Que se les acaba el reinado, majestades
Opinión

Que se les acaba el reinado, majestades

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septiembre 05, 2013
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Bonita sí es la foto, ideal para un portarretratos. Una pareja de jóvenes padres, con el hijo recién nacido en sus brazos, ella, y con el perro de raza en los suyos, él, posando sonrientes en el jardín de verano de los abuelos maternos, son la viva imagen de la felicidad y del futuro que ya comenzó con la llegada del heredero. De El Heredero, puesto que se trata de los duques de Cambridge, los rostros más amables de una de las dinastías más emblemáticas y anquilosadas y acartonadas de Occidente, la que reina en Inglaterra, por los siglos de los siglos, amén. Aunque, al parecer, en esta ocasión Queen Elizabeth se despelucó, permitiendo que la puesta en circulación de una imagen espontánea, captada con la cámara de un celular y retocada en Instagram, rompiera el rígido protocolo que encorseta el Palacio de Buckingham, tanto como las rejas por donde se asoman los turistas a ver los cambios de guardia.

Retrocediendo en el tiempo, el primer contacto que la mayoría de los mortales hemos tenido con la realeza ha sido gracias a los cuentos infantiles: bellas durmientes, cenicientas, príncipes encantados, hadas madrinas y siempre, siempre, finales felices comiendo perdices. Pero, más rápido que tarde, la imaginación de los años infantiles termina por estrellarse contra la realidad pedestre de cualquier familia de barrio: ninguna calabaza en espera de ser carroza, ninguna zapatilla de cristal, ningún gallardo caballero bajo la piel rugosa del par de sapos que saltan en el jardín. Toca ir al colegio, tender la cama y hacerle mandados a la mamá. Pasa que lo que pasa en los cuentos se queda en los cuentos. Igualito que en Las Vegas, pero distinto.

Bueno, ni tanto. No es sino alzar la mirada por encima del Atlántico para ver, como en una película de 3D, las Casas Reales que desde distintos países europeos siguen funcionando, en muy buena parte por los miles de cortesanos que giran alrededor de su órbita. Y eso que fue allí, en Europa, donde primero se cuestionaron las testas coronadas. En el preámbulo extenso de la primera Constitución Francesa, promulgada por la Asamblea Nacional Constituyente, en septiembre de 1791, se sientan las nuevas bases: no más nobleza, ni distinciones hereditarias, ni órdenes de caballería, ni acceso restringido a oficios y funciones que hasta la Revolución fueron solo de los aristócratas. El papel puede con todo…Luego vinieron Los Luises, los Napoleones, en fin.

Las monarquías de ahora —Francia finalmente se salió con la suya, a pesar de que hay un nieto del General Franco, emparentado con la Casa de Orleans o algo así, merodeando por ahí— son menos operantes, más decorativas, igual de conchudas. Hace pocos meses, otra “vista” de ensueño recorrió el mundo: el padre, nuevo rey de Holanda; la madre, nueva reina consorte; y las tres hijas, nuevas herederas. Son los primeros de un grupo de parejas de segunda generación que, buenos para casi nada, posan para las revistas, engalanan ceremonias y protagonizan uno que otro escándalo, mientras esperan turno en la línea de sucesión. (Reyes en ejercicio y sus vástagos también los protagonizan: elefantes en Botsuana, desfalcos al erario, pasados tormentosos, amantes arribistas…). Viven como reyes a costa del pago oportuno de los impuestos. De los que corresponden a los súbditos, claro.

Si bien ciertas monarquías han jugado papeles históricos en la consolidación de sus países, han servido de imagen a los mismos, han inspirado a fabricantes de suvenires, han llenado los espacios que las sociedades destinan a la idolatría, ¿está el mundo actual para venias y besamanos y tiaras de piedras preciosas?, ¿para aplaudir los sainetes en los que se han convertido los clanes reinantes?

Antes, mal que bien —a pesar de la extravagancia, las arbitrariedades, la explotación a los semejantes, la acumulación de riquezas—, los llamados linajes se conservaban mediante matrimonios por conveniencia que sumaban tierras y poder a los imperios, al tiempo que atizaban bajo las sábanas la hoguera de la degeneración, las traiciones y las venganzas. (¡Qué familias nos muestra la Historia!).Pero hoy día, cuando los apellidos soberanos se están extinguiendo por pura inanición, príncipes y princesas pescan en los yacimientos terrenales del plebeyato. Esta, hija de un exintegrante de la dictadura Argentina; aquella, exdrogadicta y madre soltera; la de acá, divorciada, promiscua, antimonárquica, nieta de taxista; el muchacho aquel, entrenador de gimnasio; y ni para qué hablar de las consejas que salpican la vida y muerte de Lady Di y del enjambre de cirqueros y guardaespaldas que merodean habitaciones monagescas.

Lo anterior no es bueno ni malo, es así. El problema es que no satisface ni a monárquicos ni a republicanos. Los primeros alegan que la sangre azul se está destiñendo por cuenta de tanto adosado y que así para qué; los segundos sostienen que la sola necesidad de mezclarse comprueba que las coronas están tambaleando. (Si llamar a alguien Majestad, Alteza, Reverencia, Excelencia es de por sí un despropósito, con mayor razón lo es si ese alguien hasta ayer era un hijo de vecino como nosotros). Al parecer, en la relación costos-beneficios, las cortes cuestan más al pueblo de lo que lo benefician. Y con la crisis económica que vive el Viejo Continente…

COPETE DE CREMA: “En el siglo XXI quedarán cinco reyes en el mundo: el de corazones, el de picas, el de tréboles, el de diamantes y el de Inglaterra”, sentenció el Rey Faruq de Egipto cuando lo derrotaron, a mediados del XX. (No conocía a Amparito I de Colombia).

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