¿Realmente el centro político es la mejor alternativa?

¿Realmente el centro político es la mejor alternativa?

"De vez en cuando se requiere tomar opción. Generalmente la que plantea un cambio es la acertada"

Por: omar orlando tovar troches
noviembre 20, 2020
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¿Realmente el centro político es la mejor alternativa?
Foto: Leonel Cordero

Los poderosos medios de comunicación y algunos periodistas afines al actual régimen político en el poder de Colombia han desplegado durante los últimos días toda una estrategia comunicativa de lanzamiento de la que han llamado “la nueva opción de centro político”.

La sociedad colombiana, que se precia de estar informada, ha estado atestiguando el desesperado desfile —por emisoras de radio, cadenas de televisión, salas de redacción y plataformas de internet— de una muy variopinta selección de la clase política tradicional colombiana que busca convencer a ese esquivo electorado, que se autoproclama como apolítico, de que ellos (la autonombrada opción de centro) encarnan no solo una opción al bipolarismo actual de Colombia, sino que también encarnan la renovación de la clase y las costumbres políticas de una Colombia urgida de cambio, no el Radical de Vargas LL.

Por ahí se ve a Barreras (Roy), a Cristo (no Julito), a Velasco (Luis Fernando), a Lara (Rodrigo), a Gaviria (el delfín), a López (Clara) y a los Galán (los renegados delfines), codo a codo y discurso a discurso, peleándose los reflectores con sus congéneres. Mientras tanto, Benedetti, Iragorri, Lozano (Ángela) y demás tratando de sacar de la metafísica abstracción de ballenas e hidroituangos, en las que anda perdido, al nuevo alfil del santismo, según el innombrable del Ubérrimo: don Sergio Fajardo. Pretenden juntar al renombrado Moir, ahora Dignidad, del nada maoísta y muy fajardista Robledo, con el nuevo-viejo liberalismo, ahora sí autodenominado socialdemócrata, tras el triunfo del candidato del partido demócrata estadounidense Joe Biden. Magistral pieza de lagartería de esa renovadora clase política del nuevo centro colombiano.

Claro que en el campo de las ideologías políticas es posible la existencia de una opción neutra, de una no acción, no involucramiento y no decisión; elección que paradójicamente implica todo lo contrario, ya que al decidirse por esta alternativa ya se tomó una postura: la de no tomar postura (larga vida a Cantinflas). No obstante esta posibilidad, lo que sí es claro, al menos para el caso colombiano, es que esta opción (la de no tomar partido) es difícilmente justificable en la muy crítica realidad social y económica que viene afrontando la sociedad colombiana desde su propio nacimiento.

Si bien es cierto que las posiciones extremas son harto peligrosas, ya que apelan a los instintos primarios y a fanatismos por medio de la manipulación mediática de la realidad para beneficiar opciones caudillistas y distinguidas por su populismo y su feroz autoritarismo; también es cierto que ante situaciones extremas que requieren serias, rápidas y contundentes respuestas optar por enterrar la cabeza en la arena no solo no aporta a la solución de desastre, sino que expone pudendas partes a otro tipo de desastres.

La sociedad colombiana no puede seguir entrampada en la vieja estratagema de todos aquellos que han ejercido la política durante años y años: desdecir, hablar mal, vituperar y denunciar la corrupción de las instituciones que ellos se han encargado de destruir, para ofrecerse como impolutos renovadores de la política que no polarizan. Ni mucho menos hay que caer en el error del facilismo de siglo XXI o sacaculismo que llaman de echar en una bolsa a todas las personas que ejercen cargos de elección popular, aduciendo que todos los políticos son unos bandidos, mientras están aupados por quienes sí lo son, reclamando un muy higiénico abstencionismo, justificado en optar por un centrismo virtuoso que tampoco resuelve nada.

Los Barrera, los Velasco, los Iragorri, las Lozano, las López y demás no pueden venir ahora a fungir como salvadores de la patria, blandiendo la espada de una total pulcritud y compromiso con todos los colombianos. Muchos de ellos y ellas, quizás no con sus acciones, sino con su aquiescencia y su formalismo extremo, han permitido que la corrupción pase por enfrente sin que pase nada. Todo por andar en busca de unas bellas formas diplomáticas que eviten el debate o la confrontación, en pos de una sociedad imaginaria de Hello Kitty.

Colombia requiere del compromiso de toda la sociedad para empezar a cambiar esta ruta al despeñadero en la que nos han embarcado quienes ahora se muestran como intachables salvadores y salvadoras de la matria. El centrismo, tal y como lo pretenden vender los actuales oportunistas y los cómodos dueños de la franquicia, no sirve para resolver el desastre estructural, que el centrismo exagerado y los partidos políticos tradicionales de Colombia han ocasionado. Es hora de ponerse colorados por unos instantes, para no quedar con la palidez de la muerte por siempre.

En últimas, de vez en cuando se requiere tomar opción. Generalmente la que plantea un cambio es la acertada.

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