Antes bajaban los muertos en sus aguas, hinchados y solos; la soledad de los anónimos, la hinchazón de lo que se pudrió en el alma de los asesinos. Las aguas son de los ríos que bajan de la Sierra Nevada, helados y cristalinos. Son una bendición para los poblados macondianos del Magdalena (el departamento), en donde el sol se ensaña contra la existencia. Van llevándose la esencia de los niños felices que se bañan en ellos y la historia de la gente, de la gente pobre.
El departamento ha vivido tiempos aciagos, la violencia se tomó incluso la capital turística, Santa Marta. La disputa entre guerrilla y paramilitares, y el saqueo continuo a las arcas del departamento por una clase dirigente avara, insaciable, que se adueñó del progreso de toda la región, mantienen los índices de desigualdad y el de rendimiento académico en una disputa de proporcionalidad inversa devastadora; parece evidente que entre mayor pobreza menor rendimiento en las aulas. Bueno, evidente para unos, obviable para los que viven del estatus y la opulencia construida con la miseria de otros.
La gente se cansa, en este país, muy tarde. Miles de muertos, millones de desplazados, mucha hambre después, reacciona. En ocasiones ese hastío hace cometer errores al elegir gobernantes, pero en el Magdalena están pasando cosas, y es un escenario interesante. Otro hijo de Aracataca está dando de qué hablar, le ganó a los gamonales, a todos aquellos untados de parapolítica y riqueza de dudosa procedencia en una región donde el voto de opinión era un idealismo inventado por poetas cachacos.
Se podría pensar que Carlos Caicedo puede ser uno de esos que pescó en el río revuelto del tedio y se hizo elegir del cansancio. Pero, ya va a sumar 12 años continuos de elecciones victoriosas de su movimiento, ahora, ganan alcaldía de la capital y gobernación del departamento. No ha tenido a nivel nacional el mismo tratamiento mediático de otros líderes como Fajardo, Romero, Amaya, López y Gutiérrez. Quizá porque el Magdalena sigue siendo la tierra del olvido, quizá porque es mejor así, dejarlo que trabaje sin las preocupaciones de la vanidad nacional.
Estamos esperando que el hijo de Aracataca de verdad sea la esperanza de Macondo, de los campesinos, de los estudiantes, del pescador, del medio ambiente. Hay que hacerle seguimiento.
