Temporada de lluvias, un factor a tener en cuenta

Temporada de lluvias, un factor a tener en cuenta

"Debemos estar atento y enviar mensajes urgentes pues el advenimiento de la época de lluvias puede hacer que el enemigo nos llegue a buscar incluso donde estemos enclaustrados"

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
marzo 27, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Temporada de lluvias, un factor a tener en cuenta
Foto: Via Instagram / @rainybogota

Es indudable que el coronavirus ha estado sirviendo para el pretendido reencauche político de algunos personajes que a manera de virus electos están enquistados en el gobierno. Se ha visto que a pesar de no estar dando puntada sin dedal, tal y  como será manifiesto cuando se hagan las cuentas más tarde sobre los privilegios otorgados abusando de la situación, algunos personajes visceralmente ineptos están luciendo como líderes. ¡Lucen tan tiernos!

Una prueba de ello es que la Aerocivil esté denunciando que a pesar de estar cerrados los aeropuertos para la entrada de extranjeros, éstos se estarían colando como carga, quién quita que con coronavirus y todo; es decir, pesan su carga en oro pero contra nuestros bolsillos.

Y adivinen quién ordenó, no siendo presidente en ejercicio pero ostentando el cargo, que se aceptara el cierre de El Dorado  para la entrada de pasajeros provenientes del exterior, pero que se mantuviera abierto para la entrada y salida de carga.

Y cabe preguntarse, ¿qué tan valiosa era la carga que se estaba exportando? La Aerocivil nos está demostrando que defender la economía contra la salud de los colombianos no sale gratis, nos mata.

Y entonces, aunque solo fuere por eso, cabe una trinchera para seguir luchando contra el coronavirus por fuera del gobierno o a pesar del gobierno. Me referiré a las lluvias que ya casi vienen porque podría hacer  inocuo el aislamiento, sin llegar a proponer jamás que se abandone.

Leo y expongo entonces de los peligros, ¡más! que se ciernen y que no necesariamente son advertidos por las autoridades.

De un reciente informe de BBC Future, cito: “Muchas enfermedades infecciosas aumentan y disminuyen con las estaciones. La gripe generalmente llega con los meses de invierno más fríos, al igual que el virus del vómito de norovirus”.

Esa frasecita puede ser demasiado importante para algunas zonas, la pobre Costa Atlántica especialmente, donde en abril nos pueden llegar aguas mil, por la siguiente razón que arriba se menciona para la gripa: la lluvia se forma alrededor de una partícula sólida casi siempre de polvo o hielo. Pero eso que para nosotros es partícula para los virus, nanométricos todos, tiene la dimensión de una cancha de fútbol, caben miles de millones. Como los primeros aguaceros son sépticos, es decir, pueden considerarse como aguas negras, en esa partícula y su gota de lluvia puede venir adherido el virus proveniente de zonas tan lejanas, incluso China, traído por los vientos. En nuestro medio es característica la insurgencia de fuertes gripas estacionales; ahora endemias, antes pandemias; y no es misterio aceptarlo.

Esto quiere decir que deberían trazarse planes masivos de pruebas contra coronavirus tan pronto empiecen las lluvias e, incluso, tomarse muestras de lluvia para hacer investigaciones de prevención, no sea que tomen a la población con los calzones abajo. Entonces el pasajero letal no vendrá en avión, ni entrará por los aeropuertos, ni siquiera se coludirá ilegalmente como carga, vendrá por la lluvia y será más ubicuo e indetectable. Puede hacer inútil, sino grotesco, el aislamiento voluntario por crasa ignorancia.

¿Será eso totalmente perjudicial? Dado el estado del arte de la situación la respuesta es sí. Pero pensando más con el corazón que con la mente puede no ser así necesariamente por lo siguiente:

Otro estudio nos dice que si la infección es baja, esto podría dar origen a alguna inmunidad. Pero antes de crear falsas expectativas hay que ser intensamente meticulosos en precisar qué es lo que se podríamos estar diciendo.

Y aquí está toda la historia. Cito ahora de otro informe: Cómo se comporta el virus dentro de un paciente” aparecido en un santuario la advocación a la diosa Shitala en Kolkata, India “está destinada a proteger a los niños de la viruela, a sanar el dolor de quienes la contraen y a amortiguar la furia de una epidemia de viruela”. Los hindúes pudieron sofocar un ataque usando la tradición que venía ¡de China! Tan temprano como desde el año 1.100 de nuestra era. De esto Occidente se enteraría tan tarde como 1.857 con el genio de Louis Pasteur. “Ya en 1.100, los curanderos médicos en China se dieron cuenta de que aquellos que sobrevivieron a la viruela no volvieron a contraer la enfermedad (los sobrevivientes de la enfermedad se alistaron para cuidar a las nuevas víctimas), e infirieron que la exposición del cuerpo a una enfermedad la protegía de futuros casos de esa enfermedad. Los médicos chinos molían las costras de viruela en polvo y las insuflaban en la nariz de un niño con una larga pipa de plata”. Los Chinos inventaron la vacuna.

Si nos imaginamos que la molienda de costras de viruela insuflada puede ser precisamente tan fina y volantona como la partícula de polvo que subió a la atmósfera y alrededor de la cual se formó la gota de lluvia ya tendríamos la certeza de estar entendiendo cómo el advenimiento de la lluvia no necesariamente pudiera ser nocivo. Pero todavía falta saber mucho más. En esto es imposible cantar victoria jamás. Nunca es demasiado temprano.

