Rosita, la batalladora de paz que respetan en Corinto

Rosita, la batalladora de paz que respetan en Corinto

Esta mujer que en moto ha llevado su saber a la zona roja del Cauca, hoy es ejemplo dentro de los 19 Proyectos de Desarrollo y Paz que existen en el país

Por:
julio 16, 2013
Rosita, la batalladora de paz que respetan en Corinto

Rosita Orejuela sintió aquel viento helado que producen los nervios cuando soplan con fuerza dentro del estomago… ese vacío que hace sudar las manos. En enero de 2005 las directivas de la Corporación VallenPaz, le dijeron que necesitaban de su sabiduría técnica en Corinto, Cauca. El susto no era para menos si se tiene en cuenta que en el imaginario popular colombiano los medios de comunicación han decretado a este pueblo como el más peligroso del Cauca. Departamento que desde hace cincuenta años nunca ha dejado de ser zona roja, camino de guerrilla y paramilitares, tierra de la mejor marihuana del mundo, campo de batalla.

—¡Listo! Me voy de una a trabajar allá. No hay problema —dijo la líder de pobladores.

Al lunes siguiente, Rosita llegó a las 6 de la mañana por primera vez al parque central de Corinto y se sentó a esperar a uno de los campesinos que ya había sido contactado por la Corporación. De pronto pasó una señora con una gran sonrisa en su rostro quien muy amablemente dijo: “Buenos días, vecina”. Con ese saludo, Rosa María Orejuela inmediatamente supo que en ese pueblo vapuleado por foráneos vivía gente educada, gente bonita, personas sanas.

En menos de una semana se hizo amiga de la dueña de la panadería, el carnicero, el farmaceuta, los profesores, el médico y el cura. Todos oriundos de aquel municipio recostado en una de las montañas de la Cordillera Central; tierras y ríos que por su posición geográfica se convirtió en corredor estratégico de armas y narcóticos. Rosa nunca se olvidará que uno de sus nuevos amigos le advirtió “Rosita, ande con cuidado, con mucho cuidado. Corinto es un león dormido”. Y así lo ha hecho, ha caminado despacio y sin bulla por encima del lomo de aquel animal feroz que por esa época era el segundo municipio con más homicidios del departamento.

Un mes después, haciendo el trabajo de campo para descubrir campesinos a quién asesorar, le contaron que un lugareño llamado Luis Carlos García tenía un potrero botado en inmediaciones de la vereda Quebraditas. La mujer pidió una moto prestada y se fue a hablar con el malgeniado señor. Le contó que venía de parte de la Corporación VallenPaz, quienes junto a la Redprodepaz se dedicaban a sacar adelante proyectos productivos, que no regalaban plata pero que sí brindaban toda la asesoría técnica en el tema agrícola. Recuperación y establecimiento de fincas tradicionales. Que como sus nombres lo indicaban; enseñaban a la gente a mejorar sus tierras, sus valles, sus parcelitas para que estos se convirtieran en hacedores de toda clase de productos legales, acciones que finalmente desembocaban en el objeto principal: la paz. Quitarle gente a la guerra capacitándola para la vida.

García no le creyó. Pero éste no esperaba encontrase con una mujer tan insistente, con una negra tan enérgica, incansable. Varias semanas duró Rosita pasando por la finca de García, preguntando si ya se había animado a sembrar algo con las técnicas y conocimientos adecuados. Que cuando quisiera ella le ayudaba a sembrar un palo en esa tierra donde ni las hormigas pernoctaban. Rosita, además, lo retó: si en seis meses su mejora no daba una hoja, ella jamás volvería a Corinto. Hoy por hoy, García tiene 9.000 palos de cacao, 6000 de café, 3300 de plátano, 2200 de banano, 700 de aguacate y 110 de yuca, más una basta siembra de frutales. VallenPaz además le ayuda a comercializar en superficies de Cali como La 14,  Comfandi, Súper Inter y los supermercados Cañaverales. Con un plus: sus productos van referenciados con el Sello Cosecha de Paz.

