Se siembra, se pesca y se hace música
Opinión

Se siembra, se pesca y se hace música

El concierto del Bicentenario

Por:
noviembre 13, 2019
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El pasado 2 de noviembre, San Andrés Islas vivió un evento único. El concierto para celebrar el Bicentenario de la Independencia de Colombia, organizado por el Ministerio de Cultura.

¿Qué tuvo que ver la Isla en la independencia? La pregunta aflora como una curiosidad histórica. Una pregunta compleja, sin hecho específico para destacar, sino una seguidilla de acontecimientos políticos que llevaron a conservar ese territorio para la nación colombiana.

A comienzos del siglo XVI, la preocupación de España estaba sobre el continente, no sobre esas porciones insulares que el futuro preservó como encantos de la naturaleza. Esa preocupación española permitió la llegada de otros imperios ultramarinos como el británico.

A comienzos del siglo XVII, los ingleses y holandeses se asentaron en Providencia y esparcieron por todo el territorio insular su lengua, su cultura y su religión. Esa tradición europea se alimentó con los años de una recia cultura africana que no solo aprendió a tocar sus instrumentos musicales sino que construyó con sus líricas, matices, cantos y relatos formas nuevas de narrar apegados siempre a los valores de su territorio.

Luego, desde la Isla de Jamaica, Henry Morgan, para unos un pirata, para otros un conquistador al servicio del imperio inglés, comenzó ataques sobre territorios españoles en el Caribe, entre esos San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Han pasado cientos de años, y allí el inglés sigue siendo la lengua madre. “Caribbean English”, decía siempre el escritor John Taylor cada vez que le hablaban de “patois” o “creole”. Esa es la lengua que se habla, con la que se canta y se hace la cultura.

La primera vez que la bandera de Colombia ondeó sobre los mares insulares de San Andrés, fue en 1822, cuando el sueño de una nación comenzaba a tomar forma, las islas fueron  adicionadas a la entonces provincia de Cartagena, y años después al departamento de Bolívar.

 

George Hyman, maraquero ágil, cantante de voz profunda y ancestral

George Hyman, maraquero ágil, cantante de voz profunda y ancestral, me habla en un claro inglés sobre cómo es sentirse colombiano: “Primero me siento isleño, de Providencia, luego caribeño, y después colombiano, es lo que soy”. Luego sin preguntárselo, me dice que es pescador de aguas profundas, que baja a pulmón, y es capaz de coger un pargo rojo de más 15 kilogramos de peso…

Son islas cargadas de relatos, de leyendas de colonizadores de hablares distintos que se pierden en lontananza. De afros que configuraron con el tiempo una creolización de esencias que reclama su espacio en ese país andino y centralista que sigue  construyendo islas, no rodeadas de agua por todos lados, sino de olvidos y abandonos en una variedad de formas.

 

Martina Camargo y Sandra Viloria, los cantos de tambora del río Magdalena

Quizá por eso, el Ministerio de Cultura, más que convocar a grupos de artistas para el Concierto Bicentenario enlazó territorios. El Pacifico de Esteban Copete y su quinteto; los cantos de tambora del río Magdalena de la vibrante Martina Camargo, el clarinete Mocaná de Juventino Ojito, de Polonuevo, Atlántico. Carlos Jones, violinista excelso de San Andrés; los hermanos Lucas, Diego y Daniel Saboya, de la agrupación Palos y Cuerdas. Cada uno de ellos hizo un enssamble con una agrupación de San Andrés y/o Providencia. Por eso, más que el espectáculo en tarima o la configuración de un ensamble, estuvo el compartir de experiencias desde sus territorios, en los que el goce, el canto y el baile, es el resultado de una vida apegada a sus tradiciones.

Eso lo tiene bien claro el Ministerio de Cultura, hoy liderado por Carmen Inés Vásquez. Ella lo ha repetido en varias ocasiones, la cultura del país se construye desde y con los territorios, no hay otra opción. Con la tradición que los sostiene y que permite un diálogo constante con esa diversidad que habitamos.

Joe Taylor, músico versátil y uno de los gestores que luchó por este encuentro, agradece la experiencia que lo conectó con otras raíces musicales que cruzaron el Caribe, para aferrarse  en San Andrés.

