¿Qué le pasó a Kala?

¿Qué le pasó a Kala?

Crónica de la tragedia de una cachorrita criolla por negligencia veterinaria

Por: Sara Paulina Tobón Gutiérrez
junio 23, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Qué le pasó a Kala?

Tristeza. Impotencia. Rabia. Dolor. Trauma. Son muchos los sentimientos encontrados mientras asimilamos la muerte de nuestra Kala, una hermosa cachorrita criolla de cuatro meses que adoptamos el pasado primero de abril en Guatapé.

Kalita estaba enferma. Mucho. Presentaba un cuadro de desnutrición y una enfermedad congénita del corazón. La desnutrición probablemente por la mala alimentación de su madre en el embarazo. También tenía erliquia, una enfermedad transmitida por la picadura de una garrapata infectada que afecta fuertemente la sangre de los perritos. A consecuencia de ello, Kala tenía una fuerte anemia y sus plaquetas estaban muy bajas.

Desde comienzos de este mes (junio 2015), Kala había ingresado a una clínica veterinaria privada, en donde la trataban con mucho amor y delicadeza. Los doctores eran muy amables y nos mantenían bien informados de su estado de salud. Estuvo hospitalizada allí durante cuatro días y luego regresó a casa mucho mejor, con ánimos para jugar, saltar y seguir compartiendo su vida con nosotros.

Una semana después de su hospitalización y de llevar un tratamiento medicado desde casa, Kala empezó a presentar los mismos síntomas. Su abdomen comenzó a crecer nuevamente y a llenarse de líquidos, también tenía el hígado y el bazo muy agrandados a causa de la erliquia. Se le dificultaba respirar por la gran presión que ejercía su barriguita sobre el diafragma y, debido a su fuerte anemia, los pulmones debían hacer un mayor esfuerzo para oxigenar la sangre. La recomendación era dejar que pasara el fin de semana festivo y hacerle nuevamente una ecografía para el martes 16 de junio y así observar el estado de sus órganos.

Para la mañana de ese martes observamos que nuestra pequeña estaba muy decaída. Decidimos, por recomendación de varios amigos médicos, llevarla al Hospital Veterinario de la Universidad de Antioquia para que la revisaran y nos dieran sus recomendaciones. Siendo un hospital universitario, y más de una universidad que forma tan buenos profesionales, uno supone que está haciendo lo correcto y que su mascota va a ser bien atendida por los mejores. Es un acto de fe, en donde tú se la depositas toda a esas personas e instituciones que tienen los conocimientos para ayudar a tu mascota.

El panorama fue muy diferente, por no decir que completamente opuesto a lo que nos esperábamos mi familia y yo. Desde el comienzo noté una actitud extraña en esta niña practicante que nos recibió. Nos saludó de una manera infantil y poco profesional. Nunca se presentó con nosotros, supe su nombre solo al final y eso porque yo se lo pregunté. Comenzó a hacernos preguntas muy básicas sobre Kala y yo no sabía si ella era la doctora o si ya venía otro doctor a verla… estaba completamente desinformada.

Luego, de la nada, aparece un individuo con bata blanca que tampoco se presentó con nosotros. Observó a la perrita por no más de dos o tres minutos y despareció. Le programaron una ecografía para el día siguiente y también se le iban a tomar unas muestras de sangre en ese momento. Es ahí cuando llega otro sujeto de bata blanca que siempre nos dio la espalda y comenzó a sostener a Kala para que la practicante le tomara la muestra. Luego de varios intentos fallidos y de una actitud como de una quinceañera que le hace pucheros a su padrastro, la niña se rinde, medio se ríe y le dice al “doctor”: “Ay es que ustedes siempre nos hacen bullying”. Él tomó el control y obtuvo la muestra de sangre de la perrita.