***

Pero no siempre te buscan, también hay que buscar. Rosa María Orejuela nació en Guachené (Cauca) justo el año en que el presidente de facto, Gustavo Rojas Pinilla, impuso una reforma constitucional que le concedió el derecho a las mujeres de elegir y ser elegidas, 1954. Tal vez un presagio. Era tan pobre que el día que cumplió 15 años, de regalo solo le pidió a su mamá que le hiciera dos trenzas. Almorzó una tasa de café y tajadas de plátano frito. Fue feliz. Su mamá era la lavandera del pueblo. Rosita le ayudaba en dicha empresa: pasaba recogiendo la ropa de las personas pudientes, se las echaba al hombro en una “palangana” y en un “aguamanil” para llevarlas a lavar al rio Palo.

Juagaban la ropa y empezaban a ‘guacharla’ -restregar duro con las manos y golpearla contra las piedras- después la echaban en una mezcla de ‘púnsiga’, hoja china y jabón azul, dejándola un rato en remojo hasta que saliera el mugre y quedara reluciente con la última enjuagada. Cuando la ropa se secaba, a Rosita le tocaba ayudar a su mamá a almidonar los cuellos con Maizena y quitarle las arrugas con plancha de carbón. Ella también le enseñó a cocinar, barrer, trapear, sacudir polvo y todos los oficios que una negra sin fortuna únicamente podría, supuestamente, aprender para subsistir. Pero Rosita sabía que había un mundo más allá de la servidumbre. Estudiar.

En la Red Nacional de Programas Regionales de Desarrollo y Paz (Prodepaz), Rosita ha sido clave para producir proyectos productivos en las zonas de conflicto de todo el país.

En la Red Nacional de Programas Regionales de Desarrollo y Paz (Prodepaz), Rosita ha sido clave para producir proyectos productivos en las zonas de conflicto de todo el país.

No fue casual que la niña perdiera tres quintos seguidos en la escuela Policarpa Salavarrieta. Lo hizo consiente de su futuro. No quería que su mamá la mandara a Cali a trabajar en una casa como empleada del servicio. Pero la maldición se cumplió. Acabada la primaria debió irse a trabajar en una casa de una familia “encopetada” de Cali. Cuando llevaba cuatro meses lavando calzoncillos ajenos, el señor de la casa entró a su cuarto y quiso violarla. Rosita armó un escándalo que si no la calma la esposa del violador se entera todo el barrio San Fernando. “No es para tanto, esto es normal” le decía la señora sin vergüenza alguna. Le dieron para el pasaje y llegó llorando a Guachené, jurando que nunca jamás iba a trabajar en esas actividades, así le tocara morirse de hambre.

“Para que nadie me humille, debo estudiar”, se dijo. Pero su madre no tenía los medios, aunque la que busca encuentra. Un día le contaron que el dueño de la Hacienda Santa Elena, un empresario llamado Ignacio Martínez, le ayudaba a la gente que quería prepararse. El domingo siguiente, Rosita se fue muy bien presentada a buscar al filántropo. Esperó hasta la noche en el pórtico de la hacienda, pero nadie llegó. Hizo lo mismo durante tres fines de semana más. Al mes llegó Martínez a su finca de veraneo. Rosita sin mediar saludo alguno se abalanzó sobre él, entonces con voz firme le dijo:

—Don Ignacio, ¿usted me puede ayudar para estudiar?

El hombre después de un par de preguntas le pidió a su esposa un cuaderno de hojas amarillas y un lápiz. Le dijo a Rosita que se subiera al carro que le iba a poner una prueba para saber si no le estaba mintiendo: en el cuaderno le puso cuatro operaciones matemáticas –suma, resta, multiplicación y división- y le dijo que el tiempo para resolver los problemas se terminaba cuando llegaran  hasta la casona campestre. A mitad de camino Rosita ya había pasado el examen.

—Negrita, aquí tienes dos mil pesos. Con eso puedes pagar el colegio, comprar los uniformes y los útiles que te van a pedir –aseguró el benefactor.

Rosa nunca había tenido tanto dinero en sus manos y de inmediato se lo encaletó en la cabeza convirtiendo sus hermosas trenzas -con la ayuda de un trapo- en un inadvertido turbante afro. Llegó a casa, le contó a su madre la buena nueva, pero ésta le sugirió que más bien con esa plata compraran mercado para unos tres meses. Llorando Rosa se negó, pataleó y hasta se dio contra las paredes. Sabia que ahí estaba su futuro. No pudo dormir durante semanas esperando la apertura de las matriculas en el colegio José Hilario López de Puerto Tejada.

