El premio nobel Santos de rodillas ante Trump
Opinión

El premio nobel Santos de rodillas ante Trump

Como otros presidentes colombianos, Santos debe viajar a Estados Unidos a ser recibido con el fastidio que un rico recibe a un pariente lejano pobre en su mansión

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mayo 18, 2017
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Hace diez años Donald Trump creía que Colombia era un buen lugar para invertir. Claro, con lo que acá se respeta la inversión extranjera no podía decir otra cosa. En esa época, 2007, sus hijos querían invertir en Cartagena. Al parecer alguna noche de diciembre atracó uno de sus yates frente a la ciudad amurallada. La vio a través de los binoculares y la desechó sin remordimientos. Tres cuadras pintorescas y bien conservadas no pueden ocultar lo horrible de una ciudad que cada vez se parece más a una extraña mezcla entre Miami y Puerto Príncipe.

Trump no sabe nada de Colombia. Por ahí Marco Rubio le ha hablado en un pasillo sobre un exótico país de Suramérica, sumido en la pobreza, las masacres y las drogas, que tuvo en la década pasada un presidente lacayo que duró ocho años y que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de que la justicia norteamericana no fuera a revisar su dossier. Ahora, con esa idea de hacer la paz con una guerrilla comunista, con esas ínfulas que tienen de salir del hueco en donde los ha puesto los Estados Unidos de América, ahora las cosas se habían salido un poco de control.

Trump tiene muchos problemas y es probable que haya olvidado el nombre del país. Acaso también la cita. Ya hay muchos de los ignorantes fanáticos religiosos que votaron por él que están arrepentidos. Trump no es tan patriota como parece. Trump tiene una sospechosa debilidad por Putin. Trump tiene problemas y ni debe acordarse que mañana jueves tiene una reunión con el presidente de un país pobre de nombre impronunciable. No me juzguen. Ustedes leen con las ventajas que les da el tiempo. Yo no sé nada. Yo aún estoy en este miércoles de mis tristezas. Yo apenas tengo esta bola de cristal en donde veo ese futuro que es pasado para ustedes. Y veo a Santos tocando la puerta de la Casa Blanca, un mayordomo la abre y le entrega un papelito: el señor no se encuentra este momento. El señor de la casa está evitando un nuevo Watergate y Santos, sonriendo, deberá salir y encontrarse de frente con esa gente que si lo está esperando para gritarle en la cara su desprecio. No hay nada más peligroso que un colombiano promedio radicado en los Estados Unidos. Eso llegan y de una se vuelven hinchas de los Yankees de Nueva York así no tengan idea que es el béisbol, así no tengan papeles, así los quieran expulsar. Ellos, acostumbrados a votar contra sus intereses por culpa de su ignorancia, de su pobreza, le dieron el votico a Trump porque ya se creían blancos, porque ya se creían parte del imperio. Ellos sí le cumplen a Santos —lo veo a través de mi bola mágica— ellos le gritan su desprecio y Santos, acostumbrado al cinismo, saludará con una sonrisa, porque lo más importante es la queridura, la imagen así esté por el suelo.

En la mañana del viernes viajará a la Universidad de Virginia donde hasta leerá un discurso en el grado de su hijo que hizo un cursito de humanidades de poca monta. Esteban, más joven y menos antipático que su hermanito mayor, está haciendo los pinitos para ser ministro de algo, presidente de algo. Igual es delfín y obediente. Doña Tutina ahí si lucirá sus galas ya que a la Casa Blanca igual no podía entrar ya que Melanie permanece en Nueva York con Barron — o el niño que ve gente muerta— y solo viaja a Washington si la ocasión lo merece y, en este caso, pues no venía nadie importante.

 

Acá llegará diciendo las mentiras de siempre:
que Trump apoya el proceso de paz, que a Trump le gusta mucho Colombia,
Cartagena y las esmeraldas, Shakira y Juanes y James así no juegue

 

Mi bola de cristal a veces se empaña por el humo de la cannabis. De pronto al presidente sí lo recibirá Trump. Se tomarán unas foticos, hablarán en un inglés en el que ninguno de los dos entenderá nada y, en cualquiera de mis realidades, afuera seguirán los manifestantes expresándole su odio por intentar convertir este paraíso en donde los niños todavía se mueren de hambre en una segunda Venezuela. En cualquiera de las dos realidades Santos sonreirá hipócrita, se montará en una limosina y se irá a Virginia a dar el discurso en el grado de Esteban. Acá llegará diciendo las mentiras de siempre: que Trump apoya el proceso de paz, que a Trump le gusta mucho Colombia, Cartagena y las esmeraldas, Shakira y Juanes y James así no juegue, así el millonario presidente ni siquiera sepa que es el soccer.

Pobre Santos. Como lo han hecho los presidentes colombianos a lo largo de la historia debe viajar a Estados Unidos a ser recibido con el fastidio que un rico recibe a un pariente lejano pobre en su mansión. Que fastidio para nosotros tener que ver a otro presidente colombiano arrodillado ante un emperador gringo. Va a ser peor que en otras ocasiones. Esta vez veremos al segundo nobel colombiano ante el más odioso y déspota presidente de los Estados Unidos de la Historia.

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