Aquí comienzan mis cuestiones: ¿Estaba la niña cualificada para realizar dicho procedimiento? ¿Esas actitudes infantiles, informales y medio burlonas son algo normal entre profesionales de la salud que están tratando a un paciente? ¿Acaso ellos no veían que nosotros estábamos ahí parados observando todo? ¿De qué bullying están hablando? ¿A caso esto es un juego de egos o una práctica de laboratorio?

Salimos inconformes con la atención, pero seguíamos dispuestos a llevarla nuevamente al día siguiente para la ecografía. Cualquiera puede tener un mal día y cometer errores, esperábamos que para mañana todo iba a ser mejor.

El miércoles 17 de junio Kala y yo nos levantamos antes de la salida del sol. Ella desayunó muy temprano, pues debía tener mínimo 8 horas de ayuno de sólidos para la ecografía. Estaba moviendo la colita, ladrando de la emoción cuando le serví su comida y se veía bien: tranquila y estable a pesar de su gran panza que era un factor que la incomodaba mucho. Ni ella ni yo sabíamos que estábamos viviendo sus últimas horas de vida.

Llegamos al hospital a eso de la 1:30 pm para la cita de la ecografía que era a la 1:45. Me recibió la recepcionista y me dijo que si Kala tenía consulta, pues no aparecía programada con ningún doctor. Al parecer nadie estaba a cargo del caso de nuestra pequeña. Me dijo que hiciéramos la eco y que “ahí los doctores veían”.

Nos llamaron para la ecografía dos chicas diferentes a la que nos había atendido el día anterior. Comenzaron a prepararla y solo veíamos gente desconocida. No sabíamos el nombre de nadie. Reitero que nadie se identificaba con nosotros. Luego aparece la niña del bullying, saludándonos con un simple “hola” cantadito y una medio sonrisita. Le pregunté si ya tenía los resultados de los exámenes y me contestó: “Ay no, no los he visto. ¿Quién tiene los exámenes?” Luego alguien dijo: “bueno y el doctor que está a cargo…. Que no está aquí” y se escucharon unas risas entre el grupo de personas que estaban a nuestro alrededor, aproximadamente ocho y todas de uniforme. Aparece de nuevo la niña y me dice: “ay sí, es positivo en erliquia”. Y ya. ¿Cómo estaban sus plaquetas? ¿Su grado de anemia? ¿Cómo estaba mi perrita?

Se realizó la ecografía, muy detalladamente nos explicaban el estado de sus órganos y también intervino una cardióloga quien fue la única persona que, a nuestra consideración, nos atendió digna y amablemente, mirándonos a los ojos e informándonos detalladamente sobre el estado del corazón de Kala. Nos habló sobre su enfermedad cardíaca congénita pero nos recomendó que primero se le tratara la erliquia para que más adelante, en unos 20 días o un mes, le miráramos bien el corazón, pues ya la eco llevaba aproximadamente media hora y ella no quería incomodar a la perrita, teniendo en cuenta su dificultad para respirar y su condición.

Acto seguido nos dijeron que debíamos dejarla hospitalizada, pues debían comenzar con el drenaje de su líquido abdominal y el tratamiento para la erliquia. Luego llega de nuevo la niña del bullying para que llenáramos los datos de la hospitalización. Aparece otra doctora y empieza a observar la historia de Kala, llega otra señora y dice que va a “intentar sondear a la perrita pero que no promete nada”. La actitud de esta señora era, de entrada, negativa, pues, sin intentarlo, ya comunicaba una evidente aversión sobre el procedimiento que iba a realizar.

Kala se veía débil, estaba asustada y llevaba muchas horas sin comer. Les dije que si le podíamos dar un poco de comida y eso hicimos, pero mi pequeña apenas comió un bocadito. La pasaron para otro cuarto para empezar con el procedimiento. Yo había entendido, entre tanto desorden y desinformación, que le iban a poner suero, pero nuevamente nadie nos decía nada de lo que estaban haciendo ni de lo que iban a hacer… no sabíamos nada. Fue ahí que pregunté, pues noté que estaban examinando sus genitales y me dijeron que no era suero si no que le iban a poner una sonda.