Pero otra tara encontró: el director le dijo que sin acudiente no la aceptaba. Rosita buscó más atrás en la fila y le rogó a un señor que iba a matricular a sus nietas, que le sirviera de acudiente. Así entró. No obstante cada mañana al llegar al colegio, le limpiaba y ordenaba la oficina al director quien pronto le cogió cariño. Lo mismo hizo con una señora llamada Irma Zapata, que la llevó a su casa a vivir para que no viajará todos los días desde Guachené. Rosita se hizo indispensable en casa de Irma, pasaba recogiendo la ropa que ella le lavaba a los empleados del ingenio La Cabaña, le ayudaba a planchar y a remendar lo que estaba roto. Ni las propias hijas de Irma eran tan serviciales como Rosa.

La adolescencia no llegó sola. A mitad de camino del bachillerato, Rosita se enamoró y dio a luz a su hijo Alexander –hoy él tiene 49 años y es comerciante en Bucaramanga-. Sin embargo, en su cabeza cada mañana retumbaba una frase: “tengo que educarme, tengo que educarme, tengo que educarme”. Cuando su hijo cumplió tres años, Rosa se inscribió en La Fundación para la Aplicación y Enseñanza de la Ciencia (Fundae). Ahí terminó su bachillerato. Pero además se formó como técnica agrícola y veterinaria. Fueron nueve años en los que 35 campesinos recibieron clase de los más connotados profesores de la Universidad del Valle. Por esos días, también concibe a su hija Dabiana -hoy Tecnóloga en Educación y quien trabaja en Costa Rica-.

En Fundae obtiene los títulos como Técnica Agrícola y como Ingeniera en Bienestar Rural. Con esa base le dice al mundo “a ver ¿qué es lo que hay?”.  La fundación ve en ella un gran potencial, entonces la contratan para que desde su propia región comience a instruir a los agricultores en materia de asistencia técnica, organizativa y comercial. También le regalan una moto para transportarse. Por las carreteras de las veredas de Guachené y del norte del cauca, Rosita andaba día y noche levantando polvo en una Honda roja de 100 centímetros cúbicos. En ella iba a castrar ganado, atender partos, aplicar vacunas y abonar cultivos de manera orgánica. Quince años andando por los caminos que conducen al Silencio, Sabaneta, Campo Llanito, Llano e’ Tabla, Cinco y Seis, Las Veraneras, Juan Perdido, San José y Campo Alegre.

A pesar de ser madre cabeza de hogar, se graduó como tecnóloga en ciencias agropecuarias y realizó estudios en La Universidad del Valle.

A pesar de ser madre cabeza de hogar, se graduó como tecnóloga en ciencias agropecuarias y realizó estudios en La Universidad del Valle.

Sus experimentos concluyeron que el abono orgánico con leguminosas como el caupí, musgo y cropalaria eran los mejores para la cosecha. Martín Praguer, Ingeniero Agrónomo, compilaba estos estudios que llegaron a publicarse en las revistas de la Universidad Nacional. En 1990, el Plan Internacional de Padrinos recluta los servicios de  Rosita para trabajar con ellos. Dos años después la contratan en la Umata, específicamente en la Unidad Municipal de Asistencia Técnica del municipio de Caloto, donde dura 10 años. Por aquel entonces un nuevo hombre con lengua de culebrero la envuelve con promesas de amor eterno. Le cree. Junto a él concibe sus dos ultimas hijas, Yerisa -quien hoy trabaja con Pavco en el parque industrial de Guachené- y Diana Carolina -tecnóloga en control ambiental quien anda buscando hacer su pasantía-.

Al mismo tiempo se seguía educando. Entra estudiar una licenciatura en Ciencias Agropecuarias en la Universidad del Valle, pero no puede finalizar por la situación económica. El hombre que la enamoró, mintió y un día se fue para no regresar. En el año 2000, Rosita asiste a una charla en la Cámara y Comercio de Cali. Ese día escucha a Rodrigo Guerrero hablar de VallenPaz. Desde aquella vez le quedó haciendo eco una frase: “yo quiero trabajar en esa corporación”. Al bajarse Guerrero de dar su charla, Rosa lo abordó y advirtió lo que había sentido:

—Doctor Guerrero, usted ha dejado en mi pensamiento una esperanza de vida. Muchas gracias. Pronto tocaré las puertas de la corporación que usted se inventó.

