Racismo caleño
Opinión

Racismo caleño

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octubre 25, 2013
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Existe la creencia popular de que todos los caleños somos racistas. No puedo ni negarlo ni afirmarlo. Sin embargo, sí puedo corroborar que la mayoría todavía tiene costumbres o creencias heredadas de sus antepasados que bien podrían ser consideradas como racistas. A pesar de ser considerada como la capital afro de Colombia, en donde confluyen varias culturas de nuestra región Pacífica, Cali es ahogada constantemente por brotes de racismo y xenofobia que da rabia ver. Aunque según cifras de Dane, el 26,4% de los caleños se consideran afro, la verdadera cifra indica que el 60% de la población  lo es. O sea que desde ahí empieza el problema. El racismo está tan ahincado en nosotros que hasta negamos nuestras raíces africanas siendo obvias y evidentes.

Estoy seguro que todos tuvimos o tenemos ese familiar que hace comentarios despectivos acerca de los negros y todo el mundo suelta la carcajada. Se ríen los niños de los chistes de negros sin saber por qué. Yo me acuerdo que mi abuelo era un gran fanático del fútbol y como sabemos, la Selección Colombia es 99% afrocolombiana. Recuerdo que él tenía un dicho popular cuando uno de los jugadores afro la embarraba o se caía y no cobraban falta. “Ahhh eso debe ser porque se pisó la cola”. Tenaz ¿no? Sin embargo todos soltábamos la risotada y celebrábamos esa clara muestra de racismo, como cierto desdén hacia nuestros hermanos. Hay que considerar que también cuando veía a los argentinos de la época —Batistuta, Caniggia, etc. — todos con sus pelos largos y estrambóticas simulaciones, soltaba el alarido al cielo, “¿Es que te dolió la cuca, maricón?”. Sin duda alguna, cualquiera que lo haya conocido durante un partido de la Sele, lo más seguro es que se haya llevado una impresión bastante mala de él. Mi abuela tenía también una costumbre que cuando era pequeño me parecía de lo más normal y hasta el día de su muerte la practicó sin problema. En su casa la comida empezaba con un juguito y galletas dulces a manera de abrebocas. Cuando todos terminábamos y se necesitaba recoger los platos para servir el plato principal, mi abuela sacaba un elemento que luego me pareció de lo más esclavista que he visto en mucho tiempo. En el centro de la mesa había una campanita de cobre muy bonita la cual ella tranquilamente hacía sonar. Unas tres campanadas y sus sirvientas estaban recogiendo la mesa. Así es. Una campanita. Como si estuviera llamando al ganado o algo así. Y se notaba la cara de disgusto de la empleada de servicio, que resignada a decir algo, hacía caso y recogía los platos. “Eso de pegar el grito es muy feo”, decía ella para justificar la campanita, pero hay mil formas de hacerse notar que son mucho menos discriminatorias.

No es sino ver la carátula de la revista Gente de El País, esa en la que salen las pobres empleadas de servicio, cual dos esclavas de alguna plantación de algodón por allá en Mississippi, sosteniendo dos bandejas de plata al fondo de la imagen que muestra a un grupo de mujeres con una sonrisa de satisfacción, para que a uno se le hierva la sangre al mirarla. Pero para ellas debió parecerles lo más normal del mundo y se sintieron poderosas y magnánimas. Quién sabe si la idea fue de ellas o del fotógrafo que le pareció una composición fabulosa y de contraste que le daba a la fotografía un toque chic o algo por el estilo.

Yo no lo puedo negar. A pesar de tener amigos negros o afros o como sea que no suene despectivo o discriminante, se me han heredado algunas costumbres de tanto oír y ver comportamientos por parte de mis allegados, varios conocidos e incluso de gente a la que he oído soltar comentarios  caminando por la calle. “Es que los negros son perezosos” “¿Qué tal como huelen de feo?” “Todos los negros son brutos” y etc. y etc. Me he reído de chistes que involucran al Tino Asprilla o algún otro miembro de nuestra comunidad afro. Pero he luchado con esas herencias desde que soy un ser racional, así como cuando luchaba porque no me heredaran las camisas de mis primos mayores, esas que olían a guardado y que siempre me quedaban volando. He trabajado con gente de todos los colores y de todos he aprendido algo, a todos los he aprendido a querer. Nunca más me reiré de un chiste racista, ni haré comentarios despectivos. Trataré con todas mis fuerzas, porque sin duda alguna hay algo dentro de los caleños que hace que niegue sus raíces afros y estereotipe, marginalice, secularice, pordebajee, y discrimine a nuestros hermanos afrocolombianos. Se han tomado medidas y han salido festivales como el Petronio Álvarez que han tumbado barreras y creencias pendejas por lado y lado que nos separan. Ojalá y de una vez por todas se coja la cucharita de plástico y se revuelva la Nucita de una vez por todas. Somos seres humanos pensadores, todos tenemos sentimientos, pensamientos, metas; queremos, amamos y reímos a pesar de nuestro color de piel. Seamos parte de esa campaña deportiva que ahora hace que todos los futbolistas mientras están alineados cantando los himnos, se pasen de mano en mano un cartel en el que se lee “No to racism”. ¡No más racismo!

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