Reestructurar Oriente Medio o crear el Gran Israel

Reestructurar Oriente Medio o crear el Gran Israel

Si bien es cierto que la división de la región arrastra consigo a algunos grupos étnicos, este tema está siendo usado como justificación para una reorganización en la zona

Por: Leguis A. Gomez
julio 31, 2019
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Reestructurar Oriente Medio o crear el Gran Israel

Las fronteras de Oriente Medio fueron creadas en el siglo XX por dos estados principalmente: Francia e Inglaterra. Su creación respondió a intereses político-comerciales de ambas potencias, cuyos trazados no tuvieron en cuenta las divisiones étnicas y culturales existentes por entonces, sino que, al igual que como se hizo con África en el siglo XIX, las divisiones fueron más el resultado de un juego de ajedrez que el normal acuerdo entre partes interesadas en dirimir conflictos limítrofes. El efecto ha provocado una región con un alto índice de inestabilidad política que afecta gran parte de las relaciones internacionales hoy en día.

Si bien es cierto que la división de la región en cuestión arrastra consigo a grupos étnicos, como los kurdos, los baluchis y los chiitas —probablemente el primero sea el más grande de estos grupos sin un estado que los acoja (se estima que entre 27 y 36 millones)—, más allá de un intento humanitario real por ayudarlos, el tema de la cuestión étnica ha empezado a ser usado como justificante para una reorganización del orden en Oriente Medio, cuyo principal beneficiario podría ser Israel, ya que al reestructurar las fronteras, este país eventualmente aumentaría su tamaño gracias a la estrategia de divide y vencerás, y con ello su influencia como potencia mundial, siguiendo planes con prerrogativas sionistas de ser el pueblo elegido de dios y por tanto, de ocupar un lugar preponderante en la región y en el mundo.

Pero llamemos a las cosas por su nombre. Alterar el orden existente no significa que los líderes visibles de los países de la región se vayan a reunir para llegar a acuerdos de índole fronterizo a través de lineamientos diplomáticos. La acción podría llevarse a cabo a través de conflictos bélicos, lo que implica para los efectos, el derramamiento innecesario de sangre. La cuestión es que, de acuerdo con documentos existentes, esa tarea ya ha empezado y ciertos hechos contemporáneos ocurridos en la última década, coinciden por un lado con los planes sionistas y, por otro, con las acciones por parte del gobierno de los Estados Unidos —aliado principal de Israel—, que están en abierta consonancia con dichos planes. Un ejemplo palpable, es el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, y el peligroso reconocimiento de la ciudad como capital del Estado de Israel, pues la intención es desencadenar inestabilidad política en la región.

El cerco de Gaza está ligado con planes expansionistas israelíes de tomar definitivamente la zona y proseguir incluso hasta países como Egipto y Somalia. Existen planes para que otros países de la región acojan a los refugiados palestinos que resulten de dicha usurpación territorial. Se habla de los kurdos, pero con Palestina se pretende hacer lo mismo. Por otro lado, la invasión de Irak (2003), basada en la gran mentira de que este estado poseía armas de destrucción masiva, no se justifica con reconocer, después de tanto sufrimiento humano y la expoliación de los tesoros más antiguos de la historia de la civilización, que se equivocaron. Algo hay en el extremo de la cuerda. La guerra en el Líbano (2006), la guerra en Libia (2011), y los conflictos existentes en Siria, Yemen e Irak, están estrechamente ligados a un aspecto crucial en la creación del Gran Israel: la balcanización de Oriente Medio. Los casos de Irak y Libia, ponen de relieve lo que se está persiguiendo, pero especialmente el último, pues el otrora país de Gadafi, ya no existe como estado, sino que las tensiones que la presencia del hombre fuerte de entonces podía controlar o mejor dicho, reprimir, han aflorado con tal fuerza que nadie controla el país y nadie se atreve a intentarlo.

Preguntarse a fondo acerca del porqué de estas acciones que han implicado no solo la muerte de cientos de miles de inocentes seres humanos, sino también el que millones hayan tenido que dejar sus pertenencias, para buscar en otros sitios mejores condiciones de vida en paz, implica identificar a un Israel cuya función en Oriente Medio es la de controlar los desmanes de una inestabilidad política creada por occidente (y a la que igualmente le teme), pero cuya existencia misma se ve amenazada por la presencia de estados fuertes que representan un peligro latente para los elegidos de dios. Hablo aquí de Irak en su momento y de Irán en la actualidad. He aquí, de hecho, la fuente de la actual crisis en la región. La presencia de Irán, como estado que controla e interviene en los conflictos que allanan el camino de la balcanización, es una piedra en el zapato y por tanto, hay que eliminarlo. He ahí igualmente, la necesidad imperante de expandir Israel.

