Tauromaquía en Colombia: ¿Censurar? O defender

Tauromaquía en Colombia: ¿Censurar? O defender

"Así como los seres humanos no necesitamos de las corridas de toros, tampoco requerimos más de 100g de carne a la semana"

Por: Andres Molina Ochoa
enero 23, 2016
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Tauromaquía en Colombia: ¿Censurar? O defender
Foto: diariocorreo.pe

La discusión entre anti taurinos y amantes de la tauromaquia sería mucho más productiva si ambas partes dejarán de lado algunos argumentos indefensibles y se centraran en los que de verdad importan.  Sostener que las corridas de toros deben protegerse, porque son parte de la cultura colombiana es una falacia de libro: el argumento ad antiquitatem. El uso inveterado de una práctica no la hace válida. Si así lo fuera, la esclavitud debería aceptarse en la humanidad, dado que ha existido por siglos en nuestro planeta.

Decir que los toros de lidia no sienten dolor durante las corridas es una afirmación que contradice cualquier estudio científico sobre el cerebro de los animales. La ciencia día a día demuestra que los animales tienen aquellas capacidades que antes creíamos nos diferenciaban de ellos. Ahora, sabemos que hay especies capaces de usar y crear herramientas, de tener conciencia, de usar el lenguaje de forma tan específica como para identificar colores y especies. Las reses, quizás, no sean el mamífero más inteligente sobre la tierra, pero sin duda alguna son capaces de sentir dolor, sobre todo si son sometidas al tipo de vejámenes que padecen en una típica corrida de toros.

Los anti taurinos, por su parte, deberían dejar de diferenciar entre las corridas de toros y la ingesta de carne, al menos en las cantidades en las que habitualmente se consume en Colombia. No es cierto que la tauromaquia sea una actividad lúdica, en tanto que la comida de un buen bistec sea un acto de supervivencia. La alimentación también se relaciona con el placer, uno acude a un rodizio no sólo por necesidades nutricionales, sino porque uno disfruta y goza comer carne. Según la FAO, los seres humanos apenas requerimos cien gramos de carne a la semana para satisfacer nuestras necesidades alimentarias. Lo demás lo consumimos por placer. Quien va a una corrida, lo hace porque disfruta la supuesta estética de la tortura del toro; quien consume un bistec, lo hace porque se regodea con el cadáver de un animal que ha sido torturado.

Así como los seres humanos no necesitamos de las corridas de toros para divertirnos, tampoco requerimos del consumo de las cantidades de carne que ingerimos día a día. Ambas prácticas son innecesarias y se llevan a cabo sólo por placer.  Permítanme aclarar esta tesis, porque en múltiples ocasiones, he visto como es tergiversada por los anti taurinos. Si el consumo de carne es necesario para tener una adecuada salud, jamás lo es en las cantidades en que la mayoría de colombianos lo hacen. Cien gramos, algo menos que una quinta parte de una mediana hamburguesa, satisfaría los requerimientos de proteína animal. El resto de carne lo consumimos por placer. Así de simple.

Ahora bien, los anti taurinos podrían argumentar que el consumo de carne se diferencia de las corridas de toros en el grado de sufrimiento que padecen los animales. Al fin y al cabo, los toros de lidia padecen una horrible muerte, luego de ser torturados por varias horas. Tienen razón. El grado de sufrimiento debería ser un elemento a tener en consideración al momento de permitir una práctica y censurar otra. El problema, sin embargo, es que muchas veces los animales que van a ser sacrificados para satisfacer las demandas de carne sufren mucho más que los toros de lidia. Las gallinas ponedoras, por ejemplo, viven en general encerradas en jaulas no más grandes que una página A4, en tanto que los cerdos—uno de los mamíferos más inteligentes, a propósito—son encerrados para que no gasten energía moviéndose, obligados a comer una dieta diseñada sólo para su rápido engorde. Por no hablar, claro está, de los gansos cuyos hígados son modificados en condiciones miserables para poder satisfacer el apetito de los amantes del foi gras, o las langostas cocinadas vivas en los más elegantes restaurantes de Colombia.

Ahora bien, el consumo de carne—reitero, al menos en la cantidad en que se consume en Colombia—no sólo lleva a procesos industriales que producen sufrimientos peores que los de las corridas, también pone en peligro la misma existencia de nuestra especie. Según un estudio publicado en Scientific American, la ingesta de carne contribuye más al calentamiento global que los automóviles. En otras palabas, las corridas de toros ponen en riesgo la vida de unos cuantos animales, nuestros hábitos alimenticios a todo el planeta.

Si los anti taurinos en realidad se preocuparan por la calidad de vida de los animales, deberían olvidarse de las corridas de toros. En cambio, tendrían que preguntarse por la relación de nosotros los seres humanos y el medio ambiente. Por ejemplo, sería interesante plantear el debate de qué tipo de prácticas, o qué tipo de sufrimiento debe tolerarse para el consumo de carnes y huevos, o para la investigación científica. También sería bueno preguntarse por el tipo de deberes que tenemos para con los animales. Por ejemplo, por qué se destinan recursos para rescatar perros callejeros, pero no se hace lo mismo con animales como las ratas y ratones; mamíferos, por ejemplo, capaces de comunicarse entre sí y de desarrollar intrincados sistemas sociales. Si lo que se desea es la eliminación del sufrimiento a los animales, también sería bueno que se planteara el cierre de rodizios, ventas de pollo, asaderos y todo tipo de lugares en los que, con seguridad, los seres humanos consumiremos carne más allá de lo necesario. Es más, debería, siguiendo la misma lógica, prohibirse todo tipo de menú que incluya el consumo de más de cien gramos de proteína animal.

¿Le parecen muy drásticos estos ejemplos? Bueno, es lo mínimo que debe esperarse de los anti taurinos. De lo contrario, quedaría en evidencia que su interés no es en realidad la protección de los animales, sino la persecución de quienes se divierten con otro tipo de sufrimiento. La tortura callada, aquella que se hace en el silencio oscuro de las granjas y establos se permite, la que se hace espectáculo se censura. Lo que se busca no es defender a los animales, es censurar a quienes disfrutan otro tipo de sufrimiento.

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