavos y poblaciones indígenas, para transportarlos a las Islas del Caribe. Hizo que nuestro territorio empezara a ser epicentro de muerte con el Invasor Rodrigo de Bastidas, quien fundara la primera ciudad de Colombia, Santa Marta, centro de la más grande barbarie de este lado del continente.

La avaricia por el oro hizo que este “conquistador” diera entrada a otros colegas suyos, para expoliar este territorio: Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcazar, Jorge Robledo, Pedro de Añasco. Este fue quizás el inicio de una guerra cruenta que todavía, por más de 500 años, no hemos superado.

Contrario a la barbarie, Castellanos, uno de ellos, afirmó: “Para fundar un pueblo, la montaña talaban españoles con sus manos, de que se acusó no pequeña saña… Fue no querer mandar los naturales y fatigar la gente de quilates origen y principio de sus males…”.

Los primeros verbos de la guerra en nuestro territorio, o los verbos de la “infamia” como los denomina el historiador quindiano Guillermo Castaño Arcila fueron:

“Manear,” método utilizado por los tiranos de la península Ibérica a los indígenas que no pagaban tributo, aquellos que no obedecían a este mandato les cercenaban las manos, les abrían un orificio en el centro, cruzadas por una cuerda, cientos y cientos de manos eran exhibidas, delante de su pueblo para dejar como lección de quien desobedeciera el pago de dicho tributo corría la mismas suerte.

“Aperrear,” otro verbo de la infamia, otro método a utilizar congregando grupos de Indígenas en plazas improvisadas, con perros salvajes conocidos como mastines, que devoraban en carne viva a los indígenas, si no querían someterse a las imposiciones macabras de los españoles.

“Ranchear”, el ultimo verbo de intimidación cuyo fin era quemar los bohíos y ranchos con indígenas, y utilizaban sus cuerpos incinerados para alimentar sus fieras; luego continuaban con la práctica de terror. Durante trecientos años los aborígenes aguantan la ferocidad de los españoles, saciando sus apetitos económicos en nombre de una corona parasitaria.

En nuestra sufrida patria, en la época de la colonia española, el pueblo tuvo que soportar la inquisición, esclavitud, el cobro de impuestos, y el maltrato a quien se oponían a seguir la demencial corona española.

El fenómeno de la colonización española tuvo como objetivo primordial la apropiación de la riqueza del nuevo territorio, generando un sistema de explotación de “economía extractiva”. No se puede creer que España haya traslado todas sus instituciones, creencias, valores. Cambio radicalmente las costumbres de los indígenas, fue un choque de culturas. Lo que provocó en los indios luchar por la defensa de sus derechos, preservar su cultura, o en algunos casos relaciones amistosas con los colonizadores. La sociedad colonial era dinámica, viva, por tres siglos. Es por esto, hacer la historia del periodo colonial resulta urgente, porque allí se comenzó a tejer la nación colombiana de hoy, entramando un país que necesita construirse, casi inventarse.

El clamor por la paz con justicia social en Colombia, ha sido una perseverancia, pareciésemos estar genéticamente condenados a una cultura de salvajismo, desaparición, infamia, tortura. Incluso en pleno siglo XXI.

Un poema tirado en la calle resume la obra de terror generada por quien aún siente la nostalgia del frio de las cadenas y grilletes.

Bajo el azul de insensible firmamento/ y al frente de la égida siniestra, /multicolores pájaros de sueños cayeron; /abatidas las flores de la vida,/ truncada la sazón de bellos frutos, /entraña raíces arrancadas, /la humana arboleda desplazada.

No era para talar los árboles inmensos /que llegaban al lugar las motosierras; /ellas eran para cercenar el bosque de cuerpos hermosos del pueblo indefenso.

Cavaron fosas sepultureros que no llevaban flores; / fosas enormes, / de infernal pesadilla, /no para arrojar en ellas la semilla /que diera a la nación sustento vital.

No; /esas fosas comunes eran /para enterrar la vida, /esconder el crimen bajo tierra sagrada; / cubrirla de espanto, y aplastar ideas, con el sol de nuevas banderas, /desplazar los músculos agrarios, /apuntalar con sanguinolenta tierra el tenebroso imperio.

Y si el asombro roza siquiera un poco la conciencia, /frente a las fosas comunes de Colombia. Levantemos /un sagrado grito de dolor inmenso /que un boquete trepidante y expansivo abra /un cauce de luz, de justicia y de castigo.

