Santa Marta huele a chuzo y a meao

Santa Marta huele a chuzo y a meao

"La ciudad necesita estímulos económicos reales para acabar con su alta tasa de desempleo y mendicidad"

Por: Víctor Sánchez Rincones
enero 21, 2020
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Santa Marta huele a chuzo y a meao

 

Una niña se me acerca y me pide que le dé dinero. Su madre me observa, y con sus ojos también me suplica que me meta la mano en el bolsillo y no sea tacaño.

Le pregunto de dónde es y me responde que de Venezuela, que hace cuatro meses salió de su país rumbo a Santa Marta, no sin antes cruzar trochas y zonas peligrosas donde sus hijos siempre corrían peligro. Hoy, ella malvive con sus pequeños en una ciudad que vende al mundo su progreso, un progreso falso, solo para los ricos, de cara a la galería, con edificios imponentes que sufren por la falta de agua y muchas veces de energía.

Sí, esa es Santa Marta, una capital que no tiene políticas de desarrollo social, y que se quedó a años luz de una urbe como Barranquilla a la que muchos comparan con Miami.

Pero entrando en materia, y para que lo escriba no caiga en saco roto, vamos al grano. ¿Qué es Santa Marta?

Para mí es mi ciudad, esa que cada vez que puedo visito y observo con otros ojos. No con los ojos del samario que vive ahí, sino como ese samario que desde una perspectiva sensata y lógica le duele esa urbe que tiene el peor paseo marítimo del mundo, que huele a alcantarilla, chuzo y meao, y en el que pulula la droga y la prostitución.

Nuevamente me introduzco por el centro, compro un mango con sal a otro venezolano a quien le pregunto cómo lo lleva. Me contesta que a veces bien y a veces mal. "La competencia es dura", me replica, no sin antes mostrarme cómo una pareja de enamorados se enzarza en una pelea.

Sigo mi camino y me adentro a la zona de la catedral, esa imponente iglesia que me evoca muchos recuerdos de mi juventud. Miro a un lado y como si de una película de zombies se tratara, observo que muchos se acomodan en su suelo como si un colchón monumental estuviese instalado ahí. Todos los que ahí concurren son venezolanos que huyeron de su país por un mejor vivir, pero viéndolos solo puedo pensar que llegaron de "Guatemala a guatepeor".

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Publicado por Elpoderdetumúsica en Martes, 21 de enero de 2020

Veo a ancianos y niños durmiendo a la intemperie, y a alrededor el humo a carne asada y pollo se apodera del lugar. Es un olor penetrante donde los negocios sin ninguna clase de higiene atiborran la Quinta Avenida, justo cerca al teatro Santa Marta, ese símbolo de una ciudad que hoy día está siendo rescatado después de muchos años de abandono, pero que de fecha de terminación de sus obras nadie sabe. Puede ser en este milenio o en el otro.

Si hay un problema que no se arregla con la construcción de parques es la falta de trabajo. En Santa Marta todo el mundo anda llevao como dice el costeño. Difícilmente alguien puede llegar a fin de mes. Solo aquellos que trabajan con la administración pública o con los políticos de turno tienen esa suerte, pero creo que ni ellos. Los sueldos son tan bajos que no alcanzan para poder respirar con tranquilidad. Por eso las casas de empeños y los pagadiarios hacen su agosto, y me cuentan que las amenazas de los grupos organizados a los comercios también son el pan de cada día. El que no paga se puede llevar un plomazo. "Sin la concebida vacuna no sobrevives", me dice un comerciante que me pide que no revele su nombre por medidas de seguridad, y reitera que "aquí vienen mes a mes por su plata, y el día que no tengo me mientan la madre y me amenazan. Esta es la ciudad del progreso que venden, pero que no es real. Es una ciudad donde se sufre mucho para no morir".

En Santa Marta no hay empresas, no hay estímulos para el desarrollo sostenido. Y ahí el descalabro social, ese que quieren tapar con obras inconclusas y muchas veces de cara a la galería.

La ciudad necesita estímulos económicos reales para acabar con su alta tasa de desempleo y mendicidad. Una ciudad que huele a meao y chuzo no puede ser un emporio turístico, tampoco una imagen para atraer al extranjero.

Santa Marta tiene que poner su mirada al mar y recuperar su camellón, y no dejar en manos de unos pocos su desarrollo.

Es bien claro que los nuevos gobernantes de turno cuentan con todo el poder para hacer y deshacer. Todo en Santa Marta es política, y ellos, los políticos lo saben, y lo explotan a su beneficio. ¿Cuál es el sueño de un samario de a pie? Trabajar en la alcaldía o la gobernación o en un ente coordinado por esas entidades. Ahí se entra es a punta de votos y mucha lambonería.

Sigo caminando y mi mirada se pierde en la distancia al ver que también hay cosas buenas, rescatables, y es ese samario que emprende, que monta negocios, que todavía sueña con un mejor futuro para sus hijos. Él se llama Carlos, y acaba de instalar una pizzería en el corazón de la ciudad. Me dice que no ha sido fácil, que le tocó vender lo que no tenía para poder sacar adelante su negocio.

"Todas las mañanas que me levanto son duras. No sé cómo me va a ir la verdad. Quizás he sido un loco soñador, pero aquí estoy sacando el pecho por una ciudad que es de todos, porque Santa Marta ya no es de los samarios. Hay mucho extranjero que ha comprados casas viejas para montar hoteles y restaurantes", comenta Carlos, quien dice odiar la clase dirigente, "esa que nos desangra día a día, y nos mata como si de un cáncer se tratara".

Es otro día, tengo que partir. Me voy de mi Santa Marta con mucha desesperanza. Cada vez que vuelvo siento que nunca me fui. La ciudad es la misma: sí que es verdad que hay más parques, más negocios, más edificios, pero también hay más pobreza. Una pobreza extrema que se esconde detrás de espacios lúdicos con el que quieren tapar una realidad que vas más allá de una fiebre, y que es en realidad una enfermedad incurable.

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