El gran telón de Luis Caballero se lució en ArtBo
Opinión

El gran telón de Luis Caballero se lució en ArtBo

La obra monumental del artista que abrió las compuertas de sus preferencias sexuales en una época se tabús, sigue impactando

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noviembre 05, 2022
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Cuando se muere, a la gente se nos olvida lo maravilloso e importantes que fueron los artistas y sus obras.  Luis Caballero fue un bogotano “bien” que se atrevió a ser homosexual desde el comienzo y se abrió compuertas de sus preferencias en una época donde esa aseveración era tabú. “Me tocó ser así” fue la frase y título del libro que le permitió vivir una vida sin excusas. Le gustaban los hombres y los pintó y dibujó de manera magistral. Cuerpos desnudos con los había tenido una relación erótica. Luis Caballero buscaba plasmar el punto fundamental donde la muerte se junta con el agotamiento del éxtasis, donde la verdad humana se aferra a todos los sentidos y suprime la razón.

El gran telón de Luis Caballero en la entrada de ArtBo 2022

Algunos de los modelos significaban peligro y en ese mismo juego aparecía la proyección del riesgo. No es un juego de la vida corriente: él era un irreverente con una la convicción: el erotismo podía ser el comienzo o el final de una forma de libertad dónde su elección tenía prioridad ante la vida. También era importante el reto de encontrar a una sociedad sin mitos, sin ficciones ocultas o otras posibilidades individuales de buscar cualquier otra imagen de la sexualidad. O, una proyección atrevida del sentido de la supervivencia. De vivir adrede. De encontrarle el sentido visual al sentimiento de la memoria.

 

Obviamente, las mujeres no fuimos su preferencia, pero, nos toleraba. Con sus inteligentes y agudos comentarios, uno quedaba un poco desubicado, pero no vencido. Tenía los más melancólicos ojos de color azul profundo que manejaba mientras sus largas pestañas negras eras sus cómplices. Su manejo del cuerpo era descuidado a lo francés con el pelo sucio y la camisa amplia y arrugada de ayer. Creo, que la masa muscular bajaba su ritmo interno cuando nos soportaba con paciencia. En Bogotá y en París lo visité y siempre tuve la sensación de que esperaba algo muy importante que omitía en palabras pero que se traducía en la manera de fumar y en algunas palabras ahogadas que se confundían entre la conversación y el humo. En París, los visité varias veces porque iba con el escudo maravilloso de un gran crítico argentino y amigo que era Damián Bayón. El día de la invitación al apartamento cerca al cementerio de Pere Lachaise no comíamos durante el día para disfrutar una cena maravillosa porque fue también un gran cocinero a lo francés donde se hablaba del menú y sus ingredientes antes de comenzar y nos quedaba la experiencia gastronómica por días. Una vez cumplía su cometido, todos sobrábamos. En estos tiempos esperaba fuerte alemán. Grande y poderoso que, por casualidad y sin intensiones, había maltratado a unos pobres ancianos por robarle tres euros.

Su apartamento estaba cargado de imágenes de Cristo. Pero, uno carne y hueso que interpretaba la imagen del sufrimiento: No era Dios sino el hombre.  La imagen religiosa tenía las connotaciones de los tiempos humanos de siempre, donde la crueldad es infinita. Luis, siempre estaba rodeado de gatos que entraban y salían por una pequeña ventana que daba al techo de su apartamento. Nunca supe cuántos eran, pero eran varios que él acariciaba y, tenían nombre propio. Esa mirada felina de desconfianza al mirar desde el rabo del ojo, también la tenía él. Su casa era un limbo interesante donde él distribuía mundos con velos. Mundos que mostraban los límites entre los espacios comunes y privados.

 

Luis Caballero consagró su vida a su verdad y logró ser unos de los artistas más importantes de Colombia del siglo XX. Sin transacciones encontró la entera libertad de producir magistralmente sus formas y contenidos tanto en dibujo como en pintura. Sobre su trabajo Marta Traba escribió en 1966: “El cuerpo sí se presenta como pareja, está enlazado y enfrentado, sin convulsiones, más bien dentro del fatalismo sexual. Si está solo, se presenta inerte, vertical, desnudo, entendiendo el desnudo mucho más como un sufrimiento que como un goce. Este entregarse y refrenarse del cuerpo suscita la atmósfera de opresión, de silicio que domina esta obra. Es como el desnudarse de una asceta, oscilando todo el tiempo entre el pudor y la impudicia. Lo más importante, punzante y extraordinario de Luis Caballero es esa impregnación moral, esa exposición de los cuerpos castigándose, castigados, enfrentándose, acoplándose. Así la obra se vuelve densa, pesada, inescrutable, conmovedora.”

Luis Caballero nació en 1943 y murió en una feroz batalla contra lo imposible que era el SIDA en 1995 mientras miraba, día tras día, la película “Muerte en Venecia” del director italiano Lucinio Visconti en una adaptación del libro de Thomas Mann.

Actualización la la columna titulada "Que la memoria no muera"

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