Clamamos urgentemente una paz que renueva la esperanza, donde nuestros niños y jóvenes tengan oportunidad de disfrutar lo que un verdadero estado social de derecho debe dar, no seguir viéndolos en las calles inhalando pegantes, ni peleando con las ratas por un mendrugo de comida. Queremos que los niños y jóvenes de esta sufrida patria no repitan el pasado, legado de una ética de guerra y odio; basta recordar el enfrentamiento de los jóvenes próceres de la independencia, Antonio Nariño, Francisco José de Caldas, Tadeo Lozano, Camilo Torres, periodo comprendido entre 1811- 1816, más conocido como la patria boba. La incomprensión de estos jóvenes de los inicios de la Independencia hizo que el nuevo reino de granada entronizara una ola de terror por el pacificador español Pablo Murillo.

No podemos dejar pasar desapercibido, el primer pacto de paz firmado por el libertador Simón Bolívar y el pacificador Pablo Murillo, firmado en 1820.

Murillo y Bolívar comieron juntos todo el día y juraron una fraternidad y filantropía interminable… la comida fue dispuesta por el General Murillo y fue tan alegre y animada, que no parecía sino que eran antiguos amigos… el General Murillo con toda la sinceridad de su corazón y hasta saltársele las lágrimas de placer, brindó por la concordia y la fraternidad mutua… todo fue abrazos y besos. El General Murillo y Bolívar se subieron en pie sobre la mesa a brindar por la paz y los valientes de ambos ejércitos.

Este es quizás uno de los primeros ejemplos de hacer la paz en nuestra patria.

Desde esta oración por la paz damos un grito, unísono, a los actores del conflicto. Queremos una paz no solo del silenciamiento de fusiles, ni la paz romana. Queremos una paz donde nuestros campos no sigan siendo un canto a la muerte, sino que sirvan para que cultive otra vez trigo, sorgo, millo, cebada, verduras y hortalizas suficientes para nutrir nuestras generaciones, para que crezcan vigorosas llenas de vida para edificar la patria que soñaron nuestros próceres. ¡Sí, una patria, donde indígenas, negros, mestizos, campesinos, mujeres, obreros y jóvenes sean sujetos de un solo derecho y la dignidad sea principio y derecho fundamental de la vida!

No queremos más casas de cartón, salarios de hambre, educación de mala calidad, viejos abandonados en las calles, que la salud no sea una mercancía y que la corrupción sea extirpada, que las motosierras no se utilicen para cercenar manos pies y cabezas de campesinos, que los fusiles y las balas se desaparezcan, que liberales y conservadores le ofrezcan perdón y no repetición a las más de cinco millones víctimas del conflicto, político, social y armado.

Que la Colombia, acunada por tres cordilleras, por dos océanos, selva, bosque, agua, ríos, aves multicolores, reptiles, flora y fauna, nos enorgullece. Las danzarinas cascadas de nuestras montañas y el verde esmeraldino de nuestro paisaje son el más preciado tesoro que nos ha regalado la madre naturaleza.

A los jinetes apocalípticos de la guerra les decimos: Bailamos con el pueblo, soñamos con nuestros pies y luchamos con los puños en alto, porque la danza viene del corazón.. (Grupo de Danza la Tulpa), a las multinacionales les exigimos, no nos roben el agua, el oxígeno, el oro, las esmeraldas, estos son legados de los custodios de nuestra Pachamama, y gritamos, “queremos chicha, queremos maíz, fuera multinacionales del país”.

No queremos ver nuestras cocinas vacías al tenor de tanta de pobreza, el neoliberalismo pulula como moscas verdes, esparcidas en la miseria por quienes ha ostentado el poder a nombre de la democracia corrompida, por la avaricia heredada de los invasores desde más de 500 años.

¡Hombres y mujeres constructores de paz en Colombia, saldremos como vientos huracanados, a las calles pidiendo paz, paz y más paz!

¡Que los vientres de nuestras mujeres en Colombia sean bendecidos por parir hijos para la paz, no para la guerra!

¡Oh, bendita patria¡ Tu pueblo os bendiga.

¡Ondea tu bandera con dignidad!

El amarillo nuestras riquezas, el azul nuestros océanos, el rojo la sangre derramada, por quienes ofrendaron sus vidas, abonando con ella, el suelo, para ser libres, no para ser lacayos i esclavos.

El escudo símbolo de honor, no como símbolo de entrega.

Es hora de darnos una flor, un abrazo, símbolo de unidad y vida digna.

Que los malos gobiernos sean remplazados por miles y miles constructores de paz.

La paz como fuerza renovadora nos ha sido esquiva.

Porque sin semillas no hay agricultura, sin familia no hay organización social.

Sin campesinos no hay agricultura, sin agricultura no hay comida, sin comida no hay vida.

Nuestros niños de Colombia piden agua, pan, aire, vestido, o quizás un abrazo.

¡Señores amos del poder, queremos niños para la paz, no queremos ver niños creciendo odiando su patria, por intolerancia y mezquindad política de quienes ofenden a esa misma patria!

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