Por qué un hombre honesto no puede ser presidente
Opinión

Por qué un hombre honesto no puede ser presidente

Homenaje a Enrique Parejo González

Por:
abril 06, 2014
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Acababan de asesinar a Galán y el Nuevo Liberalismo se debatía en el gran dilema de Elegir un sucesor. Sonaban fuerte los nombres de Gabriel Rosas Vega y Enrique Parejo González, exministro de Justicia que sucedió a Rodrigo Lara Bonilla, luego de su asesinato y a quien Pablo Escobar persiguió hasta Budapest para cobrarle el haber firmado las primeras extradiciones de colombianos a Estados Unidos. Pero las reuniones arduas y extensas para elegir al sucesor se fueron a la basura porque, en una jugada astuta, nunca se sabe si manipulada o no, Juan Manuel Galán, el hijo del líder inmolado, en pleno sepelio de  su padre entregó las banderas del Nuevo Liberalismo a un personaje que jamás hizo parte del Nuevo Liberalismo: César Gaviria Trujillo.

Dos embajadores en una sola embajada

Enrique Parejo se encontraba en ese momento compartiendo embajada en Suiza con el también exministro de Justicia, Enrique LowMurtra, quien también había salido del país amenazado de muerte. Abro un paréntesis para contar aquí una injusticia. No es usual que en una embajada cohabiten dos embajadores, pero sucedió que, después del atentado que sufriera Parejo en Budapest, la Cancillería lo trasladó a la embajada de Yugoslavia. En la esquina de la sede consular en este país fue apresado otro sicario que tenía como misión rematarlo. Entonces trasladaron a Parejo a la embajada de Colombia en Suiza donde el embajador era Enrique Low Murtra. La sorpresa de Parejo fue mayúscula al llegar a la embajada en Berna y encontrar a su tocayo con las maletas empacadas porque el canciller de la época, Luis Fernando Jaramillo, aún no le había conseguido otra embajada para trasladarlo. Todas estaban ocupadas con los amigos de Gaviria. Para los del Nuevo Liberalismo que habían arriesgado sus vidas en la lucha contra el narcotráfico no había cupo. Entonces Enrique Low se apenó mucho y le dijo a Enrique Parejo que se devolvía a Colombia, que no había problema. Pero Enrique Parejo le pidió que no se devolviera al país porque Pablo Escobar lo mataba. Entonces decidieron esperar y compartir la embajada mientras la Cancillería le conseguía un lugar a donde ir. Cada semana le ofrecían una embajada que luego se esfumaba entre los compromisos clientelistas del gobierno liberal. Para resumirles el drama, los dos Enriques convivieron ocho meses en la misma casa sin que la Cancillería se dignara solucionarles el problema. Entonces, ya muy apenado y aburrido de humillarse, Enrique Low tomó la determinación de regresar  a Colombia. Enrique Parejo le volvió a advertir que si lo hacía lo mataban. Pero la situación ya era insostenible. Ninguna de las dos familias tenía privacidad y ambos se sentía usurpando al otro. Al fin y al cabo, la vida y la violencia los había empujado a ser diplomáticos.

Las infamias del poder No. 98.883.666

Dice Enrique Parejo, de quien soy biógrafo autonombrado, que cuando Low se despidió, él sintió que ese, era el último abrazo que le daba en vida. No estaba equivocado. A la semana de haber regresado, sin ninguna protección, saliendo de la Universidad de la Salle, donde había conseguido trabajo como profesor de Derecho, Enrique Low Murtra fue asesinado por dos sicarios que lo esperaban a la salida del claustro, cuando el exministro de Justicia se disponía a tomar un bus urbano para dirigirse a su casa. Como siempre, la Cancillería y el Gobierno se lavaron las manos. Años después, siguiendo la máxima de que en una democracia mafiosa todo cafre es premiado, al canciller le fue otorgado el contrato del nuevo Aeropuerto El Dorado por casi un billón de pesos y el presidente Gaviria con dos períodos como Secretario General de la OEA.  ¿Será por eso que ser injusto y ser malo paga en Colombia?

