Señores jueces, si quieren despenalizar el consumo, aboguen para que sea de forma responsable

Señores jueces, si quieren despenalizar el consumo, aboguen para que sea de forma responsable

"El libre desarrollo de la personalidad de un toxicómano no puede coaccionar el bienestar de un ciudadano. Antes de fallar a favor de unos, no se conviertan en verdugos de otros"

Por: Sebastián Galvis Arcila
junio 21, 2019
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Señores jueces, si quieren despenalizar el consumo, aboguen para que sea de forma responsable
Foto: Facebook Corte Suprema de Justicia

¡Qué horror su señoría, qué horror! Ya sé que se les ha armado un lío de opinión por su sorprendente fallo sobre consumo de alcohol y drogas en lugares públicos. Me pregunto si les importa algo, porque da la impresión que ustedes en ese Olimpo en el que se sientan a discutir temas determinantes para todos, no alcanzan a escuchar las voces sufridas de los compatriotas ni los gritos de la miseria sobre todo entre las clases populares. Pareciera como si en ese cielo supremo donde se mueven no se conocieran las realidades de los colombianos en zonas urbanas y rurales, pareciera como si su modo de ser insensible respondiera al hecho de no ser. Lo digo porque cuando los escucho haciendo declaraciones, su acento parece de otro lado; sus sofisticadas opiniones parecen venir del lenguaje más burgués que tiene tanto de odioso como de insensible. Y lo que preocupa no es que ustedes no dimensionen nuestra realidad social, sino que hablen como hablan e impongan lo que imponen.

Claro está que su decisión le viene muy bien a centros nocturnos, licoreras y empresas representativas de este país, pero saben también que no le viene bien a millones de ciudadanos que enfrentan de cerca el problema. Porque ciertamente todos tenemos un sobrino o un tío marihuanero, pero no es lo mismo tenerlo en Holanda, Canadá o India como lo tendrá alguno de ustedes, que en el centro de Bogotá o en cualquiera de los barrios deprimidos de cualquier ciudad del país. Que ustedes quieran poner su cuota mayoritaria para la legalización de la marihuana y su correspondiente despenalización es una batalla que bien pueden dar por las vías de ley, pero no a cualquier costo, porque el precio de su decisión lo paga la sociedad entera y los resultados finales pueden ser nefastos.

Lo que quiero decir es que si desean despenalizar la marihuana, el camino no es el de permitir el consumo de droga en el espacio público. No pienso repetir los discursos mediáticos con que les han sermoneado los últimos días; algunos de ellos con un piso ético definido, otros con aportes psicológicos en defensa de los derechos individuales y de la infancia como el del aprendizaje observacional. Saben ustedes bien que la probabilidad de reproducir una conducta aumenta cuando se está expuesto a ella, eso es aprendizaje imitativo y hace parte de las estrategias de aprendizaje que ustedes estudiaron en algún momento de sus vidas. Ustedes comprenderán que un padre y una madre de familia de clase media tendrán derecho a preocuparse por dejar salir al parque a su hijita de ocho añitos cuando saben que allá, entre ruedas y columpios, estarán los fumones del barrio. Sabiendo que el libre desarrollo de la personalidad de un toxicómano no puede coaccionar el bienestar de un ciudadano, es necesario que antes de fallar a favor de unos, no se conviertan en verdugos de otros.

Si realmente quieren despenalizar el consumo, aboguen señores jueces por una despenalización responsable, no con la arbitrariedad con la que salen a decir argumentos basados en imaginarios desarrollistas frívolos. Si desean llegar a la despenalización necesitamos primero aprender a desvincular consumo con delincuencia y criminalidad. ¿Dónde están las leyes que permiten ver al adicto como víctima y no como enfermo potencialmente peligroso? ¿Acaso no es suficiente con tener un consumo controlado de la marihuana? Para no contestar a esto de la manera más superficial posible (en lo que ustedes son expertos), quisiera agregar que una despenalización responsable pasa por un fortalecimiento de la educación a lo largo y ancho del país, unas políticas operantes en lo cultural y sanitario que permitan el disfrute de un espacio de vida saludable.

Claro, yo sé que ninguno de ustedes sabe lo que es levantar a un herido por un pleito de tragos durante un fin de semana, ni lo que es enterrar a un hijo que es dejado al lado del camino víctima de grupos delincuenciales que fortalecen sus hurtos con drogas de todo tipo. Tal vez un erudito del observatorio de drogas no lea emocionado este discurso, pero sí lo hará un menor de edad que tiene el anhelo de vivir en un mundo distinto, con menos problemas y más oportunidades. Podremos despenalizar el consumo para reducir el tráfico ilícito, el día que aprendamos desde la cuna la ruta de la legalidad, cuando la corrupción no sea una opción, cuando por la droga un hijo no mate a su padre, cuando podamos reducir homicidios causados por el efecto de la droga y no reportemos aberraciones vergonzosas por esta causa. Les recuerdo a todos ustedes que estas son las noticias de las primeras páginas de diarios y portales.

