¿Qué beneficios le trae el Coronavirus al capitalismo?

¿Qué beneficios le trae el Coronavirus al capitalismo?

El Coronavirus ha hecho que el dolar y el euro suban de precio, beneficiando a los países desarrollados pero damnificando a los de economías más frágiles

Por: Jorge Ramírez Aljure
marzo 20, 2020
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¿Qué beneficios le trae el Coronavirus al capitalismo?
Foto: pxhere

Si existe algo irracional a medida que el coronavirus amenaza con propagar sus efectos sobre la humanidad, es el hecho de que el temor y los hechos mortales que suscita por su cuenta, sean aprovechados por las monedas llamadas duras, en especial el dólar y el euro -unidas a todas las plataformas que de alguna manera sostienen y gestionan el aparato especulativo del capitalismo- de modo que terminen empobreciendo automáticamente al resto de países, en especial los subdesarrollados como fruto del peso económico que han tomado los instrumentos especulativos que se apoderaron del sistema.

Las alzas descomunales del dólar frente al peso, que en muy pocos días han llegado a ser del tenor de 53%, elevando de manera desconsiderada la deuda externa y los intereses que debe pagar el país, afectando la importación de productos incluidos los de consumo que Colombia dejó de producir, y dificultando la exportación de renglones agropecuarios superstites por la incidencia que tiene el encarecimiento de estas importaciones en su elaboración, es para dejar perplejos a quienes se atrevan a mirar el futuro inmediato no solo del país sino de todos sus pares.

Y no como consecuencia de que en este corto periodo se haya dado una transformación especial de la economía real de los desarrollados con respecto a las del mundo subdesarrollado, que justificara tamañas diferencias. Transformación que no se ha dado pues además de constituir un imposible material también aquellas naciones se encuentran en dificultades similares si no mayores en materia de salubridad y por ende de producción que las que empezamos a sufrir los más pobres.

Pero las noticias económicas que genera el capitalismo es que, aunque parezca incomprensible, los ricos ganan solo porque dentro de sus activos cuentan con dólares y euros, no solo como depósito y circulante, sino con la facultad de emitirlos e imprimirlos cuando sus bancos centrales consideren que favorecen sus economías, mientras las muy escasas en poder de los necesitados se dilapidan para detener lo indetenible. Y que la producción existente, al momento de aparecer el virus, tan solo por estar cotizada en dichas monedas incrementan su precio aparatosamente y sus dueños acumulan riquezas inauditas, mientras las de los países dependientes o pobres automáticamente se desvalorizan.

La justificación de un hecho irresponsable recurriendo a los principios de un neoliberalismo por cuenta, supuestamente, de uno de sus autores clásicos, Adam Smith, constituye una tergiversación lamentable, precisamente porque la gran tarea del padre de la economía al reglamentar su funcionamiento, es decir, al establecer sus parámetros científicos, fue poner en cintura los excesos inocultables que se cometían hasta entonces por quienes habían acumulado riqueza desde tiempos inmemoriales y que persistirían multiplicados de ahí en adelante.

Siendo un excelso moralista -cuando la moral era un principio insustituible para el desarrollo de la sociedad- no otra podía ser su finalidad al postular que la naturaleza egoísta del hombre al buscar su propio beneficio contribuía al de sus semejantes. Y moral también la del armazón teórico construido por él desde una visión objetiva -como debería ser desde el punto de vista científico- para conducir los fenómenos económicos extraordinarios que se venían con la industrialización de la que era testigo. Buscar que todos los factores que concurrían a su efectivo avance -trabajo, riqueza, crédito y renta- repartieran de acuerdo a sus aportes de las extraordinarias ganancias que dejaba la multiplicación de la producción.

Y no en balde consideró el trabajo, en medio de tantos engaños, chantajes, violencia y discursos ventajistas que le entregaba la historia como ejemplo, como el único recurso que producía valor, punto en el que muchos años después lo acompañó el otro clásico de la ciencia, David Ricardo, en momentos en que la pretendida ciencia económica hacía rato había dejado de serlo para convertirse, de manos de los poderosos inversionistas industriales, en el manual para la reproducción y acumulación del capital.