Constituyente manchada de coca

Pero sigamos con el cuento. Unos meses después, ya instalada la Asamblea Nacional Constituyente, a Enrique Parejo le llegó, a la embajada de Suiza donde aún seguía, un videocasete que contenía una grabación de diligencia judicial en la que se veía a un abogado de Pablo Escobar, sobornando al constituyente Augusto Ramírez Cardona. En la filmación se veía al abogado ofreciendo al constituyente tres millones y medio de pesos de la época, unos 50 millones de hoy, para que votara a favor de elevar a norma constitucional la no extradición de colombianos. Entonces el constituyente le dice al abogado que su voto no era suficiente, porque para aprobar ese artículo se requería de 36 votos. Recordemos que la Constituyente la integraban 72 miembros. Entonces el abogado le responde con cierto cinismo y suficiencia: Usted no se preocupe doctor, que los otros 35 colegas suyos ya están arreglados. Dos días después la no extradición de colombianos fue aprobada por la Constituyente y, dos horas después de la votación, Pablo Escobar se le entregó al padre García Herreros.

Renuncia Parejo

Entonces Parejo le envió el casete al presidente Gaviria para que investigara el gravísimo hecho, pero el presidente, por no empañar su magna obra, decidió engavetarlo. Indignado por eso que él consideraba un delito de encubrimiento muy grave, el doctor Enrique Parejo, con una entereza moral que le he conocido a pocos, renunció a la embajada Suiza, sin importarle correr la misma mala suerte de su tocayo Enrique Low Murtra y regresó a Bogotá.  Las juventudes galanistas a las que yo pertenecía, muy despistadas y desesperanzadas desde el regalo de Juan Manuel a Gaviria, vimos en ese acto de indignación de Enrique Parejo, una esperanza para seguir la lucha contra el narcotráfico y las malas costumbres políticas, que eran las principales banderas de Luis Carlos Galán. Entonces, con un amigo de nombre Gustavo Esguerra, nos dimos a la tarea de ubicar a Parejo para hacerle una solicitud muy singular: Doctor Parejo, es usted un hombre coherente, salve usted la patria. Nos recibió en un apartamento pequeño a media cuadra de la Avenida Pepe Sierra en el barrio Santa Bárbara de Bogotá, en una sala improvisada entre cajas  de cartón y muebles y enceres sin desempacar.

Nos dijo que estaba dispuesto a continuar la lucha desde lo electoral y nos agradeció que lo acompañáramos. Días después, mientras hacía campaña al lado del hermano de Luis Carlos Galán, para el Concejo de Bogotá, le entregué un documento de 40 páginas titulado “Nueve estrategias para llegar a la Presidencia”. Nos dijo que fuéramos paso a paso. A los dos días Parejo llamó a mi casa: Doctor Bolívar, me gustaría hablar con usted para hacerle una propuesta.  Llegué a la cita sospechando lo mejor. Ya elegido, con 61 mil votos, sobre 60.000 votos obtenidos por Lemos Simmonds, Parejo me recibió en su despacho y me pidió que lo acompañara en el Concejo de Bogotá en calidad de asistente personal.

Fue y ha sido mi único cargo público en la vida. Lo acompañé dos años desde ese honroso cargo y a su lado viví lecciones de honestidad difíciles de volver a vivir por estos días en que la mermelada ha sido elevada a la categoría de “normal” por el presidente Santos.  Una mañana, mientras él se desplazaba entre su casa y el Concejo de Bogotá en un carro de blindaje 5 y 18 escoltas que lo cuidaban para que Pablo Escobar no lo fuera a matar, recibí una llamada de su esposa, doña Josefina Gallardo. Muy angustiada, la señora me pidió en su tono de matrona angustiada que, apenas llegara su esposo a la oficina, le recibiera un lápiz que, por equivocación, el concejal se había llevado el día anterior a su casa. “Ese hombre no pudo dormir, Bolívar” me dijo y yo no sabía si se trataba de una broma o de algún drama real. En el Concejo de Bogotá, todo el mundo se llevaba para su casa o para sus lugares de estudio los elementos de dotación que nos entregaban para la oficina. Pocos minutos después, el doctor Parejo llegó a la oficina con el lápiz en la mano. Me dijo: Bolívar qué vaina, me llevé ayer este lápiz para la casa y qué pena, estos elementos son del Distrito. Le dije “pero usted es concejal, no creo que haya problema”. Entonces nos reunió a Maritza, su secretaria y a mí y nos dijo, con suma paciencia, como para que no se nos olvidara nunca, que cada hoja, cada borrador, cada lápiz que existía en esa oficina, era comprada con los impuestos de los bogotanos y que nadie podía darles un uso distinto a las labores propias del Concejo. “Ni siquiera pueden utilizar el computador para hacer tareas de la universidad o trabajos personales” nos dijo. Eso debe quedarles claro. Y a renglón seguido nos lanzó una máxima de Kant, que le escuché en todos sus discursos: Cada acto de un hombre debe ser digno de erigirse en norma de conducta universal.

