¿Sabía que el autismo se puede comparar con la capacidad de volar?

¿Sabía que el autismo se puede comparar con la capacidad de volar?

Nuestra sociedad, experta en crear estereotipos para todo, les llamaba retrasados mentales, como si de una carrera por la vida se tratara

Por: Giancarlo Silva Gómez
noviembre 11, 2022
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¿Sabía que el autismo se puede comparar con la capacidad de volar?

Hace varios años me debo a mí mismo estas líneas que hoy les traigo. Y digo que me las debo a mí mismo porque usualmente acometo la construcción de esta columna pensando en los lectores, como consumidores finales del proceso de redacción, pero en esta ocasión me estoy escribiendo un desahogo que mi alma requiere para, de una vez por todas, plantear mi visión meridiana sobre el tema del autismo.

Empezaré diciendo que el término, que hoy me es tan familiar, era desconocido para mí hace 35 años. Nuestra sociedad, experta en crear estereotipos para todo, les llamaba retrasados mentales como si de una carrera por la vida se tratara y estas personas partieran en desventaja.

Esta misma sociedad, rotuladora y discriminatoria, se rindió a la evidencia, pues el número de personas con esta particularidad crecía y no se resignaba a ser un renglón olvidado y escondido de la población.

Vimos entonces, en un proceso lento y arduo, que los padres de estas personas visibilizaron sus historias y sentaron las bases para una primera etapa de la inclusión que involucraba colegios con aulas especiales, fundaciones que potenciaban su desarrollo y, lo más importante, una creciente aceptación social que permitió acogerlos en su seno después de años de ostracismo.

Estos padres y familiares, valientes e incansables, son los héroes del señalado tránsito sin precedentes. Mil flores y aplausos para ellos.

No me detendré en explicar lo que siguió: vimos -estupefactos, atónitos y deslumbrados- cómo estas personas autistas mostraban al mundo que su discapacidad cognitiva no los hacía especiales (otro término peyorativo para mentarlos de soslayo) sino que los hacía distintos e increíbles.

Se ganaron a pulso espacios en la música, el arte, el deporte y las redes; y con este aluvión de testimonios, cada uno más hermoso que el anterior, entendimos que son personas excepcionales y únicas, esto último tan evidente, como que no hay dos personas con el mismo espectro autista: ¡Cada uno de ellos es único!

Nos trasladaron al resto de personas el peso de adaptarnos a ellos y dejar atrás la vetusta concepción según la cual ellos debían parecerse y comportarse como nosotros, lo cual era un error histórico garrafal.

Seguirles el paso es un acto de amor y poner nuestra cotidianidad al compás de su genialidad es un deber moral y familiar. Su vida no depende de la nuestra; somos nosotros quienes debemos vivir en función de ellos. Es un cambio de paradigma que nos obliga a comportarnos como mejores seres humanos.

Antes de adentrarme en mi caso y testimonio de vida, plagado de sensibilidad y amor, debo terminar acotando que, en Colombia, con el rimbombante ingreso a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) se dejó de hablar de incapacidad legal y se dio paso a una fresca y merecida ola de medidas legales de apoyo, en el entendido de que las personas con autismo, y en general con cualquier tipo de discapacidad, deben entenderse como sujetos de apoyo para garantizar el goce efectivo de sus derechos.

Aunque no hay cifras exactas de la población con Trastorno del Espectro Autista (TEA) en el país, es contraevidente notar que su número aumenta vertiginosamente por razones científicas que no tengo el calado de abordar, pero que imponen el reto de ser una sociedad más receptiva con esta población.

Mi mejor amigo es autista. Y la crudeza con que inicio esta oración no se compadece con la bondad, hermandad y amor que encuentro en esa relación que solo él y yo entendemos.

Lo trato como un hermano y lo amo como tal, y aunque le he ensañado más de una grosería, también le he mostrado que tiene un lugar en mi mundo, donde puede decir y pensar lo que a bien tenga y donde sepa que encontrará, hasta el fin de nuestras vidas, un apoyo y admiración sin precio ni final.

Es, por mucho, la persona no perteneciente a mi familia más importante de mi vida. Me puedo extender en prosa explicando las dotes de cantante, bailarín, galán, socialité, cómplice y amigo sin par que le acompañan, pero sóbrenos hoy con comentar que siempre supe que es una persona única, antes que la profusa literatura sobre la materia me lo dijera.

Después de más de 30 años de esta amistad, que todos quienes me conocen me valoran como el único asomo noble de mi alma negra como la pez, tuve suficiente tiempo para entender que otras personas con esta particular condición podrían llegar a mi entorno cercano y estaría en condiciones de, con creces, decir que soy una persona preparada para vivir en función de sus vidas.

Y hoy, en este mundo vertiginoso y vanidoso que me embriaga con su efímero ritmo y bizarra complejidad, tengo sobrinos con autismo.

Hoy entiendo lo importante de este tránsito que narré líneas arriba, y agradezco sobremanera que puedan contar con atención especializada, no solo en cuanto a salud se refiere, sino en cuanto educación, recreación y oportunidades tendrán, en un mundo menos hostil y que brinda espacios más amigables que aportan al mejoramiento de su calidad de vida. Eso me reconforta.

Sobra mencionar que amo locamente a mis sobrinos y que tendrán en el tío un bastión importante para encontrar el apoyo que necesiten.

Mis hermanos, inteligentes y eclécticos como son por su formación personal y familiar, asumen con grandeza su estilo de vida, entendiendo que su cotidianidad debe moverse en función de la de sus hijos. No sabemos si serán artistas o deportistas, pero sí tenemos claro que son únicos y como tal se deben asimilar.

Alguna vez mi madre, quien sufre en silencio mi ateísmo, pero lo acepta con resignación estoica e inteligente, me dijo que las personas autistas son ángeles. Tiene razón.

Terminaré diciendo que estas líneas que como dije al comienzo, me las debía hace meses, se vieron motivadas por un cortometraje que tropecé en la red, que con una ternura y simpleza sin par, nos muestra que la condición autista se puede comparar con la capacidad de volar y que los familiares de estas personas no debemos atarlos o ponerles pesos extra para evitar que vuelen libres, sino que debemos desaprender y desapegarnos, para que, con la frente en alto les enseñemos a tener su propio vuelo.

A eso me comprometo: ¡a ser feliz mientras veo a mis sobrinos únicos volar por la vida!

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