Sobre la intimidad de Héctor Abad Faciolince

Sobre la intimidad de Héctor Abad Faciolince

En el libro "Lo que fue presente", el escritor logra retratar la intimidad propia de la correspondencia, para acercar al lector a una atmósfera de intimidad

Por: CAROLINA RUEDA
febrero 12, 2020
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Sobre la intimidad de Héctor Abad Faciolince
Foto: Daniela Abad CC BY-SA 3.0

Los diarios y las cartas me gustan cuando son lo que son. No quiero que estén afectados por la mirada y relectura estética del creador que me construye una entelequia de casual look cuando gasta días en pulir la reflexión y embellecerla. Quiero que las cartas tengan su fuerza, su ritmo de encabalgamientos, sus preguntas disruptivas. Cuando me invitan a la intimidad, que sea verdadera, que me abran la puerta y entre la luz, no soy un voyeur, quiero poder mirar sin exhibicionismo.

Prometo no asombrarme como enseñan las mil y una noches, ni preguntar lo incomprensible.  Tal vez por eso los diarios de Abad son provocadores, porque encienden la luz de lo privado, te parece que está ahí a tu lado, sientes la fuerza de un vivo, de un ser que respira, suda, come y ama. Tanta intimidad de alguien que no has tocado, sorprende. Es difícil no caer en la escucha cuando el que habla te cuenta dudas y oscuridades más que hallazgos, se pregunta sobre sí mismo y también, con narcisismo, te recuerda a ti. Compartimos el mismo país que se refleja de fondo en este relato descarnado casi sin anécdotas, ni detalles, aunque en su vida el destino es tangible, material. Su diario dibuja, uniendo los puntos sobre el mapa, su feria personal, nos presenta su parque de diversiones con vértigo, peligro y ¿por qué no? juegos de relajación. Descubres ese yo que se cuenta como quien abre un naipe y revela sus arcanos. También resulta un camino en la escritura, persigue su voz.

A caballo entre el balcón y el desfile, está aferrado a vivir, pero se culpa por no escribir, y en la vida, se culpa por escoger siempre el camino del deseo. Cómo comprender el deseo, alimentarlo, mantenerlo vivo, parece la pregunta final de este creador sobre componer y uso este verbo porque su voz es musical. También dirige esta pregunta al vivir. A pesar de los silencios largos del diario, la conciencia que lo vigila, judeo cristiana, fervientemente atea, lo obliga a revisarse como un perro las pulgas, como un chiquillo los lunares. La literatura y la vida lo emplazan y lo obligan a desear, contra la tristeza, contra la imposición del destino. El deseo como resistencia a la muerte, a las obligaciones, el deseo contra el olvido. El deseo como nobleza, como trascendencia.

La literatura está compuesta como la tradición oral de fantasía y realidad.  Esa mixtura surge de la vida. Cuando la cuentas como testigo, haces que el otro te vea presente, confíe en esos ojos que tocaron, que miraron, que recuerdan, y de alguna manera que inventan. Abad Faciolince es un hombre que olvida, que se obsesiona, que duda y por todo eso escribe. Batalla contra la laxitud y el afán compartidos, de evadir lo necesario. Este retrato de nuestra pequeñez, de nuestra finitud mirándonos en el espejo, resulta tal vez lo más literario de este cúmulo de pasos lanzados al vacío con algo de fe en la búsqueda y permanentes dudas en el resultado.

Lo que fue presente, está presente. Como ya acostumbra Abad, nos mete en ese camino mixto entre lo íntimo y lo ficcional que provoca el vértigo de la cercanía. Cuando todo pinta a lejanía, nos sigue hablando con la voz del arrullo.

Lo leí en tres etapas. Acompañaba los días de no lectura, como un murmullo de fondo, roncaba el animal que reposa detrás de la puerta.

El río que murmura por sus letras a lo largo de su obra y sus silencios logra despertar territorios humanos, que yacen ocultos, vergonzantes y al parecer condenados a la desaparición. Contar el vacío, la soledad y las voces que nos habitan ayuda de alguna manera a rodear el silencio profundo que nos da vivir. Navegar incapaz como todos frente al silencio y a la vez amarlo, explorarlo, es tal vez lo que más se agradece de este libro, de este acto de confianza.

Como desea nunca está satisfecho. Disfruta estar a gusto, es un sibarita, pero en el fondo de su naturaleza hay un olfato pertinaz para lo efímero que lo mueve tarde o temprano a buscar dentro de lo efímero, la llama del deseo, esquiva y móvil. Capturarla, hacerla constante, esta es su utopía de poeta, su presencia de artista que se declara carne de su tiempo.

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