Al comienzo la oficina vivía llena de personas pidiendo puestos y becas. A todas, el Dr. Parejo les decía sin sonrojarse: No puedo ayudarle, fulanito o fulanita. Por respeto a su propia dignidad, yo no doy puestos ni becas ni auxilios. Ah, pero es que yo voté por usted. Muchas gracias pero yo nunca le ofrecí privilegios a cambio. La gente se aburrió y se fue a otras campañas.

Un día, su propio hijo, Carlos Enrique Parejo Gallardo, abogado, fue a pedirle que le ayudará a conseguir un trabajo. El Dr. Parejo le dijo: “Hijo si te ayudo, estoy quitándole la oportunidad a miles de muchachos, abogados también, que no son hijos de un concejal y que también viven el drama del desempleo”. Y no le ayudó.

Por la alta votación en Bogotá, los medios de comunicación y el ala galanista que se mantenía pura en sus ideales, lo postularon a la Presidencia de la República. En las primeras encuestas le ganaba a Pastrana y a Samper. Pero luego vinieron los narcos con avionetadas de dinero a la campaña del segundo y hasta ahí llegaron las aspiraciones de Parejo. En 1998, cuatro años después, se lanzó al Senado. La noche de las elecciones apareció en la lista de elegidos. Lo celebramos a rabiar porque, desde luego, no habíamos comprado un solo voto, ni ofrecido un solo puesto ni prometido una sola beca. El doctor Parejo llegaría al Congreso a confrontar a quienes se habían elegido con dineros del narcotráfico. Pero no alcanzó ni a posesionarse. Al día siguiente de las elecciones, apareció fuera de la lista de 100 senadores junto con, curiosamente, otros candidatos críticos del Proceso 8.000 y que habían atacado a Samper. Me ofrecí a investigar el posible fraude. Los candidatos perjudicados pidieron a la Registraduría copias de todas las actas electorales y me las entregaron. Eran tantas cajas que mi cuarto se vio invadido por cuatro años. Analizamos 66.000 actas electorales E-14 y las comparamos con las actas electrónicas E-24. Allí encontramos el fraude. No solo el efectuado a Parejo sino también a varios candidatos. Y así, entre actas borradas, repisadas, adulteradas, sin firmas de jurados, mal contabilizadas y hasta clonadas, aprendí a perder la fe en la democracia. Cuando descubrimos el fraude, ya los senadores que se habían posesionado con trampa habían terminado su período de cuatro años. La ley electoral solo nos daba 72 horas para impugnar las elecciones. Sin embargo, las investigaciones me sirvieron para escribir el libro Así se roban las elecciones en Colombia (Parte 1, Parte 2 y Parte 3) del que, en columnas pasadas les transcribí algunos apartes.

Parejo entendió que sin decir mentiras, sin hacer trampa, sin robar, sin hacer falsas promesas, sin hacer componendas, sin tapar, sin dejar pasar, sin empleados públicos esclavos, sin comprar votos, sin sobornar congresistas, sin ser amigo de los dueños de los medios, no había una sola posibilidad de ser presidente en Colombia y se retiró de la política, sospecho que muy triste, a efectuar estudios y a formular soluciones a nuestros graves problemas. Después de acompañarlo durante ocho años por todo el país, vino la despedida. Yo seguí mi camino hacia el periodismo y la denuncia social, con el tesoro de haberlo conocido a cuestas. He tratado de ser fiel a su filosofía y su lucha desinteresada, pero más que eso, convencido de que la política en Colombia es una mierda cuyo olor fétido la mayoría de colombianos soportan con una indiferencia terrible y hasta con un cierto placer.  Pasarán años, tal vez décadas para que todos los políticos de Colombia lleguen a adoptar para su vidas esa máxima de Kant, pero no perdemos la esperanza… Ya apareció un Mockus y, aunque tampoco lo dejaron llegar, ya vendrán otros hombres dispuestos a todo por nada. Ojalá el país no se vuelva a dar el lujo de desperdiciar estos Hombres, con mayúsculas, porque el castigo será otros 200 años de ignominia.

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