¿Será Juan Manuel Santos un nuevo San Pablo?
Opinión

¿Será Juan Manuel Santos un nuevo San Pablo?

Que sea Santos quien lidere las reformas sociales que traerían la paz al país, se necesita un milagro como el que convirtió a Saulo en San Pablo

Por:
julio 12, 2017
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Saulo de Tarso fue el director del primer martirio contra un cristiano —San Esteban protomártir— y se distinguió por ser uno de los más feroces perseguidores de los miembros de la nueva religión. Su saña era tal que lideró la búsqueda de de cristianos por fuera de su territorio natural y cogió el camino de Damasco para buscar creyentes y llevarlos a Jerusalén para ser torturados y castigados. Pero sucedió que durante el trayecto de repente vio una gran luz venida del cielo que lo tumbó del caballo y oyó una voz diciendo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” y al identificarse la voz como la de Jesús quedó Saulo convertido al cristianismo volviéndose el Apóstol San Pablo, y sin ser parte de los doce que siguieron a Jesús, se convirtió en lo que se puede considerar la segunda jerarquía  más importante dentro del santoral católico.

¿Qué tiene que ver este milagro con lo que vivimos en Colombia?

Nadie más representativo del establecimiento, y en consecuencia más comprometido e interesado en el mantenimiento del statu quo, que nuestro actual presidente.

Por nacimiento forma parte de la elite económica habiendo sido codueño de El Tiempo, el medio de comunicación más poderoso y más rentable. Eso le permitió entrar a formar parte de la elite política, llegando a comenzar su carrera pública como Designado —equivalente a vicepresidente de la República— sin haber participado nunca en una campaña ni recibido un voto de nadie (coincidencia con Francisco Santos).  También le abrió la puerta grande para su membresía de la elite mediática desde la subdirección del periódico. Y aunque no tanto por el lado Santos sino más por el Calderón, guarda parentesco con varias de las familias de la alta clase social.

No sorprende que a su turno su trayectoria política también esté más que marcada como adscrito al pensamiento y defensor del statu quo. No por casualidad fue ministro clave bajo los tres presidentes más de derecha que han gobernado este país (César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe), ocupando las carteras más representativas de la derecha en sus respectivos gabinetes.

Con el primero  asumió la implantación del neoliberalismo inaugurando justamente la cartera de Comercio; cuando Andrés Pastrana y la peor crisis económica desde el gran crac prometió —y cumplió— ‘solo sudor y lágrimas’; y bajo Uribe fue la mano dura de la guerra atribuyéndose —probablemente con razón— las posiciones más extremas (los ataques verbales al mandatario de Venezuela, y el bombardeo en el territorio ecuatoriano).

las reformas sociales que traerían la paz al país

 

Que se convirtiera  en un líder revolucionario como Fidel Castro,
o compararse con Hugo Chávez y que busque implantar un modelo de izquierdas
como el del República Bolivariana, son meras armas sucias de la política

 

Pero igual de distante está la posibilidad que Santos sea quien adelante las reformas sociales que traerían la paz al país.

Porque la paz y el acuerdo de paz son cosas muy diferentes. El logro del acuerdo  es haber desmantelado uno de los grupos insurgentes otorgándoles la amnistía y los derechos políticos para que defiendan sus ideas por las vías legales.

Pero todo lo demás son obligaciones del Estado que no dependían ni dependen de una negociación sino de una voluntad política; para ser más exacto de la voluntad política que las cosas cambien.

Y para que Santos sea quien lidere o cumpla esto se necesitaría un milagro como el que convirtió a Saulo en San Pablo.

Y nadie puede llamarse a engaño pues el mismo lo dijo: “no habrá cambio en el modelo político; ni en el modelo económico; ni en las Fuerzas Armadas; ni se tocará la propiedad privada”.

Y a fe que lo demostró hasta la saciedad pues durante sus dos periodos no se concretó ninguna de las reformas pendientes y necesarias para acercarnos a la paz cambiando algo en Colombia: ni reforma educativa, ni de pensiones, ni a la salud, ni un estatuto del trabajo, ni reforma a la Justicia, ni la electoral.

A menos que suceda ese milagro, tan distantes están en su valoración quienes  lo acusan de ‘castrochavista’  como quienes esperan o consideran que encarna el papel de gestor de la paz que espera y necesita el país.

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