En el 2003, leyó sobre una convocatoria para empleos técnicos en VallenPaz. Armó su hoja de vida y viajó a Cali. Llovía. Sus zapatos se rompieron de tanto caminar. Se fue a pie desde el Terminal de Transportes hasta  las oficinas en el Edificio del Cemento. La recibió Isabel Lenis y Olga Lucia Tovar. Le dijeron que evaluarían su trayectoria, que dejara un número donde le dieran la razón, que ellas la llamarían. A Rosa se le metió en la cabeza que si se iba a vivir a Cali, la cercanía la ayudaría a entrar pronto a su anhelado trabajo. Su instinto de la ley de la atracción falló. Fueron varios meses sin recibir respuesta de la Corporación, aunque llamaba todos los días, incluso, ya le contestaban con una frase casi grabada “Quihubo, Rosita. No ha salido nada, pero apenas sepamos algo te llamamos”.

Para dar de comer a sus hijos, Rosa se enteró de la obra benéfica que hacia el padre José Sánchez, con un grupo llamado Los Samaritanos de la Calle. Todas las madrugadas de los martes y jueves voluntarios salían con bolsas repletas de pan, ollas con chocolate hirviendo, agua de panela y café para saciar el hambre de los miserables. Recuerda que visitar los recovecos de los barrios Fray Damian y Sucre, y darle de comer a indigentes sin esperanza le llenaban el alma. Durante esas 12 semanas, días en que quería mandar todo a la mierda, algunos voluntarios la apoyaron llevándole un kilo de arroz, lentejas, frijol, limones y azúcar para que aguantara hasta la llamada millonaria.

Su insistencia evidenció algo que en estas corporaciones es de suma importancia: las ganas de trabajar. A los tres meses la llamaron para hacer las pruebas de ingreso. Fueron 84 preguntas, dos exámenes psicotécnicos y tres entrevistas. El 29 de septiembre de 2003 firmó su contrato y de inmediato entró a prestar la asistencia técnica en la parte de proyectos productivos en Guachené, siguió en Buenaventura y por su templanza la mandaron para Corinto.  Va cumplir 10 años trabajando en los municipios del sur del Valle y del norte del Cauca.

***

Antistenes Valencia siempre había soñado hacer de aquel hotel de grillos que tenía afuera de su rancho, una finca productiva. Pero no sabía cómo, ni mucho menos por dónde empezar. Era una extensión de más o menos una plaza (6.400 metros cuadrados) en Guachené. Rosita Orejuela se enteró de su emprendimiento y le contó que VallenPaz lo podía ayudar a cumplir el sueño: gratis, sin pedir un centavo a cambio, solo demostrar que se podía trabajar sin incurrir en lo ilegal.

Ella le dijo: “nosotros te asesoramos; pero tu te ayudas”. Así fue. Empezaron con el cultivo de plátano, siguieron con cacao y terminaron con frutales inmaderables. La asistencia técnica perfeccionó el trabajo y ayudó a abaratar al máximo los costos de mantenimiento. Antistenes tampoco sabía a quién vender ni cómo se hacía. Rosita al ver el susto del proactivo poblador, se fue en su moto por una asesora de comercialización de VallenPaz. La asesora, en un papel le enseñó los pasos a seguir para vender su producción. Hoy muchos de los plátanos, naranjas, mangos y guayabas que se consiguen en grandes superficies de Cali vienen de la tierra de Antistenes.

Antistenes tiene grabados todos los datos de sus mentores. Cada que se le pregunta por su historia, da cifras exactas como estadista dictando clase. Lo hace con propiedad en reuniones y mucho mejor en las esquinas rurales cuando se encuentra con sus pares campesinos.  Les cuenta que de 2011 a 2013 VallenPaz ha invertido cerca de 5.000 millones de pesos en la consecución de los proyectos productivos.  Que si no le creen, llama a Rosita para que se los lleve en moto a mostrarles los proyectos de Corinto, Caloto, Santander de Quilichao, Suarez, Miranda, Puerto Tejada y Villa Rica. “Se benefician más de 12.500 familias. Cerca de 60 mil personas aportando su trabajo a la cadena productiva nacional”, dice Antistenes, repitiendo los datos que le ha escuchado a Rosita, entonces ella suelta una carcajada de felicidad.

La tesis de grado de Rosita Orejuela, recoge la experiencia de 58 proyectos productivos en los cuales ha trabajado durante más de diez años.