Hasta aquí todo lo dicho ya lo saben, ¿verdad? Permítanme tratar de sorprenderlos con algo que quizá no sepan para respaldar mi protesta por su ligera forma de legislar. Un espacio de vida saludable no es el de botellas de cerveza ni humo conspirador, es un lugar en el que todos puedan estar, desde el pequeño hasta el más grande. No estoy satanizando la droga porque esta es tan antigua como las primeras formas de cultura, la usó el chamán y el cacique, el faquir y los egipcios, los griegos y los romanos desde siempre; la hemos usado en contexto histórico hasta hoy, de lo que traduzco que se seguirá usando hasta que la especie se extinga. El problema no es la droga, sino su uso perjudicial, aquí es donde nace un problema social de proporciones extremas que ustedes no parecen entender. La droga funcionará como medicina para el adicto que se somete a tratamiento desde el saber ancestral, pero es también veneno para el hincha de un equipo de fútbol que ha perdido todo control sobre el consumo.

Todos somos adictos a algo, hay hombres adictos a las mujeres, hay adicción al cigarrillo y a comerse las uñas, hay adictos al trabajo o al sueño, hay adictos a las novelas por montones, al dinero, a la pornografía y al internet por mencionar solo unas cuantas. Que todos seamos adictos a algo no implica que se deba aceptar la adicción. Esto es lo que quería decir: ustedes como miembros de una suprema corte no tienen el derecho a consentir la adicción sino a prevenir el consumo y sus consecuencias. No pueden hacerlo porque no existe en el país un plan de acción definido que asegure el tratamiento del adicto, ni existen estudios claros sobre el impacto del consumo en la salud pública; mientras los colombianos no estemos bien informados, la posibilidad de tener un consumo consciente será borrosa, solo por esto pensar en la reestructuración del tejido social es un asunto que con su decisión se pone en jaque, porque ustedes están aceptando conductas de riesgo que impiden la transformación de nuestra sociedad.

Su señoría, ni ustedes ni yo podemos dimensionar los anhelos de excitación de las generaciones emergentes, que son cada vez mayores y extremos. El consumo es desde otro punto de vista la forma en que la humanidad persigue una ilusión de placer instantáneo, inmediato y rápido, una que hace que se olviden los problemas, alivia los dolores y termina con la vejación. El mundo en el que ustedes fallan sin ser Macondo es el del pensamiento simbólico conocido por la magia actual. Nuestra sociedad hedonista requiere hoy de magos y charlatanes como Jodorowsky mientras todos nos hacemos esclavos de algo, ahí es donde el psicoanálisis descubre aquello que denomina la vía del goce autoerótico, que debe ser entendido como el placer que no se da con el otro, es decir, que no requiere del contacto con el otro, es el goce egoísta que se opone a la vida social, pues resiste a la felicidad colectiva. El goce autoerótico diría el psicoanálisis, se opone al goce fálico, al placer del contacto con el otro.

Todo esto, para decir que, lo que causa la droga en el adicto es el cuestionamiento de la forma natural que relaciona a la persona con los demás, porque mientras un jovencito se masturba imaginando el objeto de su placer que no es él mismo, el toxicómano transgrede esa idea sintiendo vergüenza por renunciar al placer con el otro y con lo otro que no es él. Lo que quiere decir que la droga termina de a poco con el sujeto y con la posibilidad de tener placer con otras personas, puesto que al lograr sentir placer por sí mismo, sin ayuda de otro, la persona se sustrae de los efectos de su angustia desde un egoísmo silencioso.

Drogarse en sí mismo es un intento por olvidar no solo los problemas de la vida o los dolores del alma, sino el olvido básico del disfrute destructivo que fortalece la adicción. El adicto a cualquier droga está arrastrando el desconcierto de una representación imaginaria que le desestabiliza, o el lastre de una angustia inesperada, ambas le confirman en su condición, de modo que el malestar existencial que en sano juicio se siente incapaz de reprimir, la persona lo sustituye por una droga que le da felicidad instantánea a costa de una soledad perpetua. En este sentido, la droga silencia la voz del inconsciente y este es el lamento de miles de ciudadanos que en un minuto de ilusión sienten alcanzar su objeto de deseo, perdiendo con ello la posibilidad de ordenar sus pensamientos y de gestionar sus emociones. Perdón si es demasiado magistral el final de este comentario, pero no concibo una forma distinta de combatir el horror de los magistrados sino con la reflexión pública que marcha por las calles en defensa del derecho de los que merecen tratamiento para vivir en espacios libres y saludables.

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