Si ellos callan, gritarán las piedras: el silencio generalizado sobre lo que cantaron los militares

Si ellos callan, gritarán las piedras: el silencio generalizado sobre lo que cantaron los militares

Soldados y militares, también estratos 1, 2 y, de pronto, 3, de manera despiadada, mataron a 6402 jovencitos de su misma clase, sus hermanos. Y el silencio es ley

Por: Pablo Forastero
mayo 04, 2022
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Si ellos callan, gritarán las piedras: el silencio generalizado sobre lo que cantaron los militares
Foto: Pixabay

Indignante el silencio que guardan los mandamases de este país ante las descarnadas confesiones de militares, quienes no pudiendo luchar más contra su conciencia atormentada, confesaron los crímenes que cometieron o en los que participaron durante esa época podrida de la presidencia uribista.

La presidencia de Uribe se apoyó en la mentira y el terror: la mentira para esconder sus delitos y simular que se estaba ganando una guerra contra una guerrilla, también criminal, que abusaba de los más pobres del país y de sus hijos e hijas.

Y terror porque plantar soldados en algunas carreteras para que levantaran el pulgar saludando a viajeros estrato cuatro que iban a sus fincas de recreo, hizo invisible el lado tenebroso de los crímenes de otros militares y reclutadores que engañaban a jovencitos estratos 1 y 2 (enfermos, desempleados, sin posibilidades de educarse para pasar luego a ser firmes emprendedores del progreso y el desarrollo familiar y social) y los masacraban con sevicia, con indolencia, con desdén por la vida y los derechos de la gente.

Soldados y militares, también estratos 1, 2 y, de pronto, 3, de manera despiadada, mataron a 6402 jovencitos de su misma clase, sus hermanos, sus conciudadanos. Y lo hicieron a sabiendas, sin pudor siquiera, sin una gota de esa piedad cristiana que tanto pregonan en este país los demagogos de la moral y las religiones. Esos actos solo podían cometerlos unos cobardes, incapaces de rebelarse a las órdenes macabras de jefes y secuaces de un gobierno que no tuvo pudor para abandonar el terreno de la legalidad y entrar sin gloria alguna, por los dos caminos, el de la mentira y el terror, al infierno del crimen.

Los victimarios, inhumanamente, se aprovecharon de la indefensión y la pobreza de sus víctimas porque, supuestamente, nadie reclamaría y cuyas familias serían, por el contrario, estigmatizadas por medios de comunicación cobardes y contemporizadores del delito y, de hecho, por esa sociedad monacal, embutida de una moral rígida e implacable ante lo que hacen los que piensan de otra manera, pero que se dilata y estira hasta donde sea necesario cuando el crimen pertenece a sus tiendas o filas ideológicas. Esta actitud se llama hipocresía, y en este caso esa hipocresía es un delito, ese sí, moral y ético ante la historia de este país.

Que se calle la gente y agache la cabeza disimuladamente, como lo hacían las beatas de pueblo, que cabizbajas marchaban a la iglesia, no exculpa a quienes ostentan alguna forma de poder político, religioso, judicial, comunicativo, económico, deportivo, cultural, etc. que han guardado un silencio miserable y cómplice ante las confesiones de los militares.

Tienen más valor civil y una posición ética superior estos militares al confesar sus delitos, ya que asumen su responsabilidad con un coraje plausible que, no obstante, debieron tener ante quienes les daban las órdenes de buscar víctimas para hacer creer que se estaba ganando una guerra.

Esto que llaman patria esta enmudecida ante tanto horror, y estupefacta ante tantos bellacos que aplaudían el crimen aun sabiendo el horror de lo que pasaba. Pero mayor mudez y estupefacción causa ese inmenso silencio de los partidos políticos y sus líderes:

¿Qué sílaba de rechazo han pronunciado acaso los miembros de las bancadas del Centro Democrático, de Cambio Radical, del partido de la U, del partido Conservador, del partido Liberal, los pastores de la fanática politiquería religiosa que, desde sus palestras en la Cámara y el Senado de la República, elogiaban extasiados las proezas de su caudillo? ¿O qué han dicho supuestos jefes como Vargas Lleras, César Gaviria, Andrés Pastrana?

¿O poderosos como los Sarmiento, los Santodomingo, los Ardila y miembros de las familias bien de este país? ¿O comerciantes como  Calle, Hernández, o quienes viven del contrabando y el comercio subterráneo que mueve inmensas millonadas en Colombia? ¿O los llamados artistas que cantan en conciertos ofendiendo la dignidad de otros países, pero que esconden el rabo ante nuestra propia tragedia? ¿O deportistas que triunfan en otros países y reciben medallas y enormes sumas de dinero mientras en sus tierras corre la sangre?

No obstante, lo que más lastima y hiere es ese silencio asqueroso de los jefes políticos y de los potentados, silencio que no es otra cosa que justificación del dolor causado a los indefensos y cobardía hipócrita de un liderazgo de papel en el que no hay ninguna encarnación de la dignidad que debe tenerse ante el horror que lastima a una patria tan lacerada por la violencia histórica.

Ya los pobres de esta tierra han sufrido demasiado; han soportado estoicamente el sufrimiento hasta casi la complicidad con quienes los han castigado a lo largo de tantas décadas, a la vez que sus hijos han sido arrebatados por el ciclón de la violencia extrema y de la muerte. Naturalmente, solo han muerto los pobres (sean soldados, paramilitares, guerrilleros, etc).

Todos han sido víctimas fatales de unas estructuras pervertidas, mediocres y criminales que han hecho de la política en Colombia la más corrompida actividad que pueda emprender alguien para dividir a la gente y hacer que se mate sin misericordia alguna y con el odio insoportable de Caín.

Todos ellos han sido víctimas de la pobreza, la miseria y la ignorancia porque nunca han tenido la oportunidad verdadera de estudiar, trabajar y participar como ciudadanos de verdad en la vida del país. Su destino ha sido ser "carne de cañón" en la sordidez de una oscura organización con apariencia de legalidad.

Hemos desaprovechado la gran inteligencia de los colombianos y las grandes riquezas de estas tierras y hemos perdido la oportunidad de ser un país ejemplo para el mundo. Las oportunidades son para los hijos de la clase política que se aferra al poder con la tenacidad de un psicótico que no advierte, porque es incapaz de pensar, que a su alrededor el mundo es otro y que pronto serán abatidos, como el pueblo decadente de Macondo, en Cien años de soledad, por su corrupción, por sus crímenes nefastos y por sus propios vicios, en medio del aplauso universal. ¡Gritarán las piedras!

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