La salida por parte de Estados Unidos del tratado de no proliferación de armas atómicas con Irán y la Unión Europea, obedece precisamente a este tipo de acciones bilaterales entre Israel y Estados Unidos de las que estoy hablando. El que Irán enriquezca Uranio no implica intención de construir estas armas. De hecho el tope impuesto es una burla, pues solo para mantener sus instalaciones requiere en algunos momentos de llegar al 20%. La misma organización que vigila y controla los países que tienen nivel atómico en el mundo lo ha certificado, sin embargo, Israel mismo no permite que inspeccionen sus instalaciones nucleares, y ni que hablar de los Estados Unidos. La pregunta, curiosa por demás, de si occidente tiene mayor madurez para enriquecer Uranio y crear Plutonio y con ello fabricar armas de destrucción masiva, que los países de Oriente, es, a falta de otra palabra, insulsa, además de arrogante.

Irán ha, no solo permitido la presencia de inspectores en sus instalaciones nucleares, sino que, además, le ha dado a la comunidad europea un plazo superior al inicialmente concedido (de una semana concedida, esperaron sesenta semanas), para que cumplieran su parte del tratado, y ninguno de los países europeos lo ha hecho. Ahora que, estando bloqueado y sancionado por parte de la comunidad internacional como nunca antes otro país lo ha estado, el que enriquezca Uranio, es considerada una afrenta en los medios, pero nadie se atreve a halarle las orejas a aquellos que le han incumplido, al fin y al cabo, se trata de un país no occidental, que aparece satanizado hasta mas no poder, cuando la verdad es que ha actuado de la manera más moderada y paciente que ha podido. Por otro lado, una vez roto el acuerdo, (y no por parte de Irán), cada país es soberano de hacer en su territorio lo que a bien convenga.

Un ataque bélico frontal —y digo que frontal, porque otros ataques sí que se están llevando a cabo— por parte de los Estados Unidos contra Irán, no es muy probable, sin embargo por parte de Israel, es más posible, pero para ello tendría que salirse de su postura pasiva-agresiva en la región, para finalmente mostrar sus dientes y evidenciar sus intenciones de potencia regional, lo cual, una vez más, no está resultando tan fácil como pudiera parecerle a los profetas del sionismo.

Para que el Gran Israel pueda llevarse a cabo, y cumplir así con la idea de Theodore Herzl, padre del sionismo, de que las fronteras de la tierra prometida irían desde el río Nilo hasta el Éufrates, pasando por porciones de la península arábiga, tendrían que darse una seria de conflictos que a la luz de la coyuntura actual, ya se están llevando a cabo: Siria, Irak, Líbano y los más actuales, Irán y Yemen, que dicho sea de paso, ha generado desestabilización en la misma Arabia Saudita, lo cual sigue siendo positivo para los planes de Israel.

Mientras eso pasa en Oriente Medio, las iglesias protestantes en toda América siguen identificando en Israel a la tierra del pacto. Israel se beneficia de los adeptos que lo visitan, le generan divisas con el turismo y lo defienden como el pueblo escogido por dios, pero sus seguidores no terminan por entender que ese Israel que tanto veneran, no acepta a Cristo como hijo de dios y todavía —según las profecías de la Torá—, lo esperan. El traslado de la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén es un símbolo de esa gran profecía que pasa por la creación del Gran Israel y que termina con el retorno del hijo de dios, que no puede ser otro que uno con sangre judía, al fin y al cabo, ellos son el pueblo elegido, los demás pueblos del planeta, son, según estas creencias, prescindibles.

Israel no va a retornar a las fronteras acordadas por las Naciones Unidas en 1948. Ello implicaría devolver a los palestinos asentamientos que el primero ha ido invadiendo progresiva y sistemáticamente ante el mutismo de occidente, pero sobre todo, reconocer que se ha equivocado y que su búsqueda de la tierra prometida responde a intereses terrenales y no celestiales como se les vende a los cristianos de todo el mundo. El asunto es que esa exploración nace en la identidad misma del ser judío, en la creencia de que, en efecto, ellos son el pueblo elegido de dios, y por lo tanto, las muertes, los sufrimientos y las pérdidas de los palestinos, los libaneses, los libios, los iraquíes, los iraníes, y pare de contar, no tienen mayor significado en el mundo material, pues obedecen a directrices trascendentales, las de dios mismo.

La expansión siguiendo planes sionistas, o como ellos afirman, celestiales, implica que las fronteras en Oriente Medio inicialmente trazadas por las potencias de entonces puedan ser reconfiguradas en pos de intereses religiosos, pero ni la cristiana, ni la judaica son religiones mayoritarias, aunque si son expansivas, como lo es la musulmana, y la evangelización eventualmente producirá los choques que el abandono de la preeminencia en las creencias religiosas bien podría evitar para el bien de la humanidad misma.

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