Ser colombiano es un acto de fe

Ser colombiano es un acto de fe

"Pareciera que el Estado no existe dado que no ejerce el monopolio legítimo de la fuerza, no tiene el control de la tributación, y el narcotráfico y la minería ilegal crecen"

Por: Silvio E. Avendaño C.
octubre 04, 2017
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Ser colombiano es un acto de fe
Foto: Freeimages.com

 

El relato Ulrica, escrito por Jorge Luis Borges, publicado en El libro de la arena (1975), narra el encuentro de Ulrica, una joven noruega y el catedrático colombiano Javier Otálora.

Ella le pregunta a Javier Otálora su procedencia. “Le dije que era profesor de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. Me preguntó de un modo pensativo: ¿qué es ser colombiano? —No sé— le respondí. —Es un acto de fe—.

Javier Otálora no tiene claro qué es ser colombiano, por eso dice “no sé”. Recurre a la creencia dado que el conocimiento es incierto. Y en este punto vale considerar la formación de Javier Otálora, el profesor de la Universidad de los Andes que vivió sus “mocedades en Popayán”. El acto de fe, en otras palabras, la creencia se forjó en el catecismo, es decir, en la exposición orgánica y sintética de las ideas, enseñanzas o principios básicos de un movimiento político o religioso. Por una parte, el catecismo patrio. En otros términos, la “historia patria” que establece las bases del Estado Nacional, que tiene de común un pathos: el de la “sacralización” de la “patria”. También los “símbolos”, la celebración de cultos y ritos.

Todos esos cuentos: el “amor a la patria”, el sacrificio en el “altar de la patria”, “todo por la patria”. Es decir, la secularización de la religión que se cuaja en el escudo, el himno, la bandera, héroes y caudillos, una simple galería de héroes edificantes cuya finalidad es controlar a los individuos, establecer clases, justificar hechos. De otra parte, el catecismo religioso del Padre Gaspar Astete, publicado en 1599. Desde entonces, los niños “han sido acuñados en un momento decisivo de su socialización por una concepción del mundo y de la vida en contravía del mundo moderno”. Además, la historia sagrada, el metarrelato desde una perspectiva providencialista que narra cómo no hay ningún hecho que no muestre la intervención de Dios para salvar al pueblo elegido y, excluir a los otros pueblos.

Javier Otálora frente al no saber qué es ser colombiano, recurre a la creencia: héroes y santos. Guerreros en los campos de batalla “por darnos libertad”. Oradores en el camino pues “somos los peregrinos que vamos hacia el cielo”. De esta manera, se manifiesta que la supuesta “sociedad civil” con sus líderes, caudillos carismáticos, gamonales, jefes naturales llevan al “orden”. A su vez, el poder de lo sagrado que lucha por salvaguardar de las acechanzas de los descarrilados enemigos del sistema de la fe.

Ante la pregunta de Ulrica, contesta Javier Otálora: “ser colombiano es un acto de fe” porque pareciera que el Estado no existe dado que no ejerce el monopolio legítimo de la fuerza, no tiene el control de la tributación, el narcotráfico y la minería ilegal crecen, la burocracia es incompetente, el nepotismo aumenta, los derechos de los trabajadores se cercenan, campea la compra de votos, los magistrados corruptos se burlan de la justicia …

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