Gracias a los ensambles realizados con grupos como Coconut Group, Hety y Zambo, Orange Hill, Prophet Negus, Job Saas, Kiwanga Band, La Rebe Caribe, Batuta, Groove 82 el espectáculo fluyó en tarima con la mejor acogida del público que se concentró a escuchar música colombiana en la playa Sprat Bigth.

Al final del concierto todos los grupos subieron a la majestuosa tarima, e interpretaron la canción Beautiful San Andrés, de Cecilia Francis. Gritaron su coro: “Take me back to my San Andrés/ to the wave and the coral reefs/ Back to be where the sunshine bright/ Where the sea changes colors day and night//. Sonó como el himno de ese país musical, que compartió sus territorios sonoros  como ofrenda de hermandad. Un himno que sigue vibrando en medio del silencio y que nos invita a mirar hacia el mar y compartir la vida con los hermanos isleños, caribeños, y colombianos, por supuesto.

 

Willy B, el homenajeado de la noche

Willy B es la tradición y el futuro de la música de San Andrés

El maestro Willy B es la tradición y el futuro de la música de San Andrés, pero en especial de Providencia, lugar donde nació y ha hecho sus composiciones desde que tenía 16 años.  Toca la mandolina, el violín, la guitarra y la armónica. Canta y compone con la serenidad que le da la experiencia. Aprendió de su abuelo Joe Archibold las formas de crear en ritmos como el cotice, polka, mazurca, pasillo, fox trop, calipso o mento.

Habla siempre en inglés como una manera de reafirmar el legado de una lengua con la que hace la letra de sus canciones y prodiga afectos sin reparos. Lleva un marcapasos en su pecho, y su corazón siempre palpitó generoso ante el encuentro con los músicos que provenían del continente.

Es escena, Willy B se parece al gran B.B. King, mientras hace sonar su mandolina como una extensión de su ser, como una extremidad más que él domina desde que era un adolescente.

Para el talentoso cantante y compositor,  Elkin Robinson, el maestro Willy B, más que una leyenda de la música de Providencia es el fonograma.  “Sucede —explica— que las primeras grabaciones se dan entre los años 40, 50, pero antes había muchos compositores y músicos, como Castibola, Tom Taylor, Darío Manuel o Alban Mclean, que tocaban pasillos,  polkas… No había cómo grabarlas, pero esos sonidos, esas formas eclípticas de tocar el instrumento siguen vivas en Willy B, que es para mí el fonograma, él ha grabado todo en sus dedos, en sus mente, en su corazón, en su ser inmenso y ha cargado con todo eso hasta el día de hoy, de ahí lo hemos recogido nosotros”.

 

Elkin Robinson, talentoso cantante y compositor

Míster Willy B  ha entregado su vida a la música, representa además lo que es el hombre isleño. En palabras de Elkin Robinson: “No es un rasta, eso no es Providencia, ese no es nuestro Caribe, él representa la caballerosidad, el hombre honesto y ejemplar. Una persona que pesca, siembra y hace música, eso es Willy B, nuestro orgullo”.

Si uno se pone a pensar en la tradición de las músicas, esas actividades están presentes en las músicas del mar y del río, ante ese comentario de Elkin Robinson, durante el taller de música con el maestro Willy B, la cantadora Martina Camargo, expresó, que así era su padre, don Cayetano Camargo, un hombre recto, que siempre pescó en río y en los playones, sembró y tocó la música de tambora. “El maestro Willy B, lo hizo en el mar de Providencia, mi padre lo hizo en Magdalena y en San Martín de Loba, no hay diferencias”, concluyó la maestra Martina Camargo.

 

Al día siguiente del concierto del bicentenario los grupos volvieron a sus territorios a seguir haciendo ese país que se hermana cultural y musicalmente. Que habla en el lenguaje del tambor, y las cuerdas, del tináfono y la tambora, de las maracas y la quijada de caballo, de la guitarra, y el clarinete, porque en esa diversidad está un país inmenso que debe volver a mirar con atención a esas islas rodeadas de bosques, a esas islas rodeadas de manigua, a esas islas rodeadas de polvo de desierto, a esas islas rodeadas de mares, esas islas rodeadas de montaña,  esas islas rodeadas de olvido y abandono, donde se siembra, se pesca y se hace música.

Fotos: David Lara Ramos

 

 

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