Prevenida por la actitud de la señora que iba a hacer el procedimiento, y como soy mala para los asuntos de hospitales y esas cosas, decidí salirme un momento, pero mi novio se quedó presente acompañando a la perrita. Entré después de unos minutos y ya estaba otra persona intentando. Cada vez llegaba más gente a meter la mano. Yo miraba la cara de Kala y recibía sus miradas de pánico. Volví a salir. Luego de un par de minutos entré de nuevo y la estaba sosteniendo otro hombre de bata blanca. La sostenía muy fuerte y se notaba una actitud tosca y brusca. Había alrededor de diez personas en el cuarto. Los instantes se tornaron era caóticos y densos. Mi novio seguía presente, pero ya no le permitían sostener a Kalita.

Vi que le pusieron oxígeno, ella estaba respirando con mucha dificultad. Al parecer todos olvidaron que estaban tratando a una cachorra de solo cuatro meses, que estaba en una situación de salud crítica, que respiraba con dificultad y que no se había alimentado bien ese día. Solo les importaba ponerle la sonda. La situación ya se tornó como en una competencia para ver quién iba a ser el putas que lograría ponerle la sonda. Pudieron haber parado, esperado. Pudieron haber dejado que Kala descansara un poco, se estabilizara, se repusiera, comiera un poco y en un rato intentar de nuevo. Pudieron haber sido más humanos y tener la visión de lo que ocurriría si seguían hostigando de esa manera a nuestra pequeña. Pudieron haber sentido su sufrimiento, su pánico y su dolor. Pero siguieron.

De repente no vi más a Kala, todos la tapaban ubicados a su alrededor. Nos pidieron que esperáramos afuera. Comencé a llorar.

A los dos minutos sale la niña del bullying, evidentemente asustada, y nos dice que Kala había entrado en un paro cardiorrespiratorio y que la estaban intentando reanimar en el momento. Me retiré y me fui a llorar al carro. Le dije a mi novio que fuera a estar presente. A los minutos él volvió y me dijo que la perrita ya no estaba con vida…

Esperé un poco, y, más calmada, ingresé al cuarto en donde yacía el cuerpo de mi Kala. Me quebré al verla sin vida, fue muy duro no percibir más el brillo de sus ojos. Ya solo quedaban dos o tres personas en el cuarto…todos los que estaban haciendo tumulto, incluyendo el “doctor” que la sostenía tan fuerte, habían desaparecido. Les dije que si no la habían presionado y estresado mucho. Me contestaron que “todos los procedimientos conllevaban un nivel de estrés”. Sin decir mucho, decían que lo sentían, pero ¿qué sentían?

Decidí que no iba a dejarla con ellos para la cremación, quería que al menos su cuerpo sin vida tuviera un tratamiento digno. Saqué fuerzas para seguir y salir con ella. Al final, otro doctor, que no estuvo presente en el procedimiento de la sonda, fue el que nos dio todas las supuestas explicaciones sobre su muerte. Tampoco supe cómo se llamaba este personaje, pero alguien tenía que medio dar la cara. Nos la llevamos y la enterramos en un hermoso lugar sagrado en Guarne.

Llegar a casa y no verla más fue desgarrador. Mi novio insistía en que ellos la habían matado, pues él estuvo más presente que yo en esos últimos momentos. A mi mente solo venían esas últimas miradas de mi Kala, esos momentos de dolor y pánico.

Pasó un día y, con más lucidez, comenzamos a evaluar la situación. Mi padre es médico, egresado de esa universidad y fue a hacer sentir su voz. Yo también fui a hacerlo. Dijeron que se tomarían medidas drásticas con las personas que participaron en el caso.

