Quilichao vive con miedo

Quilichao vive con miedo

¿Qué pasa cuando quienes dirigen las riendas de un municipio como este entran también en el pánico colectivo y se inmovilizan?

Por: omar orlando tovar troches
agosto 04, 2020
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Quilichao vive con miedo
Foto: Facebook @alcsantanderdequilichao

Efectivamente no solo Quilichao vive con miedo, casi todo el mundo vive atemorizado, en medio de una incertidumbre global, alimentada eficientemente por la total interconexión y el exceso de información, que ahora padece el ciudadano del común, hecho este que, antes que sosegar el nerviosismo colectivo, lo exaspera a límites insospechados, propiciando escenarios para extremos peligrosos.

Gestionar el miedo no es tarea exclusiva de los profesionales de la salud mental, docentes, cuidadores o padres, aunque suene y se lea inverosímil; tramitar el miedo es la tarea por antonomasia de la política, así lo prescribieron Hobbes y Maquiavelo en sus respectivos manuales para practicar el arte de gobernar. Antonio Gramsci, algunos añitos más tarde, encanado y todo, al adentrarse en la deliciosa maraña conceptual de la política, palabras más palabras menos la describió como esa institución constituida por dos partes: una encargada en aglutinar a quienes compartían un ideal de gobierno, como ejercicio práctico de la política; y la otra encargada de conseguir los adeptos necesarios para llegar al poder, siendo ambas las respuestas al miedo de ser gobernados por esos otros que no piensan ni actúan como nosotros.

Es bien sabido que todos los humanos, al menos, los más o menos cuerdos, tienen miedo y que el trámite racional de este sentimiento le ha servido a la especie para llegar a donde ha llegado, para bien o para mal. ¿Pero qué pasa cuando el miedo, a lo que sea y a todo, finalmente llega a expandirse por todo un conglomerado social?, ¿qué pasa cuando a quienes se les ha delegado para agenciar los miedos de la sociedad, es decir la clase política gobernante, entran también en ese pánico colectivo y se inmoviliza? Pues, la crisis y el caos.

Santander de Quilichao, al norte del, ahora sí, atemorizante departamento del Cauca, cada día más se ve presa del miedo. Pasó de ser ese entrañable terruño en donde todos y cada uno de sus moradores se conocía, compartía y agenciaba sus miedos comunitariamente, a ser una pequeña especie de metrópoli, cruce de caminos y punto de encuentro de un sinnúmero de personas y miedos, que paulatinamente acrecentaron colectivamente, los inveterados temores al desamparo, a la pobreza, a la exclusión, al desplazamiento y a la muerte, por falta de los tramitadores de esos miedos, es decir, políticos y políticas que ejercieran eficaz y eficientemente el arte de gobernar, esta tierra de oro.

Hasta hace poco tiempo, el miedo de la comunidad quilichagüeña era más o menos el mismo miedo de todos los colombianos, esto es miedo a morirse sin dejar asegurados a sus seres queridos, a enfermarse y no poder trabajar, a no tener un empleo u ocupación, a no tener la educación suficiente para conseguir un buen trabajo o a ser desconocido por el (la) político (a) que resulte elegido, miedos que básicamente han sido tratados con la fórmula de don Keynes, conocida como Estado Bienestar.

Con la llegada de la violencia, otros miedos se fueron sumando. Miedo a ser receptor de una bala perdida, la esquirla de una granada o la explosión de una bomba, en los combates con la muy tenebrosa guerrilla. El miedo a ser encapuchado, amarrado, para luego ser intercambiado por dinero, como cualquier objeto, miedo de ser encapuchado, amarrado, torturado, asesinado o desaparecido por ser sospechoso de ser amigo de los malos. O el miedo a ser confundido con el objetivo de actos sicariales, en medio de las vendettas entre terroríficas bandas de malandros (ver: Santander de Quilichao, un municipio que vive de luto).

Ahora que el último de los miedos es compartido con el resto de la humanidad, esto es el miedo a morir apestados se ha tomado calles, carreras y carreteras de Quilichao, el temor a la incertidumbre y al caos se va acrecentando con el correr del tiempo, pues al parecer, a quien se eligió para gestionar los miedos comunitarios de Santander de Quilichao, vive con miedo a gobernar.

Si bien es cierto que, como se mencionaba líneas antes, todos tenemos miedos, para el político gobernante, es requisito sine quanon, tramitar su miedo, a fin de que sus temores no lo inmovilicen a la hora de tomar, de manera ágil y oportuna, las decisiones necesarias para agenciar los temores de sus gobernados. Este primer trámite del miedo, que debería realizar la actual gobernante de Quilichao, debería partir de la reflexión sobre su manera de ver y hacer la política, de confrontar su formación y experiencia político-administrativa y su modo de entender la institucionalidad colombiana, con las exigencias, bastante inéditas, que plantea el actual escenario de crisis sanitaria y económica.

La alcaldesa de Quilichao debe sopesar hasta qué punto, limitarse al cumplimiento exegético de lo establecido por el articulito, el parágrafo, el inciso y el numeral, redactados para tramitar miedos normales, en tiempos normales, es la vía correcta de enfrentar los actuales miedos de la comunidad de Quilichao. La burgomaestre, Guzmán, debe dejar el miedo a la confrontación, con los mandatarios departamentales y el nacional, en aras de poder dar las rápidas y necesarias respuestas a las incertidumbres de toda índole, que le está transmitiendo a diario la comunidad de Santander de Quilichao, sin que este tipo de posición, indique algún tipo de subversión de su adorado marco jurídico.

Finalmente, la alcaldesa Lucy Amparo Guzmán no puede seguir gobernando para el aplauso, ni pensando en futuros procesos electorales, su campaña ya terminó y fue exitosa, así lo demostró su abrumadora votación. Lo de ahora es nuevo para todos y requiere dejar el miedo a la crítica, por dura, desfasada o hasta inconveniente que sea, en tanto sea respetuosa, debe buscar alianzas estratégicas sin complejos de inferioridad o de superioridad.

El miedo que tiene la alcaldesa de Quilichao a gobernar, ocasionado por el pavor a subir la voz para exigir del resto del Estado la atención que la segunda ciudad del Cauca requiere no la puede llevar a la inmovilidad, ni a buscar congraciarse con todos y con todas, en aras de quedar bien. Este miedo colectivo a morir apestados o a morir de hambre requiere que la alcaldesa no caiga en la prescripción de Maquiavelo, según la cual; la república democrática, como la colombiana, es la única forma de gobierno en la que las masas pueden infundirles miedo a quienes las gobiernan, ya paso el tiempo del miedo escénico, se requiere valentía, arrojo y bastante coraje para salirse un poquito de lo establecido, para que este Quilichao, que la eligió para tramitar sus temores, no sea más; un Quilichao que vive con miedo.

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