¿Quién dice que el deporte es del todo bueno?

¿Quién dice que el deporte es del todo bueno?

"El deporte como espectáculo tiene una función política que está lejos de promover un estilo de vida sano, de hecho, está más cerca de promover una mentalidad hueca"

Por: Hari Prasada Das
julio 18, 2017
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¿Quién dice que el deporte es del todo bueno?
Foto: Pixabay

Es un hecho innegable que realizar algún deporte o actividad física aporta múltiples beneficios para la salud física y mental. Es necesario hacer una campaña a nivel mundial para que la gente en general pueda dedicar unas cuantas horas a este para evitar una pandemia de sedentarismo que conduciría a múltiples enfermedades como la obesidad mórbida, problemas cardíacos y respiratorios, entre otros.

Como sociedad global, gracias a la ciencia, hemos llegado a la conclusión de que el deporte y la actividad física son buenos para todos y es muy bueno que los gobiernos establezcan políticas públicas para la creación de escenarios deportivos y la promoción del deporte en la población en general.

Aún así puede haber un punto en el que la práctica de un deporte  deje de significar salud y empiece a convertirse en lo contrario, una enfermedad. Esto, obviamente, es más común en los deportistas profesionales de alto rendimiento. Buscando en Google uno encuentra que existe un grupo significativo de enfermedades comunes en los deportistas tales como: Miocardiopatía hipertrófica (35%); Displasia arritmogénica del ventrículo derecho (15%); anomalía de las arterias coronarias (5%); miocarditis; síndrome de brugada (10%); síndrome de QT largo (4%); síndrome de Wolff Parkinson White (2%) y commotio Cordis (3%), entre otros.

Adicional a esto algunos deportistas desesperados por obtener algún premio que les permita algo de dignidad en sus carreras recurren al dopaje ocasionándose aún más y más problemas.

El deporte como espectáculo es en realidad degradante, pues entre otras cosas convierte a los deportistas en sadomasoquistas para el divertimiento de los espectadores. Qué goce más bajo es disfrutar ver cómo unos sujetos fruncen su cara y estallan sus cuerpos en un esfuerzo por alcanzar algún puesto.

Esto llega a puntos tan extremos como los exhibidos por Heidi Krieger, la deportista nacida en la extinta República Democrática Alemana, quien debido a la ingesta de asteroides anabolizantes se convirtió en Andreas Krieger. También está el caso de Oscar Pistorius, atleta mutilado de piernas, a quien le han implantado unas prótesis que le brindan una ventaja sobre sus competidores. Es extraño que la gente no vea estos hechos monstruosos con repulsión, sino que por el contrario los acepten como un ejemplo de superación e incluso como algo digno de imitar. Ya podemos decir que esto es un asunto de demencia colectiva.

Y ellos con gusto aceptan esas torturas, afectaciones de su cuerpo y mutilaciones por algo de fama y de fortuna porque quizás en el fondo saben que en realidad no están haciendo ningún aporte significativo a la sociedad.

Que una persona sea elevada casi que a la categoría de un dios solo por su talento para dar patadas o para resistir hasta el completo desgaste físico por un puesto o por una medalla habla muy mal de la inteligencia colectiva que tenemos.

Antes las estrellas eran los intelectuales, los filósofos, los santos y los escritores, y quizás en algún momento los héroes militares, conquistadores, emperadores, reyes, presidentes y estadistas; luego los músicos a quienes la industria degradó  hasta convertirlos en los popstar y reguetoneros; hoy son los deportistas. Aparecen todos los medios con una aura de divinidad y la gente se siente representados por ellos, la gente siente que el nombre de su país y por lo tanto de sí mismos queda en alto si los deportistas obtienen algún premio que solo es para ellos.

La vida de las mayorías parece vacía, deprimente y sin sentido solo hasta que un evento deportivo de gran cubrimiento mediático aparece en el calendario, entonces es cuando vemos que todas las conversaciones se alegran y llenan de pasión, todos, grandes y chicos, en todas las partes, tanto en casa como en la calle charlan con gran entusiasmo sobre el evento deportivo que se desarrolla. El final del evento deportivo siempre es una suerte de clímax de emociones y tensiones nerviosas que concluyen en una desbordada alegría si nuestra opción gana o en un llanto de tristeza si esta pierde, al final no importa, lo importante es terminar con una gran ingesta de alcohol.

Lo más gracioso de todo es que las personas miran a las pantallas de forma muy atenta y hasta frunciendo el ceño como si tratara de algo que tuviese importancia. En realidad nadie por mucho gusto que tenga por los deportes como espectáculo mejora lo que se come o como se viste por cualquier triunfo deportivo a excepción de los vendedores de mercadería deportiva.

El deporte como espectáculo tiene una función política que está lejos de promover un estilo de vida sano, de hecho, está más cerca de promover una mentalidad hueca en las masas mientras se las distrae de los asuntos que en verdad son importantes. Pan, circo y sadomasoquismo.

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