Sé que nada de esto me va a traer a Kalita de vuelta. Probablemente ellos sigan haciendo lo mismo, pero, debido a mi profesión e instinto periodístico, y a mi profundo compromiso con la defensa de los derechos de los animales, decidí compartir esta historia con ustedes. Es una invitación a cuestionarse y a reconsiderar muchos puntos:

El primero es sobre la compasión con el dolor y el sufrimiento de un ser. La responsabilidad de tener una vida en tus manos. Fue aproximadamente media hora o más que nuestra Kala estuvo sometida a sus atropellos con el procedimiento de algo tan común como instalar una sonda. ¿Si yo veo que estoy haciendo sufrir a un ser débil, indefenso, enfermo, que no puede hablar, que tiene problemas cardíacos y respiratorios, así sea en un intento por salvarlo, sigo despiadadamente hasta acabar con su vida o mejor decido tomar otro camino y esperar para hacerlo en otro momento? Son dilemas que, más que aprenderse en la academia, hacen parte del respeto original por la vida.

Somos activistas por los derechos de los animales. Hablamos de vegetarianismo, veganismo, hacemos sentir nuestra voz en contra del maltrato animal, recogemos animales de la calle, decimos NO a las corridas de toros y a la experimentación con animales en laboratorios. ¿Dónde queda la violencia y el abuso a los animalitos en los hospitales y clínicas veterinarias? Siento que es un tema que debe empezar a explorarse y considerarse; que así como nos pronunciamos con respecto a las situaciones que mencioné anteriormente lo hagamos frente a esto. Que exijamos, nos indignemos y nos unamos para que esto no siga pasando con más animales.

Otro gran punto para reflexionar es sobre la humanidad en el trato con un paciente y sus acompañantes. La falta de protocolo y profesionalismo, la desinformación a la que estuvimos sometidos en todo momento. Algo tan simple como saludar, mirar a los ojos y presentarse, habla mucho de un profesional. No basta sólo con aprenderse al pie de la letra los nombres de las arterias o las fórmulas para tratar una enfermedad. Es algo completamente lamentable en una institución con un nombre, una trayectoria y un significado para nuestra región y nuestro país.

Aclaro que no estoy atacando a la U. de A. ni a su Hospital Veterinario. Tampoco quiero arremeter en contra de todos los veterinarios y aspirantes a serlo. Por el contrario, he tenido la fortuna de conocer a un puñado que admiro, respeto y valoro por su profesionalismo y su compromiso con el bienestar de los animales. Este es un llamado para todos: profesionales, profesores, estudiantes, propietarios de mascotas, animalistas, ambientalistas, instituciones y todas las personas que estén interesadas en el respeto por la vida.

Gracias a los que leyeron y compartieron este escrito. Extrañamos y seguiremos recordando y amando mucho a Kala. Ahora tenemos la fortuna de recibir en nuestro hogar a Nitay, un hermoso cachorro Beagle/Fox Terrier de dos meses, pues, como dice una gran amiga, ¿por qué parar de amar por una mala experiencia?

Probablemente Kalita no duraría muchos días más y la muerte era un destino pronto e inevitable para ella. Sin embargo, no merecía morir de esa manera: con dolor, violencia, pánico y sufrimiento. Hubiese podido morir tranquila, dormidita y en nuestra compañía. Esperamos que quienes participaron en el caso de Kala hagan un PARE rotundo y se cuestionen.

Ahora solo quedan aprendizajes de parte y parte, y yo seguiré luchando con esa voz de mi consciencia que repetidamente me susurra y me GRITA: ¿Cómo serían las cosas si hubiese llevado a Kala a otro lugar? ¿Por qué no intervine en ese momento y me llevé a mi perrita para otro lado? ¿Por qué confié en una institución y en personas que desde un principio nos demostraron una actitud anti profesional? ¿Por qué permitir estos atropellos?

Si amas a tus mascotas y estás a favor del respeto a la vida y los derechos de los animales, te invito a compartir este texto.

Sara Paulina Tobón Gutiérrez
Comunicadora Social -Periodista
Activista por los derechos de los animales y la naturaleza.

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