Ser becado en Colombia: "es jodido, pero es posible"

Ser becado en Colombia: "es jodido, pero es posible"

Aunque se enfrentan muchas dificultades, "hacerlo vale más la pena que pensar en lo que pudo ser y no fue". Reflexiones de un joven que cree que "ser pilo sí paga"

Por: Diego Elías Rebolledo Rivadeneira
junio 25, 2020
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Ser becado en Colombia:
Foto: PxHere

Colombia es uno de esos países en los puede considerarse utópico si quiera pensar en una especie de “igualdad de oportunidades”, aunque yo mismo he comprobado (como si fuera un falsacionista) que esta generalización es como muchas otras. Hay una alta probabilidad de ser víctima del resultado evidente de tal aseveración, en este cóctel social que hemos hecho nuestro y al que llamamos patria: si uno tiene suerte, disciplina y una idea en la cabeza, la probabilidad lo abrazará con un muy diminuto toque de esperanza, como si quisiera distraerlo mientras que la realidad empírica (que muchas veces es tosca y a la que no le importan la integridad, sentimientos y deseos de una juventud llena de sueños) lo lanza sin piedad desde lo más alto del Santo Domingo en Los Andes o del Giraldo en la Javeriana.

La realidad empírica puede o no derribarnos, pero dejarla atacar es lo mismo que introducir la bala en el revólver y dirigirlo a las fauces, como quien maquina y desarrolla su propio destino. El descenso emocional, que concluye en un estado de depresión o plano, depende enteramente de nosotros y nos pasa, en parte, porque se nos hizo costumbre dejar de lado a esa “tía” que, a sabiendas de que es importante e influyente, ignoramos; esa que generalmente nos mantiene y aun así nunca agradecemos, la misma que nos hace soñar tantas cosas cada vez que optamos por descansar o morir un ratico, y a la que algunos desconsiderados llaman enemiga, aliada o salud mental, y sobre la que dedicaremos, tal vez, miles de escritos en el futuro, pero que hoy también dejamos de lado para dar paso a un tema más del momento.

El hecho es que ser un “pilo”, un “gen E” o simplemente “un becado” en Colombia es toda una odisea, una experiencia de muy pocos y que en mi opinión cambia todo el paradigma unipersonal y la perspectiva social de un estudiante recién egresado de un colegio público, al menos cuando este decide cambiar el modus operandi de toda su línea familiar y matricularse en una universidad prestigiosa como Los Andes, la Javeriana, la Nacional, la Udea, entre otras…

La primera alarma significativa te la da la ciudad. El nuevo entorno y clima que te rodea es muchas veces hostil e indiferente, te recuerda cada día que eres un foráneo más y que, aunque puedas acostumbrarte, siempre vas a sentir que te arropas con una sábana que no es tuya y que no duermes en tu colchón. Tu forma de moverte también cambia, pues el solo hecho de estar donde estás es un quiebre directo a tu zona de confort. Así, adaptarse al ritmo universitario es especialmente difícil cuando no juegas en tu terreno, aunque no dejar de ser embriagante poder ver clases en edificios que valen más dinero del que pudieras haber imaginado en tu vida y donde, eso sí, uno encuentra todo tipo de gente (algunos más acogedores que otros y unos tantos hasta perjudiciales).

Al principio, las dudas son imposibles de reprimir. Uno no solo está estudiando, está apostando y cualquier descuido le puede costar la casita a los padres, el trabajo de mucho tiempo, la paz, la pensión o lo que se considere seguro. Al mismo tiempo, ser becado implica estar en una oficina de Icetex tres veces por semana, pero vale la pena. Las clases se van haciendo cada vez más comprensibles y el poder hacer una videollamada con tu familia al final del día te da la fuerza para darle la cara al futuro, pensar en lo venidero y en cómo dejar un impacto en esta economía emergente. Finalmente, es en este contexto en el que surgen las grandes invenciones y las soluciones a aquellos problemas que a la larga se convierten en oportunidades.

Se puede pensar en esto mientras se raciona cada peso que se obtiene del trabajo improvisado, mientras se viaja dos horas para llegar a la universidad (sudado porque tuviste que correr contra el reloj de un parcial), mientras te pierdes, mientras lloras en soledad porque el síndrome del impostor se apodera de ti y te hace sentir que no mereces nada de lo que tienes, mientras se trasnocha y se quema pestaña estudiando los temas que ya uno debería saber pero no sabe, mientras se lucha, mientras se pelea con la soledad y la depresión que un día gris y muy frío provocan, mientras otro estudiante se burla de ti, te golpea sin ninguna razón o hace un gesto de fastidio por tu condición de becado. Es jodido, pero es posible. Hacerlo vale mil veces más la pena que pensar en lo que pudo ser y no fue, en aquella oportunidad.

La universidad es el entorno en el que el ser humano puede desarrollarse con más libertad, en el que la parte social e intelectual de la persona se ve expuesta a un choque de emociones y en el que se crean, por qué no, los talentos y tragedias de un país. El poder contrastar un contexto de pobreza y necesidad con uno de abundancia y ortodoxia ha sido para mí la experiencia más gratificante jamás vivida. Construyamos hoy algo tan grande que grite que ser pilo sí paga.

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