¡Pueblo, a la carga!

¡Pueblo, a la carga!

En nuestro país, la injusticia es el pan de cada día para millones, por eso el discurso de Gaitán se mantiene vigente. Crónica

Por: Daniel Fernando Montañez Cruz
abril 24, 2020
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¡Pueblo, a la carga!
Foto: Facebook Corte Suprema de Justicia

La calle 26 en Bogotá es una de las autopistas más importantes de la capital, conecta el Aeropuerto Internacional El Dorado con el centro, norte y sur de la ciudad, además en sus costados se encuentran diversas oficinas de orden estatal y privadas. Sus calles son bastante extensas y por ellas cruzan todos los días peatones, automóviles particulares, transporte público e incluso el viejo tren turístico De La Sabana, que fue pionero en la conexión de la capital de Colombia con los municipios aledaños y hoy atraviesa a dicha calle a solo metros del Centro Comercial Gran Estación. Estando en uno de los buses rojos de TransMilenio, revisé mi reloj y eran las 10:40 a.m., justo en ese instante recibí una llamada. Una voz gruesa y serena me saludó.

— ¿Qué tal Daniel, ya vienes en camino?

— Así es. Estoy terminando de cruzar la 26 y en escasos minutos estaré allí

— No hay problema, yo también hasta ahora voy llegando, entonces aún hay tiempo. Te estaré esperando.

— Perfecto, ya nos vemos.

Tenía un encuentro con un abogado, el cual amablemente me había permitido sostener una conversación con el de manera anticipada, para así poder contextualizarlo referente a una entrevista que quería hacerle por temas académicos. Debo decir que me encontraba a la expectativa por el tipo de profesional que sería, puesto que mis experiencias pasadas con colegas suyos para otro tipo de diligencias no habían sido tan agradables. Todo esto paso rápidamente por mi cabeza, mientras llegaba a la estación Universidades, junto a la Cinemateca de Bogotá, específicamente en el centro de la ciudad.

Allí, descendí y cruce rápidamente el túnel que conecta con la estación de Las Aguas, en tanto no quería llegar tarde. Salí corriendo a través del Parque de los Periodistas, que adquiere su nombre por las historias que se narran de este lugar, donde reporteros y editores colegas, se sentaban con su viejas máquinas de escribir, a laborar. Mientras tanto, observaba cómo se vislumbraba el sol desde la inmensidad del cerro de Monserrate hasta las construcciones que evocan la arquitectura europea y que contrastan con los nuevos edificios de esta zona de la ciudad.

Avancé y saqué mi celular para recordar el nombre del edificio donde habíamos acordado encontrarnos, pero en esa cuestión de localizarme por direcciones, me considero bastante malo; así que decidí buscar un negocio en donde seguramente habría alguien que conociera y me orientara de mejor forma para llegar a mi destino. Mientras me dirigía a la zona comercial, no podía dejar de extasiar mí vista con las grandes construcciones a mí alrededor, como el Edificio del Tiempo, la Iglesia San Francisco, e incluso el edificio del Ministerio de Agricultura. Realmente estar allí, sobre la Carrera Séptima, en busca de una fuente judicial, comprendiendo la importancia que tiene esta vía para nuestro país en su desarrollo y fortalecimiento histórico, cultural y económico, fue algo mágico.

Posteriormente, me acerque a un baloto que está ubicado a escasos metros de la entrada a el edifico de El Tiempo, y allí muy amablemente quien lo atendía, me indicó que el edifico que buscaba estaba al lado de un casino que podía verse desde allí, le agradecí, y de nuevo emprendí rápidamente mi camino. La entrada lucia algo oscura, las puertas eran transparentes y el edifico se veía algo antiguo, tenía un pequeño hall a la entrada y después se veía al celador, a quien saludé:

— Buenos días, ¿se encuentra el doctor Ricardo?

— Claro que sí, siga derecho, tome el ascensor hasta el segundo piso y busque la oficina 402.

— Le agradezco, permiso.