De haber persistido el trabajo en dicha condición y considerarse parte constitutiva de los instrumentos que lo remplazaron, hoy no nos encontraríamos en la odiosa situación de que cualquier invención científica o técnica -sin duda meritoria y digna de reconocimiento económico proporcional- terminara convirtiéndose en un hecho excepcional que genera en espacios de tiempo mínimos, miles de millones de ingresos y pocos impuestos para su gestor, como si aquel avance se hubiera alcanzado sin el aporte laboral acumulado de toda la humanidad que le precedió. Aportes que en la generalidad de los casos, como el de la relatividad de Einstein para poner un ejemplo, exceden por su importancia trascendental logros posteriores como los de la comunicación moderna y sus múltiples aplicaciones, pero absolutamente inviables sin su concurso previo.

Avante, a pesar de Smith, el objetivo capitalista de su reproducción y acumulación, aún quedaba un vuelco revolucionario en favor de la ciencia capitalista -la llamada economía moderna- esta vez desde una visión subjetiva donde ya no era la producción, es decir, la oferta de bienes el objetivo del sistema sino la demanda o capacidad de consumo como corazón del mismo. La utilidad, la propensión marginal a consumir entre otras, sirvieron al efecto para proyectar desde el punto de vista del capitalista la posible producción, con lo que se aseguraba que no existiera inversión de más y exceso de aquella, dos fenómenos de los que se acusaba a la clásica.

Pero desde este punto de vista entraron a jugar papel preponderante todos los que merodeaban al capitalista industrial como banqueros, prestamistas y rentistas, para los que finalmente una vez consolidados tras el sistema financiero, proveer a la producción pasó a un segundo plano y convertir su actuar en su propio provecho. Lo que en buen castellano quería decir que, para gran parte del aparato capitalista, la produción era remplazada por la especulación, corroborando que el dinero y sus sucedáneos habían dejado de ser elemento de cambio para convertirse en medios para acumular riqueza, y no por medios siempre correctos.

Y es lo que ha pasado precisamente en esta tragedia producida por el Coronavirus, que, sin ser un problema económico según los econometristas, permite que naciones, industrias y multimillonarios cuyas economías se mueven alrededor del dólar, el euro y otras monedas tenidas como divisas, terminen enriqueciéndose frente a los países subdesarrollados que no las tienen, y cuyas pérdidas son tan fabulosas e incalculables que cualquier recuperación parece inviable.

Algunos de estos, ante la inmensidad del daño, se han dedicado no a cuestionar el manejo inapropiado de la riqueza acumulada por los grandes sino a regalar, en el caso de Colombia, lo poco que le queda al país para tapar lo que no se puede, porque los daños son irreparables. Una acción torpe e indigna que probablemente busque allegar unos dineros fuertes no para salvar el país sino para que los especuladores internos se deshagan de sus pesos, los conviertan en monedas fuertes y salgan del país quebrado a hacer capitalismo especulativo en otros lugares no abandonados de su mano y de la mano de Dios como nos sucede.

Ya se debería pensar en serio, antes que feriar las escasas propiedades de las naciones afectadas para pagar lo impagable, en que posterior a la superación de la crisis causada por el Coronavirus se declare que lo originado en este sector, como ganancia o pérdida sea declarado nulo, como forma de rehabilitar un capitalismo real productivo, del que no nos podemos apartar. Y reduciendo sus manifestaciones especulativas a lo mínimo necesario y no coronándolo injustamente como el rey de una economía global que lo que no necesita es reemplazar su producción por el aparato especulativo establecido de unos pocos.

Toda la economía mundial debe estar encaminada a resolver con producción emergente de todo tipo el problema de supervivencia que afronta la humanidad, en lugar de estar calculando pérdidas y ganancias inauditas sobre lo que hagan o dejen de hacer los gobiernos o los individuos porque no existe alternativa distinta. Como garantizar el suministro de alimentos, vigilar la especulación, contener el virus, cuidar a sus ancianos, habitantes de calle, etc. O por parte de los particulares, como no poder pagar a tiempo deudas esenciales, cerrar sus negocios, no salir a la calle, etc., en vez de estar pensando cuánto estamos perdiendo para acabar de enriquecer con la tragedia a unos cuantos países y multimillonarios sin que muevan un dedo.

El manejo de la crisis del capitalismo salvaje o especulativo en 2008 se llevó a cabo por medios que superaban las reglas lapsas que el propio capital se había impuesto; no de otra manera se debe superar una emergencia sanitaria universal que no puede dejar vencedores ni vencidos sin que se justifique una razón de peso.

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