Rojo, hinchado, caliente y doloroso
Opinión

Rojo, hinchado, caliente y doloroso

No se trata de ninguna situación erótica. Es la inflamación, asociada a muchas enfermedades. Cómo controlarla es lo difícil pues es necesaria para defendernos

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diciembre 11, 2015
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rojo

No se trata de ninguna situación erótica.  Quizás más bien la nariz de Rodolfo el reno en estos tiempos navideños de inviernos boreales. Pero durante nuestra vida, casi todos los días, algún rincón de nuestro organismo estará rojo,  hinchado, caliente y doloroso.  Ya el hombre más antiguo a quien se le clavó una espinita o se le torció un tobillo supo como se sentía la inflamación. Pero para la historia escrita quien le puso nombre y la describió con precisión fue un enciclopedista romano, Aulo Cornelio Celso, del primer siglo de nuestra era. Celso escribía muy bien y mucho pero de su gran enciclopedia Artes sólo sobrevive el volumen De Medicina.  Por él se le juzga un gran médico aunque nadie sabe si lo era en verdad. Así es la fama cosa de azar y bellas palabras. Celso puso en latín ciceroniano aquella observación del hombre más primitivo: “Notae inflammationis sunt quator, rubor, et tumor, cum calore et dolore”  O sea los signos de la inflamación son cuatro: rojo, hinchado, caliente y doloroso. Durante siglos los estudiantes de medicina aprendieron de memoria la cita y los médicos reconocieron el tejido inflamado por esos signos.

Mucho más tarde, quizás en el siglo XIX, se añadió un quinto signo: functiolaesa o sea función disminuida.  La inflamación entonces comenzó a considerarse el proceso fundamental en muchas enfermedades, no simplemente la respuesta de un órgano o tejido lastimado. Yo recuerdo el epígrafe de un libro inglés de patología de los años sesenta, probablemente el Boyd, que decía “Quien entiende la inflamación entiende toda la patología”. Se me grabó en la memoria que el autor de la frase era Sir Howard Florey, codescubridor de la penicilina y premio nobel de Medicina en 1945.  En las últimas décadas se ha vuelto a considerar la humilde y compleja inflamación de la espinita, el tobillo torcido y Celso como eje fundamental de muchas enfermedades. Si podemos controlarla limitaríamos el daño en muchos procesos patológicos.

Es bien interesante que un tema tan biológico y quizás árido como la inflamación sea tratado con un artículo de fondo en una revista tan literaria como The New Yorker. Pero en uno de sus últimos números el doctor Jerome Groopman discute sus mecanismos esenciales y el debate entorno a la importancia de un tratamiento antiinflamatorio para muchas enfermedades como el autismo, Alzheimer, cáncer e infarto de miocardio. Contrasta esta visión editorial con la prensa colombiana donde un 85 % de las columnas de opinión discuten solo temas nacionales, 68 % de ellas limitadas a problemas de gobierno y poder político. Hay todo un universo de preguntas distintas a lo político y debemos poseer un conocimiento más profundo de ellas para intentar enfrentarnos a nuestro futuro social e individual.  Aunque temas como la inflamación no tengan muchos lectores.

Inflamación viene del latín inflammatio que significa literalmente meter fuego. Es una buena palabra para la observación clínica de lo que hace el organismo con una infección o un tejido traumatizado: rojo, hinchado, caliente y doloroso. Evidentemente encender estos mecanismos moleculares nos defiende de cosas extrañas como la espinita clavada y microbios bacterianos o virales. Pero no controlar el incendio puede hacernos más daño que bien.

Muchas enfermedades cursan y progresan con una inflamación crónica a veces escondida que no podemos manejar. Tres condiciones patológicas que nos preocupan a todos están en este grupo. Si preguntamos a un ciudadano de la calle por qué se producen los ataques al corazón probablemente nos responda “comer mucha grasa tapa las arterias”. Y no es tan simple. Se ha demostrado que moléculas de colesterol “malo” (LDL) producen inflamación de las paredes de las coronarias y de las placas de aterosclerosis. Uno puede tener aterosclerosis por muchas cosas (principalmente fumar, hipertensión, diabetes y lípidos en la sangre) pero la inflamación de las plaquitas, ateromas, es lo que lo mata a uno.

Un “monstruo” asociado a la inflamación
es la enfermedad de Alzheimer

En nuestros días tenemos una epidemia de diabetes tipo II o del adulto. Básicamente porque somos más gordos y un cuerpo grande necesita más insulina que el páncreas no puede producir para controlar el azúcar en la sangre. En los últimos años se ha reportado que en el páncreas de pacientes diabéticos tipo II se han encontrado células de inflamación, macrófagos, que disparando ese proceso obstaculizan la liberación de insulina agravando la enfermedad. Y el tercer “monstruo” asociado a la inflamación es la enfermedad de Alzheimer pues hace más difícil la conexión entre neuronas alrededor de sus características placas cerebrales.

En resumen la inflamación está asociada a muchas enfermedades. Cómo controlarla es lo difícil pues es necesaria para defendernos. La cicatrización, por ejemplo, no ocurre sin inflamación. Hay que esperar estudios clínicos controlados que nos indiquen cuales intervenciones antiinflamatorias terapéuticas o preventivas son útiles.  Por ahora, sigamos leyendo.

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