Saber inglés: una de las fuentes de mayor inequidad
Opinión

Saber inglés: una de las fuentes de mayor inequidad

En Colombia el acceso al inglés y a otras lenguas ha servido como instrumento de diferenciación elitista; cómo hacer que todos los niños puedan aprenderlas

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noviembre 08, 2021
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Las lenguas extranjeras son nuevos universos. Sin embargo, están vedadas a la mayoría.

Se supone que la tecnología es una palanca enorme para aprender idiomas. Que la inteligencia artificial permite traducciones cada vez más precisas de una lengua a otra, al alcance de quienes acceden a internet. Se diría que gracias a tales herramientas y otra del tipo Open, entender y hacerse entender en una lengua como el inglés ya es asunto de mayorías. No es cierto.

En Colombia el acceso al inglés sigue siendo un privilegio. Es un factor de diferenciación que permite no solo mejores oportunidades laborales, sino también de matrícula en ciertos ámbitos de códigos de élite. Lo cual resulta, paradójicamente, bastante provinciano.

Es cierto que podemos hacer uso del traductor de Google y de Deep L para traducir determinados textos y quedar medianamente satisfechos. Se está lejos, no obstante, de abarcar, entre otros aspectos, los modismos, expresiones que le dan vida a cualquier idioma. “Más vale pájaro en mano que cien volando” tiene su equivalente en otras lenguas, aunque no de forma literal, así que Deep L lo traduciría idéntico para desconcierto del lector en otra lengua, que no verá ninguna relación con el aprovechamiento de oportunidades al alcance de la mano.

Si se aspirara a que la mayoría de los ciudadanos de un país como Colombia hablara inglés, la única posibilidad sería la de enseñarlo a los niños desde sus cinco años de edad. Para ello, obvio, se requiere de un ejército de docentes debidamente formado. La realidad en Colombia es que, en la actualidad, el acceso a los idiomas marca, desde muy temprana edad, un abismo prácticamente infranqueable. Hoy son 10 millones de niños y jóvenes, aproximadamente, los que asisten a la educación pública primaria, media y secundaria, un 85 % en ciudades, el resto en el campo. A ellos les está vedado el acceso a un nivel de inglés que les permita, de forma satisfactoria, leerlo, escucharlo, escribirlo y hablarlo.

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Los padres que quieren (y pueden) que sus hijos hablen una lengua extranjera, aunque ellos no la hablen, no tienen otra opción que enviarlos a costosos colegios privados

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 Los padres que quieren (y pueden) que sus hijos hablen una lengua extranjera, aunque ellos no la hablen, no tienen otra opción que enviarlos a determinados colegios privados en algunas de las capitales colombianas, algunos de ellos a costos exorbitantes.

Los padres que quieren (y pueden) que sus hijos hablen una lengua extranjera, aunque ellos no la hablen, no tienen otra opción que enviarlos a determinados colegios privados

Así que, finalmente, para que un joven adulto que resida en Colombia, que no sea hijo de padre o madre angloparlante y que no haya vivido algún tiempo por fuera, es claro que la educación pública y buena parte de la privada graduará jóvenes sin las competencias señaladas.

Hay, por supuesto, excepciones. Hace pocos años, en 2016, un docente barranquillero, Fabián Padilla, ganó el Premio Compartir al Maestro con una propuesta, ya puesta en práctica con éxito, que llamó “Aprendiendo contenidos a través del inglés: visualización de una escuela pública bilingüe”. Padilla habla inglés de primera y, lo mejor, lo sabe enseñar. Se trata, sin embargo, de la excepción.

En Colombia el acceso al inglés y a otras lenguas ha servido como instrumento de diferenciación elitista. La pronunciación va de la mano de otros códigos (la música, los lugares de vacaciones, los colegios visitados…).

Que el actual presidente haya realizado y divulgado la famosa autoentrevista en inglés hace algunos meses solo es posible entendiendo que en “tierra de ciegos el tuerto es rey”. Es el ánimo de descrestar con vaciedades, el mismo con el que algunos descalifican la pronunciación de Petro o de Uribe, unidos al menos en la fonética. Es difícil imaginarse a la señora Merkel dirigiéndose a sus compatriotas en otra lengua (entre otras cosas, el sistema educativo público alemán, gratuito, gradúa sus bachilleres con una y dos lenguas extranjeras con muy buen nivel).

Una prestigiosa abogada colombiana, doctorada con honores en los EE. UU., me comentaba que la pregunta clave de élite colombiana no es la de “en qué universidad te graduaste” sino la de “en qué colegio estudiaste”. La respuesta aclara si el interrogado participa o no de los códigos del interlocutor ávido en saber si “es de los nuestros”.

Hay un hecho de bulto: hay que aprender inglés. Y mandarín y otras lenguas. También hay que comprender que loro viejo sí aprende. Es posible, justamente, con el buen uso de las tecnologías y el imprescindible apoyo del estado en la educación pública.

En el mundo de internet, en el cual estamos inexorablemente enredados, habla inglés y lenguas chinas (mandarín y cantonés), a los que les sigue un reguero de lenguas. En cifras redondas, el 25 % de los usuarios de la red son angloparlantes y el 20 % chinos. Aunque el español es la tercera lengua de internet (8 %), la verdad es que estamos lejos de no tener que leer textos de negocios o académicos, en inglés. Las posibilidades de aprendizaje en inglés permitirían acceder a las decenas de miles de cursos de primera calidad ofrecidos por universidades de primera línea, saltándonos la mala calidad de buena parte de la oferta de la educación superior en Colombia. Las malas universidades celebran que sus alumnos no hablen inglés.

Los docentes públicos deberían parar algún día con una reivindicación que el país entendería perfectamente: que el MEN consiga los recursos para que en unos años los maestros puedan ser verdaderamente bilingües. Las lenguas son nuevos universos y los niños colombianos deben tener la oportunidad de aprenderlas. Y loro viejo sí aprende…

 

 

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