La tesis de grado de Rosita Orejuela, recoge la experiencia de 58 proyectos productivos en los cuales ha trabajado durante más de diez años.

Pero el trabajo sano es incomodo para los hombres malos. Era un miércoles de marzo de 2008. Rosita llegó a Corinto y pidió una moto prestada para subir a la vereda Carrizales. Veinte minutos de camino hasta una portada y una hora a pie, escalando un sendero de herradura. Pasó la mañana en la finca de un humilde campesino abriendo huecos para enseñarle a sembrar semillas de mora. Justo cuando el sol daba las 12 del medio día, vio como cuatro hombres saltaron la portada de tabla de la mejora. Vestían de civil, pero todos llevaban fusiles terciados en la espalda. El hombre al mando se acercó desafiante, la señaló con la antena del radio y antes de hablar hizo un gesto de quien quiere escupir la cara de su enemigo.

—¿Quién sos vos? ¿Quién te ha dado permiso de andar por acá? —Escupió el bandido del Sexto Frente de las Farc.

—Buenos días, joven. No sabía que había que pedir permiso. Hasta donde sé, Colombia es libre y yo ando trabajando —Dijo Rosita, sin miedo alguno.

—Que ¿quién sos vos? ¡pregunté!.

—Soy Rosa María Orejuela, madre de cuatro hijos, tecnóloga de la Corporación VallenPaz y enseñó a sembrar, fertilizar, cosechar, ordeñar y hasta castrar cerdos. Mucho gusto, joven.

—Tiene 10 minutos para irse de aquí —advirtió el ignorante, a quién se le hinchó la vena Orta cuando iba a salpicar más saliva contra la valiente mujer—Agradezca que no la mató ahora mismo.

—No sabía que usted podía mandar sobre la vida de los demás —dijo Rosa, en una frase que no sabe de dónde le salió —Pero le voy a rogar un favor: si usted me va matar, en ese morral están mis datos, el teléfono de mi familia. No voy a permitir que ustedes me dejen por acá tirada para que un animal se coma mis restos, porque yo soy una mujer digna y merezco respeto. Mi familia siempre me espera, viva o muerta… me esperan. Si algo pasa, por favor, me envía a casa.

Para tratar de calmar los ánimos el campesino, dueño de la mejora, le dijo al guerrillero que ella estaba allí porque él se lo había pedido, que necesitaban vivir de algo pero que sembrar marihuana y coca ya no estaba dando plata y había que esperarlos mucho tiempo a que pagaran. Entonces el enfurecido hombre, que parecía conocer desde niño al campesino, lo miró para que se callara, regresó sus oscuros ojos a Rosa y sentenció:

—Le di 10 minutos. ¡VAYASE!

A su regresó al casco urbano de Corinto, Rosita paró en el parque, empezó a temblar sin control y se sentó a llorar desconsolada. Sentía impotencia. Ganas de gritar. No entendía. Una semana después, fue a las oficinas de sus superiores en Cali. Les contó lo sucedido. Todavía el pecho le hacía boom, boom. Su jefe le dijo que de inmediato debían cerrar las asesorías en Corinto. Rosita se paró de su asiento, tomó un respiro que casi explota sus pulmones y les dijo que no. Que por favor no cerraran, que ella no volvía a esa vereda, pero que otra gente de esa tierra olvidada necesitaba de la ayuda de los PDP (Proyectos de Desarrollo Productivo). Que si no eran ellos ¿quién?

Pasó mucho tiempo para que venciera el miedo, así estuviera a pocos kilómetros de donde “un atarbán” casi la mata.  Ya no sube a Carrizales, pero todos los días de la semana hace visitas en Quebraditas, El Barranco, Yarumales, La Mina, La Cruz, El Jagual, La Cominera, Los Andes, Media Naranja, Rionegro y Huasano. Lleva ocho años en Corinto, donde el mito de “la mejor marihuana del mundo” se acabará, el día en que el Estado lleve soldados pero a mejorar los caminos de herradura, porque los campesinos ya se dieron cuenta que un mango vale lo mismo que un ‘bareto’, mil pesos.

Por @PachoEscobar

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
La playa oculta, paradisiaca y barata para conocer en el caribe colombiano

La playa oculta, paradisiaca y barata para conocer en el caribe colombiano

Cuatro trucos infalibles para que el café no le manche los dientes

Cuatro trucos infalibles para que el café no le manche los dientes

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--