Quinto piso
Opinión

Quinto piso

Hemos construido un muro de terror y lamentos con la edad, que terminamos creyéndonos el cuento de que envejecer es lo más cercano a morir

Por:
enero 27, 2017
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 Nací cuando The Beatles lanzaron al mundo Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, los gringos incendiaban Vietnam, el Ché Guevara moría asesinado en Bolivia y Colombia ya tenía guerrillas revolucionarias; a partir de ahí fui un hijo de los 70 y 80 en gustos musicales y descubrimientos literarios; luego en los 90 me hice adulto burócrata al servicio del Estado, un docente universitario apasionado y me reencontré como mi esencia Caribe por medio del aroma y ritmo de la salsa, la plena, la cumbia, el son, el bolero, la bomba, el Jazz, el blues, la gaita y las bandas folclóricas de las sabanas del viejo Bolívar y ahora en este siglo XXI disfruto esos potpurrís a diario como si tuviese los pies ligeros.

Llegar al quinto piso en el edificio de la vida tiene dos caras: una de angustia por la forma como el dedo de la sociedad trata a los “que empiezan a ponerse viejitos” y otra de satisfacción, porque llevas una ventaja que te genera otros réditos frente a la banalidad de las generaciones que te persiguen.

La cuenta sobre el tiempo en la vida de los humanos es desesperante. Las mujeres las consideran una amenaza a su integridad moral y física; los hombres por su lado, sienten el peligro de la extinción de los instintos asociados con la virilidad. En fin, ambos soportan el peso de la decadencia y el ulular de las sirenas que anuncian emergencias en el camino.

Hemos construido un muro de terror y lamentos con la edad, que terminamos creyéndonos el cuento de que envejecer es lo más cercano a morir y, por lo tanto, nos aferramos a ese hilo invisible de la juventud perdida y de los años mozos donde todo nos lucía.

Media humanidad te admira porque llegaste al quinto piso y otra media te señala porque ya estás entrando a la supuesta, recta final del resto del trayecto. La vida como una línea recta es supremamente aburrida. Creo que lo vivido hasta ahora se me parece más a una montaña rusa o a un sinuoso camino que me lleva a donde yo quiera que me lleve, antes que permitir que lo trazado por otros sea mi destino.

Obvio que el desgaste del cuerpo aparece. Obvio que el sueño invade o se retira más temprano: el cuerpo y su naturaleza cósmica te señala que debes dormir menos para aprovechar mejor lo que queda de universo disfrutable. Eso sí, sin afanes y sin angustias heredadas de tus antepasados distraídos en cuevas, sabanas y praderas.

 

No valen recetas de gente famosa.
No valen recomendaciones de gurúes de cualquier calaña.
Solo importa lo que vayas a hacer con tu propia vida

 

No valen recetas de gente famosa. No valen recomendaciones de gurúes de cualquier calaña. Solo importa lo que vayas a hacer con tu propia vida, porque al llegar al quinto piso ya nadie puede disponer de tus cosas como venían haciendo con el niño que quedó bien lejos en la memoria (con su infancia como única patria), con el joven que se marchó tras las utopías prestadas y con el adulto que fue devorado por la burocracia oficial.

Creo que a partir de ahora prestaré más atención a las cosas que antes consideraba poco trascendentales: un simple rumor del viento, una brizna cayendo solitaria en su silencio inútil, la lluvia que moja lo resbaladizo y frágil, el sol que despierta al esplendor de una mariposa y el canto de los árboles con sus plumas viajeras.

Muchos de los escritores que conozco y admiro han empezado a aparecer en el concierto literario después de los cincuenta, antes, eran unos tímidos y pusilánimes hombrecitos que se mimetizaban en los encuentros y festivales de literatura; ahora son tan jóvenes como cualquier imberbe sin alas y con sueños.

El quinto piso en mi caso, lo gozaré a lo bien, sin que haya festival de la vida, de coros de alegría y de encuentros con la esencia de nuestra cultura de universo mutante, al que deba asistir sin falta. Por otro lado, este quinto piso lo bautizaré como los primeros años “sin cuenta”. Palabra que sí.

Hay una frase de cacharrería Google que me encanta: “Tengo la edad que quiero y siento.”

Coda: a mi primo Kike Acosta en San Luis de Sincé, donde tengo apegos y nostalgias cuando ni siquiera pensaba en el quinto piso.

 

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