El asunto, incluso con la vacuna es indescifrable porque:

“La vacunación con virus vivos era una caminata por la cuerda floja: si la cantidad de inoculo viral en el polvo era demasiado grande, el niño sucumbiría a una versión completa de la enfermedad, un desastre que ocurrió tal vez una de cada cien veces. Si todo saliera bien, el niño tendría una experiencia leve de la enfermedad y se inmunizaría de por vida”.

Eso por un lado, pero todavía debe analizarse más cuidadosamente el caso.

“Era un arte exquisitamente medido: los curanderos tradicionales más astutos reconocieron las lesiones que probablemente producirían suficiente material viral, pero no demasiado. El nombre europeo de la enfermedad, variola, proviene del latín que significa "manchado" o "espinilla". El proceso de inmunización contra la viruela se llamó "variolación"”.

Lo anterior lo cito porque quiero decir que en el caso de coronavirus también se presentan esos ataques, lo lee uno en las noticias, que pudieran equivaler a simples manchas, como si nos estuviéramos destripando, metafóricamente, una espinilla; aunque, claro, el coronavirus no produce espinillas, ni cosas tan visibles. En el coronavirus la procesión va por dentro.

Copio ahora largo y sin agüero:

“Pero tres preguntas merecen especial atención, porque sus respuestas podrían cambiar la forma en que aislamos, tratamos y manejamos a los pacientes. Primero, ¿qué podemos aprender sobre la "curva dosis-respuesta" para la infección inicial, es decir, podemos cuantificar el aumento del riesgo de infección a medida que las personas están expuestas a dosis más altas del virus? En segundo lugar, ¿existe una relación entre esa "dosis" inicial de virus y la gravedad de la enfermedad, es decir, si una mayor exposición resulta en una enfermedad más grave? Y, tercero, ¿existen medidas cuantitativas de cómo se comporta el virus en pacientes infectados (por ejemplo, el pico de la carga viral de su cuerpo, los patrones de su ascenso y caída) que predicen la gravedad de su enfermedad y qué tan infecciosos son para otros? Hasta ahora, en las primeras fases del Covid-19 pandemia, hemos estado midiendo la propagación del virus entre las personas. A medida que aumenta el ritmo de la pandemia, también debemos comenzar a medir el virus dentro de las personas”.

Lo que quieren decir esas preguntas para el caso de la estacionalidad lluviosa que viene es lo siguiente: ¿qué tan concentrado debería ser la dosis de virus que eventualmente acompañara la lluvia para ser perjudicial en vez de benéfica?  Y, todavía más precisamente, si nos bañáramos por alguna razón insospechada en alguno de eso aguaceros, ¿qué tan demasiada debe ser la exposición para que el ataque del coronavirus nos sea letal? Obsérvese que las dos preguntas son cualitativamente diferentes pero la respuesta que se busca es la misma.

Y antes esto cabe la siguiente argumentación filosófica: “La mayoría de los epidemiólogos, dada la escasez de datos, se han visto obligados a modelar la propagación del nuevo coronavirus como si fuera un fenómeno binario: los individuos están expuestos o no expuestos, infectados o no infectados, pacientes sintomáticos o portadores asintomáticos”. Aquí  se alude al peligro de analizar la situación desde el simplismo de si es blanco o negro: hay zonas de gris tremebundas.

Pero aquí está adónde queríamos llegar:

“La escasa evidencia que tenemos sobre los coronavirus sugiere que pueden seguir el patrón observado en la influenza. En un estudio de 2004 sobre el coronavirus que causa el Sars , un primo del que causa Covid -19, un equipo de Hong Kong descubrió que una mayor carga inicial de virus, medida en la nasofaringe, la cavidad en la parte profunda de la garganta por encima de su paladar, se correlacionó con una enfermedad respiratoria más grave”.

Esto traducido al coronavirus y las emergentes lluvias vecinas quiere decir lo siguiente. Si los supuestos coronavirus que nos trajera la lluvia se alojaran en la nasofaringe, entonces la capacidad del ataque podría ser más letal, pero si no podría funcionar como vacuna. De allí que la prueba que hagan las autoridades sea crucial. Si la autoridad detecta una concentración débil no es el caso de bajar las armas, pero el psiquismo social no estaría tan alebrestado y saturado de terror y miedo.

Esto es gris, demasiado gris.

“Casi todo los pacientes Sars que ingresaron inicialmente con un nivel bajo o indetectable de virus en la nasofaringe se encontraron en un seguimiento de dos meses que todavía estaban vivos. Aquellos con el nivel más alto tenían una tasa de mortalidad del veinte al cuarenta por ciento”.

Es obvio que allí hay una esperanza, cruel y despiadada es cierto, sobre todo para los adultos mayores que somos, pero es una esperanza.

Ahora bien, también da una ruta. Todo aquel que haya sido atacado a nivel de nasofaringe estará en peligro inminente, sobre todo si es adulto mayor.

De todas maneras la clave preponderante aquí es: estar atento y enviar mensajes públicos urgentes pues el advenimiento de la época de lluvias puede hacer que el enemigo nos llegue a buscar incluso donde estemos enclaustrados.  ¡Y no nos demos cuenta!

Esto en las zonas campesinas tan pobres, que aman visceralmente la lluvia,  puede ser fatal.

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