Mal parqueados: crónica de una marcha a la que no fui

Mal parqueados: crónica de una marcha a la que no fui

"No querer aceptar las realidades innegables como el asesinato indiscriminado y sistemático de cientos de líderes sociales es estar mal parqueado en la vida"

Por: Daniel Nicolás Vargas C.
julio 31, 2019
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Mal parqueados: crónica de una marcha a la que no fui

—¡¿Qué le pasa gonorrea?!—

Estaba observando tranquilo la marcha que comenzaba a moverse indignada y entusiasta al frente de Centro Memoria. Montaba mi caballito de acero y observaba con los pies en la tierra y las manos en el manubrio, como el trancón común de Bogotá en la hora pico del ocaso se hacía monumental e inmarcesible. Me encontraba sobre una cebra peatonal de la calle 26; atrás de mí, un enjambre de motos esperaba impaciente el cambio de color del semáforo para arrancar a lo "rápido y furioso". Sabía que debía arrancar con ellos para evitar ser arrasado por la masa, pero en ese instante, la larga columna de personas que caminaba entonando los primeros cánticos de clamor al gobierno y a la sociedad, se fragmentó y dejó fluir por un instante los automóviles retenidos en el cruce hacia el norte: por supuesto, a estos no les importó que su semáforo hubiese cambiado a rojo y siguieron el flujo (bueno, debían llevar al menos 30 minutos atascados en esa intersección, quién le haría caso así a un pinche semáforo).

Al ver la situación me quedé quieto en la mitad de la vía esperando que la caravana humana se reunificara y que ningún carro pasara hacia el norte, pero el enjambre de motos comenzó a cruzar a mis costados zumbando en mis oídos, con la valentía que dan el casco y el motor, groserías ininteligibles. Las soporté con la paciencia que me caracteriza, sabiendo que actuaba de acuerdo a mis principios y a los principios sociales y físicos que me impiden avanzar teniendo una mole de latón que expulsa diésel en frente de mis narices. De un momento a otro un tipo de casco rojo me movió la llanta trasera, se detuvo a mi lado y me dijo: gretjfr jiufruhyrta hijuyfrta. Y ahí sí, quién dijo miedo, se me rebotó el espíritu y se me salió lo gala:

—¡¿Qué le pasa gonorrea?!— le grité contenido, golpeándole el antebrazo con el anverso de mi mano a la manera de Chandler Bing, con delicadeza, mientras el tipo emprendía su marcha. Acababa de salir de una grabación en donde interpretaba a un pandillero brasileño, un ñerito respondón de esos que hay en todas las metrópolis de América, y aún tenía en las venas su ímpetu violento y su voz agresiva.

El tipo avanzó 5 metros, se detuvo antes de cruzar por completo la gruesa cebra, se bajó de la moto, envalentonado, mientras a la parrillera se le caía el mundo encima e intentaba detenerlo alzando la voz.

—¡No, Gabriel! (creo que ese era su nombre)— dijo la muchacha preocupada, pero con disimulo, como quien ha vivido antes una escena parecida.

Se me acercó alevoso y me increpó.

—Solo le estaba diciendo que estaba mal parqueado, mijo— dijo el gordinflón y me buscó la mirada y la pelea.

—¿Mal parqueado? ¿Mal parqueado? ¡Mal parqueado! ¿Mal parqueado? Mal parqueado su madre y usted, pirobo hijueputa, mal parqueada su vida y su moto que echa veneno en medio de la vía y que ahora sí frena los carros, mal parqueado su pensamiento egoísta que solo quiere pasar derecho sin importar a quien embista, mal parqueada su forma de buscar pelea al lado de una marcha que lo que busca es la paz, mal parqueada su mirada ciega ante la hijueputa realidad en donde nos matan a diario sin pedir permiso, malparqueada su malparida indiferencia, malparqueada su malparida intolerancia ante un evento de dignidad, malparqueada su malparidez, malparqueado usted malparido, malparqueada su malparida vida, malparida, malparquida, malparqueada ¡malparqueada vida!...— pensé cuadras después, antes de ingresar al teatro a mi ensayo de los viernes en la noche.

Me hubiese gustado haberle dicho eso al desgraciado que se había ido segundos atrás, resignado ante mi orgánica actitud pacífica y resuelve pleitos (ya había vuelto a mí la cordura y había abandonado al personaje violento) que surgió no porque no busque a veces las peleas o no desee de vez en cuando convertirme en Jackie Chan y partirle su mandarina en gajos a algunos alebresticos, sino porque me pareció antilógico y farandulero empezar una riña barata al lado de la marcha por la paz.

Por supuesto llego a casa después de un día largo y lleno de altibajos emocionales en las cabinas, en las tablas y en las calles a revisar las redes sociales, con un poco de culpa por no haber acompañado la marcha, ni haber convencido a nadie de que fuera, ni publicado nada en mis redes personales porque qué tal que Trump las revise y me nieguen la Visa pal viaje del próximo año… Pues caigo devastado ante la realidad de muchos de mis allegados: mucho Twitter, mucho Facebook, mucho Instagram con acento agudo, solo para ver que muchos… y muchas, aún siguen estando mal parqueados en esta hijueputa vida.

El no querer aceptar realidades innegables, sobre todo frente a lo que acontecía y nos convocaba a las calles, el asesinato indiscriminado y sistemático de cientos de líderes sociales y comunitarios a lo largo de esta insufrible geografía no tiene una mejor manera de describirse, eso es estar mal parqueado en la vida y en la sociedad que les tocó, mijos.

De todas maneras, agradezco a don Gabriel por haberme escupido las palabras de esta nueva definición de indiferencia ante las realidades sociales. Sé igualmente que muchos más de mis allegados marcharon por esta causa en todos los rincones del mundo, por lo cual mantengo viva una esperanza. Gracias a quienes marcharon en México, en Munich, en San Vicente del Caguán, mi espíritu estaba con cada uno de ustedes y con las víctimas mientras me dedicaba a mi labor escénica, la única pero más eficiente forma de lucha que conozco.

Así que ya saben, ojo con andar mal parqueados, si les llego a ver así, se me sale el ñero brasilero. Quedan advertidos… y advertidas.

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