Rarezas
Opinión

Rarezas

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octubre 20, 2013
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En 1900 Daniel Paul Schreber, que había pasado siete años interno en el Hospital Mental de Sonnesntein, terminó la redacción de sus Memorias de un enfermo de nervios. No se trataba de un loco cualquiera (si es que los hay). Schreber era doctor en Derecho y había fungido por largo tiempo nada menos que como presidente de la Corte de Apelaciones del Tribunal de Dresde. Como sus alucinaciones tenían un componente religioso, que Schreber quería documentar para establecer con pelos y señales las “revelaciones” divinas de las que se sentía depositario, escribió sus memorias como un ejercicio científico cuidadoso, comparando sus experiencias, glosando la correspondencia entre sus alteraciones físicas y el desenvolvimiento de la “racionalidad” teológica con que iba intentando explicarlas.

Así, por más extraordinarias y fantásticas que resultaran, estas memorias guardaban un hilo conductor racional y sostenían una lógica cohesionada y legible. Estaban elaboradas con un alto dominio retórico y su gramática impecable las hacía comprensibles y lúcidas. En este sentido, piensa uno que de las Memorias de Schreber a la Summa Teológica de Santo Tomás, no habría diferencia, salvo por el pequeño detalle de que Tomás de Aquino estuvo libre y tuvo quién le creyera. Quizá en su mundo, Tomás de Aquino no pareciera demasiado excéntrico. Además de la fe común, tal vez la “retórica” de su cuerpo y de su comportamiento fueron la pieza clave para que, a los ojos de sus contemporáneos, Tomás de Aquino no resultara un demente sino un teólogo, un sabio. Terminó canonizado y no diagnosticado, pequeño gol en el sentido común de su tiempo.

Pero Schreber metió su propio gol. Un día sintió que no quería estar más en el hospital. Los médicos, que lo habían diagnosticado primero como un caso de grave hipocondría, después con “delirios alucinatorios” y, al final, con un cuadro clínico de paranoia, se negaron a darle salida. El caso pasó a un tribunal en el que los jueces tenían que decidir si Schreber estaba en capacidad de no ser un peligro social, de administrar su libertad y sus bienes. Las Memorias le sirvieron entonces como prueba en el proceso jurídico. No solo estaban bien redactadas, además Schreber agregó, con la pericia de su entrenamiento profesional, un ensayo jurídico acerca de la interpretación de las leyes para establecer bajo qué condiciones una persona juzgada como enferma mental podía ser confinada, contra su expresa voluntad, en un hospicio. Los jueces se enfrentaban a un juez, raro, sí, pero experto. Tuvieron que dejarlo libre. Volvió a su casa, negoció, muy al pesar de su familia, los derechos de su libro y lo publicó en 1903 con el editor  Oswald Mutze de Leipzig.

Esta historia que, por supuesto, hizo las delicias de Jung y de Freud, y que sorprendió a Walter Benjamin y a Elias Canetti, nos saca una sonrisita vengativa. De alguna manera, ver a los intérpretes de la ley retados por un espécimen semejante, y en su propia arena, es reconfortante. Hoy todavía tiene mucho que decirnos sobre el ámbito en el que se cocina la “normalidad”. Las miles de vueltas que se le han dado a este archivo han estudiado el asunto desde el lado médico y jurídico y es casi una anécdota feliz, por lo escandalosa, en la historia de la patología psiquiátrica.

No sabemos, sin embargo, nada a fondo acerca de los años en que Schreber y su familia vivieron con las “revelaciones religiosas” de este doctor en Derecho. Daniel Paul Schreber pasó casi diez años libre, ejerciendo su “dominio de sí” y de sus bienes sin que ese tiempo pareciera un laboratorio que mereciera observarse. Freud y Jung, que sostuvieron una correspondencia al respecto de este caso y que lo discutieron en congresos, no se preocuparon siquiera por ver a Schreber, que entonces aún vivía. No se enteraron de que el personaje en el que todo esto se encarnaba, de hecho, existía. El centro mismo de las elucubraciones con que estos dos psicoanalistas del siglo XX pensaron sobre la paranoia, sobre la religión en la psiquis, sobre los “delirios” homosexuales, no llamó su atención alrededor de la persona que los había inspirado. Schreber era un mito, les servía como acervo literario, lo mismo que Edipo.

Yo quisiera saber qué tendría que decir su esposa. Qué les pasó a sus vecinos. Qué opinó él mismo de su vida fuera del asilo. Cómo fueron desenvolviéndose los días en la existencia de este personaje singular que supo hacerle el quite al sistema…  pero frente a la realidad, gana siempre el escándalo. Incluso en los terrenos que se declaran como científicos, pesan a veces más las ideas que la realidad, y la locura tiene, hasta hoy, en gran medida ese componente.

Cuando en un mundo que enfrenta los misterios de la “normalidad” con la suficiencia de la ciencia se encuentra uno con cegueras como estas, piensa si lo raro no será, más bien, ser cuerdos y andar vestidos.

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Presente, el memorioso

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