Continué el camino por una entrada bastante estrecha, había luz blanca muy opaca y se veía que el edifico estaba en remodelación porque estaba lleno de herramientas y materiales de trabajo, que dificultaban bastante el paso. Tomé el ascensor y subí. Cuando llegué a la segunda planta, recorrí las oficinas, debo aclarar que pensaba que se trataba de un edificio de vivienda, pero en ese segundo piso en todas las puertas solo vi avisos de abogados y buffets que prestaban sus servicios, así, que deduje que por lo menos ese nivel del edificio, era únicamente para profesionales litigantes.

Finalmente encontré la oficina y entré. Lo primero que vi fue una división entre la oficina principal y una pequeña sala de espera, con libros al fondo, un escritorio de madera y un computador de mesa, que seguramente lo usaba la secretaria o secretario del lugar, además de muchos documentos organizados en columnas a su alrededor, en ese instante, decidí saludar:

— Buenos Días, con permiso, ¿abogado Ricardo?

— Así es Daniel, siga, ¿cómo está?

— Bastante bien, ¿y usted?

— Muy bien, siéntese.

Iniciamos una conversación rutinaria, mientras el organizaba sus cosas (porque se notaba que al igual que yo, acababa de entrar a la oficina), empecé a notar su gran colección de libros sobre Derecho, códigos penales, y temas legales por todo el despacho, cada uno muy bien organizado, según su tamaño. Además, me fije como al fondo de su oficina, ubicado en las paredes, estaban los cuadros en donde se acreditaba sus conocimientos como abogado. Apenas se sentó, lo saludé con mi mano y mientras hablaba con él, pude detallarlo, era un hombre de alrededor de 50 años, bastante grande y alto, y muy seguro y claro en cada una de las cosas que me decía.

Me preguntó sobre mi carrera y la universidad en donde estudiaba, cosa que le respondí. Él bastante emocionado me contó cómo su hijo había iniciado la misma carrera, en mi mismo centro académico, pero alrededor del quinto semestre se había retirado y actualmente se encontraba estudiando derecho. "¡Vocación de familia!", le dije.

Decidí entonces irme por los temas más concernientes a su carrera y preguntarle sobre su labor actual:

— Abogado, ¿actualmente lleva qué tipo de procesos?, ¿alguno complejo?

— Así es, trabajo con una funcionaria de gobierno que tiene un problema en Santa Marta, ya que varios individuos se alojaron un predio que tenía abandonado en el Rodadero, y ahora no quieren salir de allí

— ¡Complicado! ¿Qué se puede hacer en ese caso?

— Hay que desalojarlos, Daniel, se necesita incluso de Esmad para ello, debido a que no se quieren ir, el predio es muy valioso, así que hay que hacerlo

Continuamos nuestra conversación y me contó que lidera actualmente varios procesos de envergadura en diferentes departamentos de Colombia. Ante mis dudas vehementes, referentes al manejo real de un caso en organismos judiciales, no vaciló en expresar que efectivamente se requerían dineros, contactos y buenas relaciones públicas para poder agilizar y llevar a final término los diferentes procesos que él en su rol como abogado ha tenido que gestionar. Aunque estábamos hablando de cuestiones poco éticas o incluso ilegales, él no se veía contento al decírmelo. Sus manos juntas y en constante movimiento expusieron su incomodidad al hablar de este tema, además su gesticulación sincera reflejaba cuán necesario es ante un país, en donde lamentablemente parecería que el sistema judicial es deficiente.

Al final de nuestra conversación, le agradecí por haber aceptado mi invitación. Él, de manera bastante agradable y gentil, me acompañó hasta la portería del edificio mientras hablábamos de temas mucho más banales. De nuevo sujeté su mano para despedirme y salí de la oficina. Al estar afuera, en una aturdidora calle 7° y a segundos de haber salido teniendo en mi mente cómo la injusticia es pan de cada día para millones en nuestro país, me encuentro con un discurso de Gaitán (líder político asesinado en Colombia), ubicado en un placa en donde se presume fue el lugar de su muerte. De manera curiosa recuerdo una frase que el caudillo y abogado de profesión pronunció: “Por la restauración moral de la república, pueblo, a la carga”.

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